martes, 22 de mayo de 2018

Comentario Santísima Trinidad B

La Trinidad es también un proyecto de vida eclesial

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – “B”


Eduardo de la Serna




Lectura del libro del Deuteronomio     4, 32-34. 39-40

Resumen: el obrar de Dios con Israel debe llevarlo a reconocer no sólo este accionar, y la unicidad de Dios (“no hay otro”) sino también a obrar en consecuencia respetando sus mandamientos.


Desde 1,1 Deuteronomio presenta un largo discurso de Moisés que se interrumpe en 4,41 donde se narra la reserva de ciudades de asilo en medio de la tierra, En 4,44 comenzará un nuevo y larguísimo discurso. El texto litúrgico, entonces, lo encontramos en el primer discurso que tiene diferentes partes. Con la frase “Y ahora, Israel…” comienza una parte en esta unidad (ver 1,40; 2,13..). En 4,1 se destaca el contraste entre Israel y otras naciones (gôy), algo que se repite (vv.6.7.8.27.34.38), y del mismo modo se contrasta al Dios de Israel, Yahvé con “cualquier otro Dios”; así el obrar de Yahvé en vv.1-5 contrasta con “qué Dios”, “qué nación”, en v.7, o vv.19-25 en contraste con los dioses-ídolos de v.28, el obrar de Dios es fascinante en vv.28-31 y es incomparable v.32 porque ningún pueblo y ningún dios (vv.33.34) actúa como Dios con Israel (v.35.37) por lo que Israel debería reconocerlo y actuar en consecuencia.


El exclusivo obrar de Dios con Israel (vv.32-38) será el motivo por el cual se espera que Israel actúe en consecuencia (= mandamientos, vv.39-40). A ningún pueblo le habló dios desde el fuego del Horeb como a Israel (v.33), a ningún pueblo liberó de la opresión egipcia como a Israel (v.34). Al experimentar esto, Israel debe saber que Yahvé es “su Dios”, el único (vv.35.39), “no hay otro fuera de él” [sin duda este tema de la unicidad de Dios así resaltado es el motivo de la elección de este texto en la fiesta litúrgica]. Pocas veces se dice tan claramente que no hay otros dioses (porque una cosa es “sólo a él darás culto”, es “un dios celoso”, lo que no niega la existencia de otros, y muy otra es afirmarlo como aquí: “no hay”); recién tenemos que remontarnos a algunos profetas para encontrar afirmaciones tan claras (Is 44,6; 45,5.14.20-22). Es el amor (’ajab) el que ha motivado el obrar de Dios para con su pueblo (4,37; aquí por primera vez en Dt, en total x22) y la elección (bajar, también aquí por primera vez en Dt, de un total de x31). Lo que se destaca es que el obrar de Dios no está motivado por nada que Israel tenga o haga (ver 7,7), sino por pura iniciativa divina. Pero esta elección gratuita ha hecho que Israel sea “propiedad de Dios” (cf. 7,6; 14,2).




Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma    8, 14-17

Resumen: El bautismo sumerge a los creyentes en Cristo de tal manera que se unen al espíritu de Jesús. De ese modo, la plenitud de la filiación de Jesús y su relación filial y confiada con el Dios Padre se comunica a la comunidad y es testimonio de la propia filiación.


El capítulo 8 de la carta a los Romanos es la conclusión de toda la primera gran parte de la carta. Allí, luego de destacar que gracias a la plena unión con Cristo (= gracia) somos libres del pecado, de la muerte y de la ley finaliza destacando que esto ocurre por la donación plena del espíritu, el don escatológico por excelencia. El contraste viene dado entre el vivir según la carne (v.12) a un obrar “con el espíritu”. 


Con esta idea comienza el fragmento que la liturgia hoy nos presenta sobre “los que se dejan guiar con el espíritu de Dios” (v.14). Al recibir el espíritu se produce una suerte de fusión de todos los espíritus con el espíritu de Dios. Muy probablemente Pablo tenga en mente la imagen bautismal. Al sumergirse todos son/están “en Cristo”, y son “hijos en el Hijo”, usando palabras de Agustín. Esta filiación adoptiva es algo propio de Israel (huiothesía; cf. 8,23; Gal 4,5; ver Ef 1,5): de Israel “es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén” (Rom 9,4). Precisamente por hijos, somos herederos. Israel al salir de Egipto se dirige al “monte de tu herencia” (Ex 15,17), a la tierra que hereda (Dt 12,9) porque “la porción de Yahvé fue su pueblo, Jacob la parte de su herencia” (Dt 32,9), el rey es “jefe de la herencia de Dios” (1 Sam 10,1)… Pero al ser hijos por estar unidos a Cristo, “son descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gal 3,29).



La unión (bautismal) con Cristo, el hijo de Dios, hace a los creyentes ser adoptados también ellos como hijos. El contraste viene dado al destacar que “no han recibido el espíritu de esclavos” para volver al temor. El contraste hijos-esclavos fue usado con mucho provecho por Pablo en Gal 4,1-7 (esta unidad es muy semejante al texto de Romanos que comentamos) para resaltar la llegada del tiempo establecido por el padre para percibir la herencia. 


Pablo había dicho que nadie puede decir “Jesús es Señor” si no tiene el espíritu de Dios (1 Cor 12,3), ahora señala que la oración confiada que se dirige a Dios como “Abbá – Padre” es un testimonio de la unión de nuestro espíritu con el espíritu de Jesús y, por tanto, de que somos verdaderamente – como él – hijos de Dios.


Una nota sobre el término “abbá”. El término es arameo, y dice “padre” desde una perspectiva cargada de respeto y de confianza. El término sólo se encuentre x3 en el N.T. (x2 en Pablo, en nuestro texto y el paralelo de Gálatas que hemos señalado, 4,6 y una vez en los Evangelios, en el relato de la Pasión, Jesús en Getsemani, Mc 14,36). Siendo que Jesús hablaba arameo, y que en todas las oportunidades en que se dirige a Dios lo hace llamándolo “Padre” (la única excepción es en la cruz citando el Salmo 22: “Dios mío, Dios mío…”) lo más probable es que las comunidades hayan conservado el término arameo porque fue usado por Jesús. [Otro término arameo conservado es “maran athá” (o, menos probablemente “marana thá”, cf. 1 Cor 16,22: “¡el Señor viene!”]. El término abbá no existe en ningún caso que conozcamos en oraciones para dirigirse a Dios (sí hay algunos textos en los que se usa “padre mío” en hebreo, ’abî, por ejemplo en Qumrán). También esto es indicio de que Jesús ha de haberlo usado frecuentemente e invitado a los suyos a hacerlo también. El Dios que Jesús revela es un padre con el cual estamos invitados a relacionarnos afectiva y confiadamente.


Sin duda la mención de las tres personas de la Santísima Trinidad son las que provocan la inclusión de este texto en la liturgia aunque Pablo al hablar del espíritu no parezca estar pensando en una “persona” sino en un don. El don de Dios por excelencia en los tiempos escatológicos.



Evangelio según san Mateo     28, 16-20

Resumen: Jesús resucitado se encuentra con los Once en Galilea. Allí pronuncia el último discurso del Evangelio enviándolos de un modo misionero. Pero les garantiza que él estará siempre en medio de los suyos acompañándolos.



El texto evangélico es el final del evangelio de Mateo. Propiamente hablando no hace referencia a la Trinidad aunque encontremos una fórmula trinitaria. Toda la larga unidad anterior estaba constituida por tres escenas en torno al sepulcro:


1.    Las mujeres (María Magdalena y la otra María; cf. 27,61, seguramente la madre de Santiago y José, cf. 27,56) van al sepulcro [28,1-8]. El ángel les dice: “Y ahora vayan enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán.» Ya se los he dicho” (28,7);

2.    Las mujeres se encuentran con Jesús que les dice: «No teman. Vayan, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». (28,10)

3.    Los sumos sacerdotes sobornan a los soldados (28,11-15)


La escena con la que concluye en Evangelio es precisamente el encuentro de los discípulos (a los que Jesús llama “hermanos”) en Galilea (cf. 26,32). Mateo acota que el encuentro ocurre en un “monte”, que “Jesús les había indicado”. La importancia de los montes en Mateo es fácilmente notable: en un monte ocurre una tentación (4,8), en un monte Jesús comienza sus enseñanzas (5,1), Jesús ora en un monte (14,23), sigue enseñando y sanando desde un monte (15,29), en otro se transfigura (17,1) y finalmente en uno se encuentra resucitado con los “hermanos” (28,16).


La resurrección ha provocado un encuentro, y los que ven al resucitado lo “adoran” (prosekynêsan). En la tentación Satanás le pide ser adorado a cambio de los reinos del mundo y su gloria (4,9) y Jesús les dice que a Dios se ha de “adorar y sólo a él se dará culto” (4,10). Sin embargo, en el Evangelio son varios los que se postran ante Jesús: un leproso (8,2), un magistrado (9,18), los discípulos en la barca (14,33), una mujer cananea (15,25), la madre de los hijos de Zebedeo (20,20) e incluso las mujeres ante el resucitado (28,9). Sin embargo, aquí algunos todavía “dudan” (distázô). Este verbo se encuentra sólo una vez más en el NT, Pedro duda al caminar sobre las aguas manifestando así su “poca fe” (Mt 14,31). A pesar de lo que están viendo, algunos manifiestan su poca fe ante el resucitado. Esto motiva una última intervención de Jesús en el Evangelio:


Jesús reconoce que “me ha sido dado” (la voz pasiva indica que Dios se lo ha dado; el aoristo indica un momento preciso: ¿se lo ha dado en la resurrección?) “todo poder” (exousía) en el “cielo y en la tierra” (es decir, en todo el mundo). Ese poder se manifiesta en la enseñanza de Jesús (7,29), en su capacidad de perdonar pecados (9,6), en la expulsión de los vendedores en el Templo (21,23). Con la autoridad de su palabra los envía a “hacer discípulos” (el verbo, mathêteúô se encuentra una vez en Hechos -14,21- y luego solamente en Mateo: 13,52; 27,57; 28,19) a “todas las naciones” (ethnê), en el Evangelio se refiere a los paganos (4,15; 6,32; 10,5.18; 12,18.21; 20,19.25; 21,43; 24,7.9.14). Aunque la invitación a “todas las naciones” parece – en este contexto – incluir también a los provenientes del judaísmo. La Iglesia –tema importante en Mateo- es una nueva nación (ethnê) que debe dar frutos (21,43), que debe reconocer con fe a Jesús en los que tienen hambre, sed, frio… (25,32). 


Este “hacer discípulos” se concretizará en el bautismo. Parece provenir de la comunidad de Mateo la novedad de bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” ya que el cristianismo de los orígenes, por lo que sabemos, bautizaba en el nombre de Jesús (cf. Hch 2,38; 8,12.16; 10,48; 19,5; cf. 1 Cor 1,13.15; lo que no quita que la formulación trinitaria tenga elementos paulinos, cf. 1 Cor 12,4-6; 2 Cor 13,13). La importancia que este Evangelio tuvo en los comienzos del cristianismo (probablemente por la importancia a la identidad propia de los cristianos, que da el Evangelio de Mateo) influyó en que esta fórmula característica del bautismo se impusiera luego en la Iglesia universal. 


Al hacer discípulos deben “enseñar” (didáskontes) a guardar (ver 19,17; 23,3) lo que ha “mandado” (entéllô, de donde viene entolê, mandamiento; aunque en el Evangelio es sólo una cosa la que Jesús “ordena” y es no contar la transfiguración hasta la resurrección, 17,9; sin embargo, el uso es bíblico: Ex 7,2; 29,35; Dt 1,41; 4,2…). Este mandato misionero es la clave de toda esta unidad, la Iglesia no es un grupo cerrado en sí misma sino una comunidad que debe salir de sí hacia los otros. “Enseñar” y “bautizar” se encuentran ambos en participio presente, quizás bautizar y enseñar a hacer lo mandado por Jesús constituye el modo en que los discípulos “harán discípulos” a todos los pueblos.


El Evangelio culmina con una imagen clave de todo el libro. Desde el comienzo sabemos que Jesús es “Dios con nosotros” (1,23). Jesús dirá que “está” en medio de dos o tres que se reúnen en su nombre (18,20), que está en los pobres, hambrientos, sedientos, enfermos, presos… (25,40.45), en los discípulos (10,40), ahora afirma que estará “hasta el fin del mundo” en medio de los suyos (28,20). El Jesús de Mateo no se va (en ese sentido, no “asciende”) sino que está siempre en medio de los suyos.





Dibujo tomado de www.smangelrica.org

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