martes, 18 de septiembre de 2018

Comentario domingo 25B

El abrazo de Jesús muestra el camino del Reino

DOMINGO VIGESIMOQUINTO - "B"

Eduardo de la Serna



Lectura del libro de la Sabiduría     2, 12. 17-20

Resumen: el autor propone dos modos de vida contrastante: el del injusto y el del justo. Aquellos quieren deshacerse de este porque su modo de vida denuncia el propio. En especial por el espacio que da a Dios.

El libro de la sabiduría viene mostrando el modo de vida que llevan los injustos, pero “de pronto” éste se enfrenta con otro modo de vida, el que llevan “los justos”. Dos caminos se confrontan. La primera sólo mira su propio disfrute (2,6), oprimen al pobre, se desentienden de la viuda y del anciano para manifestar su fuerza y su poder. Pero el modo de vida del justo es en sí mismo una denuncia. Especialmente (vv.13-16, párrafo omitido en la liturgia) por su referencia a Dios a quién él se remite. Dos modos de vida se confrontan, ¿tendrá razón el justo? (v.17) El que vive conforme a la voluntad de Dios (el justo) tiene particularmente en cuenta al pobre o la viuda, el injusto, que sólo mira su propio placer, mira su ejercicio del poder, su fuerza que es las única norma de conducta.

Lo que el justo “dice” (vv.17.20) remite a Dios y a su propia vida. Para constatar la veracidad se propone hostigarlo para que quede de manifiesto la veracidad o no de sus “dichos”. Es sabido que – como actuaría un padre con sus hijos ante la agresión de los poderosos – Dios actúa en favor de los suyos (Sal 34,18-19.23). El injusto espera que Dios no actúe en favor del justo, con lo que su vida de placeres e injusticia queda validada (ante sí y ante los demás). Sin duda el autor (que está imaginando ficticiamente el razonamiento del /de los injusto/s piensa en quienes tienen poder, probablemente gobernantes y jueces. Dios actuará de modo consonante al obrar humano y el justo espera que este sea beneficioso para él.


Lectura de la carta de Santiago     3, 16-4, 3

Resumen: la carta manifiesta dos tipos diferentes de sabiduría que tienen manifestaciones visibles contrapuestas. La actitud frente a los demás, y en especial frente a los pobres son expresión de la sabiduría que viene desde Dios.


En 1,5 Santiago había dicho que el “falto de sabiduría” debía “pedirla” que Dios la dará. Pero (y coherentemente con lo que viene diciendo en adelante sobre las “obras” y la “fe”), Santiago invita a que quien tiene “sabiduría” la manifieste con su “buena conducta”, esas son “obras” hechas con la “docilidad / mansedumbre” (praûtês, cf. 1,21) de la sabiduría. Cuando se manifiestan, por el contrario, otras “obras” como  la envidia o la ambición (zêlos, eritheía, 3,14) esa no es “sabiduría de lo alto” sino “terrena, natural y demoníaca” (3,15). Desde aquí comienza el texto litúrgico, retomando tal zêlos y eritheía (envidia y ambición) que provocan desórdenes, tumulto y toda clase de cosas malas. En cambio, la “otra sabiduría”, la que viene “de lo alto” (de donde viene todo lo que es bueno y perfecto, 1,17) provoca una serie importante de frutos: es pura, pacífica, comprensiva, dócil, llena de compasión y frutos buenos, sin-parcialidad, sin-hipocresía. Esta serie de buenos frutos (u otros semejantes, cf. Fil 4,8) no pretende ser exhaustiva, simplemente se manifiesta y sintetiza como una búsqueda de paz (que obviamente contrasta con el desconcierto y la maldad) que alcanza la justicia (que es sinónimo de amistad con Dios, cf. 2,23). La “justicia” y la “paz” suelen ir con frecuencia juntas, especialmente entendidas como plenitud de los bienes escatológicos, un texto quizás influido en Is 32,17 (cf. Heb 7,2; Sal 72,3.7; Is 9,6; 60,17).

A continuación (4,1-3) el texto se detiene en la búsqueda de los propios “placeres” (êdonê, vv.1.3) que no manifiestan sabiduría. Los términos usados en la Biblia para referir a los placeres son muchos, por ejemplo el placer por la comida y la bebida, o los placeres sexuales. Santiago usa aquí êdonê (de donde viene “edonismo”) que no es necesariamente una situación de descontrol, como sí parece ser en este caso. Prov 17,1 dice, por ejemplo que “es preferible disfrutar (êdonê) un mendrugo en paz, que una casa llena de bienes y ofrendas injustas con discordia”. El “pan de ángeles” (el maná) “satisfacía (êdonê) todas las delicias y colmaba el gusto de todos” (Sab 16,20). En el caso de Santiago, lo que desean, o codician (v.2, epithimeô) pretenden conseguirlo a cualquier precio: matancombatenhacen la guerra; los placeres “luchan en los miembros” (se refiere a los miembros de la persona, no a los miembros de la comunidad). En 5,6 señala que los ricos explotando al pobre “matan”; el término vuelve a encontrarse en 2,11 donde vuelve a decirse del rico con respecto al pobre. Envidian (zeloô) y por lo tanto “pelean y combaten” (en 4,1 se había preguntado retóricamente “de dónde proceden”, aquí se aclara: de la envidia). 

Lo central que señala Santiago es que todo lo que desean podrían obtenerlo si lo pidieran (recordar 1,5). Pero – para ser más preciso – piden mal. Esto no se refiere a que es un pedido “mal hecho” sino un pedido que tiene como única intención “gastarlo mal” (gastar es un término claramente económico, cf. Mc 5,26; Lc 15,14; Hch 21,24 y también en ese sentido ha de entenderse 2 Cor 12,15). Los deseos, entonces, no se refieren a “deseos sexuales o alimenticios” [el texto no ha de leerse en clave estoica, o de otros autores helenistas, como Filón de Alejandría] sino a deseos de poder, que llevan a luchas y conflictos, deseos en los cuales no ha de olvidarse la actitud de los ricos hacia los pobres; en ese sentido lo usa, por ejemplo Lc 8,14. Lo negativo de estos “deseos” está dado por ser opuesto al horizonte religioso (no en un dualismo antropológico), sus efectos se manifiestan en las relaciones interpersonales y comunitarias. Un deseo dedicado al consumo (“gastar”) que mira el propio placer y no a los demás (y en especial a los pobres) es algo que no es querido por Dios y que sólo sirve para provocar conflictos, ese deseo mata.


Evangelio según san Marcos     9, 30-37

Resumen: un nuevo malentendido de los discípulos a raíz del anuncio de la pasión da pie a que Jesús muestre la inversión de los valores culturales, lo que será algo propio del Reino de Dios y del Dios del Reino.


El segundo anuncio de la pasión de Marcos tiene más apariencia redaccional que el primero y el tercero. De hecho, por ejemplo, el consiguiente malentendido de los discípulos no ocurre instantáneamente como es en el primero y el tercero – y se sucede a partir de una pregunta de Jesús. No sabemos que hayan discutido por el camino, solo que no comprendían y, como es habitual en Marcos, esta posterior aclaración ocurre en privado, en la “casa”, que es en lugar de la catequesis y la predicación. Como también ocurre en cada malentendido posterior a los anuncios de la muerte, Jesús lo aclara con la fórmula “el que quiera…” (o “si uno quiere…”). Los discípulos no entienden bien a Jesús, y él debe aclararles que si quieren serlo (lo cual es un tema nuclear en todo el Evangelio de Marcos) han de “cargar la cruz” (8,34), ser “último y servidor” (9,35) y “servidor y esclavo” (10,43.44) [la semejanza entre el segundo y el tercero refuerza la idea de que el segundo es redaccional, quizás porque Marcos gusta presentar muchas cosas de a tres; el primer y tercer malentendido, por otra parte, viene provocado por Pedro y por Santiago y Juan, personajes muy importantes en Marcos].

Es importante señalar que el contexto del “camino” (hodos) es importante en los tres anuncios de la pasión y su consiguiente malentendido (cf. 8,27 [v.33]; 9,33.34; 10.32). El término “camino” es importante, aunque no se ha de exagerar (puesto que en un texto narrativo es razonable que se “camine” y no se ha de entender todo en sentido metafórico; por ejemplo, 4,4.15; 8,3; y quizás 2,23 y 11,8 parece que deben leerse literalmente). Juan el Bautista prepara “el camino” del Señor (¿Dios? ¿Jesús?) (1,2.3). Los discípulos no han de llevar nada “para el camino” (6,8). El rico que se arrodilla ante Jesús lo detiene en “el camino” (10,17), el ciego de Jericó, que estaba sentado junto al camino, sigue a Jesús  por el camino a Jerusalén, es decir, a la pasión (10,46.52). Jesús enseña “el camino de Dios” (12,14). En el contexto de los relatos de la pasión y los malentendidos, en los que se destaca el discipulado, en especial en el tercero en el que el “camino a Jerusalén” añade densidad al “camino de discipulado” el término hodos es importante ser destacado.

En actitud de enseñar en la casa, se detiene del camino y se sienta. En algunas ocasiones, como esta, la referencia a los Doce expresa la intención de Marcos de la enseñanza en privado (4,10; 10,32), suele ser expresión de la intimidad (cf. 3,14.16; 6,7; 11,11; 14,10.17.20.43).

La inversión de los valores culturales y sociales, propia del Reino (y de lo que los relatos subsiguientes serán ejemplo) viene dada por cómo es posible ser el “primero” (prôtos) para lo que se ha de ser “último de todos / servidor de todos” (pántôn ésjatos / pántôn diákonos). El contraste entre “primeros y últimos” tiene algunos aspectos que deben ser notados. Moverse entre extremos narrativos es habitual en la poética hebrea (merismo). En este caso, como se dijo, es expresión de la inversión propia del reino, manifestada en el dicho: “muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros” (10,31). Es evidente que la referencia no alude a una precedencia de llegada, sino a una referencia social, como el paralelo “últimos” -  “servidores” lo demuestra. Servidor (el sustantivo) se encuentra sólo aquí (y en su paralelo de 10,43) en Marcos y siempre en sentido social (en cierto modo paralelo a esclavo) se encuentra en los Evangelios (Jn 2,5.9; 12,26; Mt 20,26; 22,13; 26,11). En Pablo, en general, ha de entenderse como un estar al “servicio” del Evangelio, aunque ya llegando a la tercera generación cristiana (1 Timoteo 3,8.12; 4,6) el término empieza a institucionalizarse, cosa que se ve también en Ignacio de Antioquía hasta finalmente llegar al ministerio ordenado del diácono. El verbo “servir” (diakonéô) en 1,13.31; 15,41 se refiere a quienes “sirven” a Jesús (en el primer caso, ángeles, en los restantes, mujeres). Pero Jesús es modelo de servicio: “tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (10:45).

Esta escena de servicio se va a reflejar en una imagen claramente contra-cultural: el niño, en el mundo antiguo es visto como un adulto incompleto (basta mirar tantos dibujos o pinturas antiguas en las que los niños son mostrados como pequeños adultos). El niño ha de ser “educado”, lo que supone rigor y varas. El niño no sabe reconocer lo bueno y rechazar lo malo (Is 7,16) el padre debe enseñarles (Is 38,19). Cuando en 1 Cor 14,20 Pablo les dice a los destinatarios que no sean “niños en juicio”, que sean “niños en malicia” lo contrasta con “plenos en juicio”. Puede decirse que no tiene sentido “recibir” niños. Lo que Jesús hace es abrazarlo (en 10,16 vuelve a encontrarse, también referida a niños y sólo aquí en el NT, cf. Pr 6,10; 24,33). El verbo recibir, también es infrecuente en Marcos: en 6,11 alude al no “recibimiento” de los misioneros, mientras que en 10,15 habla de “recibir el reino como un niño”. Pero en el texto, recibir al niño es como una especie de “sacramento” de “recibir” a Jesús y – por lo tanto – recibir asimismo a “Aquel que me ha enviado”; se trata de recibirlo “en mi nombre”. Por tanto, todo indica que “recibir al niño” es usado metafóricamente, y la imagen del “abrazo” sea la que ilustra la siguiente, la recepción. Dedicarse a los insignificantes, ponerlos en el medio, abrazarlos (aunque parezca y sea una pérdida de tiempo) es un hecho cristológico. 

Al presentarse Jesús como “enviado” (apostellô) de Dios en esta unidad claramente centrada en el discipulado resalta la interrelación entre “el que” – “a mí” – “aquel que me envió”. La fórmula “aquel que me envió” (sólo en esta unidad en los tres sinópticos) es frecuente en Juan (3,34; 10,36; 12,44.45; 13,20; 16,5) en quien es habitual la cristología del “enviado”. En este caso, la intención está dirigida a cómo deben comportarse los que pretenden ser discípulos, y – contraculturalmente – reconocer que a Dios se lo ha de encontrar en lo más inesperado, precisamente en donde no se lo busca. El Dios del Reino se identifica con los niños, del mismo modo que el que quiera ser discípulo ha de hacerse último, o servidor.


Foto tomada de www.cadenagramonte.cu

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