¿Podemos soñar con algo nuevo?
Aportes desde la eucaristía a nuestro presente*
Se dice que el sistema liberal, triunfante en la Guerra Fría, ha
demostrado, con su triunfo (que da derechos), que la economía de mercado es la
única solución económica aplicable. El Nuevo Orden Mundial ha encontrado un
espacio político internacional para desarrollar su ideología (que no es tal ya
que estas han muerto). Con esto se ha llegado al fin de la historia y sólo
queda esperar pequeños progresos que la misma Ley de mercado irá dando
naturalmente.
Este es, un poco simplificándolo, el
discurso imperante en el presente. No es este el momento de cuestionar las
diferentes afirmaciones que están en este párrafo. Personalmente, preferimos
pensar que nos encontramos ante uno de los momentos bisagra de la historia, en
la cual esta empieza a cambiar hacia una nueva etapa de la humanidad. Pero
dejamos esta tarea a los poetas, a los sociólogos, filósofos y aquellos que
están en mejores condiciones que nosotros para analizar la realidad... Nuestra
intención es iluminar desde la Palabra de Dios nuestro presente. ¿Cómo? Sin
dudas que la Biblia no habla del sistema económico imperante; la actitud frente
a los imperios es ambigua en más de una oportunidad, la situación social,
política, internacional, es, ciertamente, diferente -muy diferente- a la
nuestra actualmente. ¿Qué podríamos, entonces, pretender que la Biblia nos diga
de nuestro presente?
Podríamos buscar textos que nos
refieran a la actitud frente a los pobres; nuestra responsabilidad
frente a ellos y la actitud de Dios frente a ellos... (¿Cuál es la actitud
hacia los pobres -los preferidos de Dios- en el sistema imperante?).
Podríamos tomar el tema de los
ídolos, tan importante en el Antiguo Testamento y no menos serio en el
Nuevo Testamento. Los adversarios de Dios que buscan ocupar su lugar y que
"dan respuesta" a todos los interrogantes de la humanidad... (¿Acaso,
en nuestro tiempo, el mercado con sus leyes, no se transforma en un ídolo?).
Podríamos hacer referencia al fin
de la historia a lo largo de los diferentes escritos bíblicos, y el
compromiso con el prójimo que eso supone... (Hablar de fin de la historia sin
tener en cuenta los dones de Dios a sus hijos no es -bíblicamente- coherente).
Podríamos hablar de los signos de
los tiempos que los diferentes autores bíblicos nos invitan a descubrir, y
particularmente a los signos de nuestro presente... (Hay signos de Dios y su
proyecto, y hay signos del anti-proyecto de Dios. La vida y lo que viene con
ella son signo de un Dios vivo y que quiere la vida).
Podríamos tomar el Reino de Dios
en su dimensión tanto presente como futura y descubrir el compromiso que eso
significa en relación a Dios y al prójimo... (El Reino, Buena Noticia que se
anuncia a los pobres, no parece un anuncio para la gran mayoría del mundo ni de
nuestro país).
Podríamos descubrir que la misma
pedagogía de Dios nos invita gradualmente a abandonar (¡y rechazar!) la idea
del "do ut des" para reemplazarla por una fuerte dinámica de la
gratuidad a imagen de Dios... (Sólo lo gratuito es signo del amor, y por
tanto, signo del amor y la presencia de Dios).
Podríamos tomar estos u otros
diferentes textos o temas bíblicos. Todos conducirían con mayor o menos énfasis
a denunciar la imagen vigente de un Dios lejano y desinteresado, o -peor aún-
bendiciendo la ideología triunfante...
En realidad, hemos preferido enfocar
el trabajo desde otra perspectiva. una perspectiva que en cierta manera recoge
bastante de lo anterior, pero que, asimismo denuncia constantemente y desde sus
raíces más profundas muchos aspectos de nuestra realidad.
La eucaristía, los ricos y los pobres
La "fracción del pan"
aparece como encuentro de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42ss). Todo
parece indicar que ya desde el comienzo, los primeros cristianos experimentaron
en la celebración eucarística la presencia viva del Señor resucitado en medio
de la comunidad. Cuando el autor del Evangelio de Lucas debe anunciar la Buena
Noticia de la vida pascual de Jesús, le dice a los suyos que el Resucitado se
aparece a dos discípulos "el primer día de la semana" (= domingo), que
sus corazones arden cuando les "explica las escrituras" y que lo
reconocen "al partir el pan" (Lc 24,13-35). Los cristianos de la
comunidad de Lucas sabrían leer claramente, en ese texto, que Jesús resucitado
sigue apareciéndose, "caminando", en la comunión eucarística...
Sin embargo, sería demasiado idílico
creer que los primeros cristianos vivían "eucarísticamente". El
primer testimonio escrito que tenemos de la celebración, nos presenta una
comunidad dividida. Es verdad que la comunidad corintia (a ella nos referimos)
parecía encontrar por todas partes motivos para la división, pero Pablo se
muestra particularmente duro contra este "atentado al Cuerpo de
Cristo".
La comunidad parece haber olvidado
sus raíces; las tradiciones, los sacramentos (Bautismo y Eucaristía); el
"primer amor" parece olvidado por los motivos más diversos. Pablo,
que al principio quería presentar una "escala de valores", viendo que
las cosas son más difíciles de lo que creía, decide atacar el mal corintio
desde su raíz. Apunta al amor, apunta a las fuentes. En el caso de la eucaristía,
la comunidad se reunía en la cena común; todos ponían todo en común
(lógicamente, los ricos ponían más)... Al reunirse la comunidad, comenzaba la
cena con eucaristía incluida. Sin embargo, los pobres (con más razón los
esclavos) tardaban en llegar. Esto determinaba que los que llegaban más tarde,
se quedaran sin nada, "mientras unos comen hasta hartarse, otros pasan
hambre". La unidad que debe expresarse en la cena eucarística está rota.
Pablo no duda y es terminante: "eso no es la Cena del Señor" (11,20).
A Pablo parece no importarle si realmente el pan es el cuerpo de Cristo o no;
la cena es "propia cena", no la "del Señor". Así como el
Bautismo debe hacernos "uno" y es inconcebible la división interna
(capítulos 1-4), el Cuerpo eucarístico nos une en el Cuerpo eclesial ("un
solo cuerpo somos", 10,17). La división atenta contra la realidad misma de
la Eucaristía. En lugar de alimentarse con la muerte salvadora del Señor, "come
y bebe su propio castigo" (11,29). Antes de sentarse en la mesa, es
indispensable "discernir el Cuerpo"; ¿Cuál? ¿el cuerpo eucarístico?
¿el cuerpo que es la Iglesia? Parece referirse a los dos: Iglesia-comunidad y
Cuerpo-Eucaristía se implican mutuamente. Marcar divisiones donde debe reinar
la unidad es atentar contra la raíz misma del Evangelio. Quienes comen su propia cena, sin discernir en los
pobres a sus hermanos, comen su propio
castigo. La vida del pobre, la unidad, en una palabra, el amor, marcan la línea
divisoria entre nuestra propia cena y la cena del Señor. De un lado, Jesús y los
pobres; del otro los que no disciernen el Cuerpo. ¿Y nosotros?
La eucaristía, permanencia en el amor
El verbo permanecer, en el Evangelio
de Juan es muy importante. Permanecer es estar tan íntimamente unidos que nos
hace uno con aquel en quien permanecemos. El Padre permanece en Jesús y Jesús
en el Padre (Jn 14,10s; 15,10); sólo permaneciendo en Jesús el discípulo puede
dar fruto, del mismo modo que sólo puede darlo la rama cuando está unida a la
planta (15,1-17). El que escucha las palabras de Jesús permanece y está en
perfecta comunión con el Padre (15,7), tanto como permanece la cólera de Dios
en el que no cree (3,36) o como permanece el pecado en el que no "ve"
(= creer) (9,41).
El interesante capítulo 6 de Juan
nos presenta, a continuación del signo de la multiplicación de los panes, un
discurso de Jesús como pan de vida. Nuevamente, como es frecuente en Juan, el
tema es la fe: "el que cree tiene vida. Yo soy el pan de vida"
(6,47s). Sin embargo, a partir del v.51, el discurso parece ir en otro enfoque.
El pan (= alimento, = fe) pasa a referir al pan eucarístico. Es el pan del Hijo
del hombre, la figura escatológica de la apocalíptica judía; es la verdadera
comida, y verdadera bebida,
"el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él"
(6,56). El alimento eucarístico nos pone en comunión estrecha con Jesús-Hijo
del hombre. De hecho, es Jesús mismo, como Hijo del hombre, quien da el
alimento que "permanece para la vida eterna" (6,27). Sin embargo,
este "permanecer", no es ajeno a los frutos que la permanencia
produce. En Jesús "permanece" el Espíritu (1,32s), y el discípulo
modelo (= discípulo amado) es el que permanece hasta la vuelta de Jesús (21,22).
La permanencia es fidelidad, consecuencia de la fe. Por eso, el que permanece
da fruto y el fruto es el amor. El que no permanece no puede hacer nada (15,5)
y sólo sirve para el fuego purificador (15,6). El que permanece ama como él
amó, hasta el extremo (13,1), revelando todo lo que oyó al lado del Padre
(15,15). Es para ese amor que nos ha elegido (15,16). En suma, la fe, la
palabra de Jesús, la Eucaristía, nos llevan a permanecer, a una estrechísima
unidad con Jesús y entre nosotros. Esa permanencia se manifiesta en el fruto
del amor que nos hace "como" Jesús ya que el que ama ha conocido a
Dios (1 Jn 4,8).
Hablar de participación eucarística
sin unidad, sin amor hasta el extremo, sin frutos de vida, es hablar de un
árbol que no da fruto y al cual el Padre "lo corta" (15,2).
La eucaristía y la sangre derramada
El relato eucarístico de Lucas y el
de 1 Corintios parecen tener una raíz u origen común. La sangre derramada, es
la "nueva alianza en mi sangre" (Lc 22,20; 1 Cor 11,25). Ya no es,
como en Marcos y Mateo, "mi sangre de la alianza" (Mt 26,28; Mc 14,24).
Este último texto parece tomado del relato de Ex 24,8 donde Moisés rocía al
pueblo con la sangre de los sacrificios de comunión estableciendo una alianza
entre Dios e Israel. En cambio, el texto de Lc-1 Co hace referencia a la nueva
alianza. Sin dudas que se refiere a la alianza que no es como aquella alianza
en que Dios tomó a Israel para sacarlo de Egipto. Es una alianza que calará
hondo del mismo pueblo, hasta el interior, hasta el más recóndito lugar de las
decisiones (= el corazón) donde todos amarán a Yahwéh desde pequeños y los
pecados serán perdonados (Jer 31,31-34). El mismo pueblo se renueva desde lo
más profundo.
La sangre de Cristo sella esta
alianza nueva. La eucaristía es esa "Nueva alianza en mi sangre". Un
nuevo pueblo se gesta... No hay -bíblicamente- alianzas sin sangre (ver Heb
9,18.20; 10,29; 12,24; 13,20) y es la sangre de Cristo, presente en la
Eucaristía, la que sella esta alianza, la que gesta un nuevo pueblo. No
podríamos hablar de la eucaristía sin sentirnos miembros de un mismo pueblo,
renovado y comprometido por la sangre derramada de Jesús. Sabernos pueblo, por
otra parte, nos compromete a la fidelidad a la alianza, al amor
(= conocimiento); la eucaristía nos compromete en esa alianza de vida.
La eucaristía y el pueblo de hermanos
Si la eucaristía remite al
"pueblo", es sacramento del pueblo, entonces la eucaristía también
dice algo de nosotros y de los otros. El pueblo de Israel es consciente de que
la alianza (lo mismo vale para la nueva alianza) sella una relación con Dios,
pero asimismo sella una relación con los demás miembros del pueblo. El miembro
del mismo pueblo es un "hermano". Descubrir en el otro un hermano, y
vivir la relación con él como encuentro de fraternidad, es consecuencia lógica.
Amós denuncia fuertemente la injusticia no por moverse con diferentes criterios
(= ideología) a los imperantes, sino porque el otro es un hermano y la
injusticia desnuda la fraternidad quebrada; lo mismo debe decirse de las demás
críticas proféticas a la injusticia.
El relato paulino de la eucaristía
termina, precisamente, con una exhortación que resume lo dicho con el término
"hermanos míos" (11,33). Ser hermanos implica esperarse, comer
juntos, compartir el alimento y la vida. Ser miembros del pueblo, ser hermanos,
tiene consecuencias para la vida, y particularmente para la vida de los
hermanos a quienes no se trata precisamente como tales.
La eucaristía presupone una vida
fraterna. El otro cuenta para mí. El otro es parte importante en mi vida, es mi
hermano. Cuando el otro es tratado, amado, servido como hermano, entonces
llevamos una vida eucarística, y la eucaristía no se transforma en un rito sino
en una auténtica acción de gracias.
La eucaristía y el culto vacío
Lo dicho anteriormente, es coherente
con la constante crítica de los profetas al culto vacío, es decir, al culto que
no va acompañado con la vida. Tan importante es este punto que se ha llegado a
decir (exageradamente) que los profetas (al menos los preexílicos) rechazan el
culto. Sin embargo, es verdad que dar culto a Dios descuidando el servicio al
hermano es, para los profetas, un absurdo. Dios rechaza eso: "¿quién se
los pidió?" (Is 1,11-17; Am 5,21-27; Os 6,6). Por su parte, Jesús vive
coherentemente con este principio. No sólo cita el texto de Os al que hemos
referido (Mt 9,13; 12,7), o a Is: "Este pueblo me honra con sus labios,
pero su corazón está lejos de mí" (Is 29,13 en Mc 7,1-13), sino que su
actitud constante enfrenta esta "hipocresía": "no el que dice
Señor, Señor... sino el que haga la voluntad del Padre" (Mt 7,21). En esta
misma línea de denuncia profética debe ubicarse la expulsión de los vendedores
del Templo. Jesús denuncia el culto vacío (o la vida vacía en el culto). La
denuncia de la eucaristía corintia que realiza Pablo: "no es la cena del
Señor" se enlaza perfectamente en continuidad con esto.
La eucaristía y el pueblo de Dios
La Eucaristía es impensable sin la
idea de pueblo de Dios. No sólo por el contexto pascual (en la pascua nace el
pueblo de Dios, pueblo de la alianza; en la nueva pascua se sella la alianza
nueva del pueblo nuevo); también la referencia al maná nos pone en clima y
contexto de "pueblo peregrino", alimentado por Dios en el desierto
(cfr. Ap 12,6): el discurso del Pan de vida, al que ya hicimos referencia, está
en pleno contexto de discurso sobre el maná (6,31.49.58). Lo mismo, también lo
hemos dicho, vale para la imagen del Cuerpo (tanto eucarístico como eclesial)
de la que se sirve Pablo. La eucaristía es alimento del pueblo. Nada más lejano
a un alimento individual, aislado y solitario. No es un encuentro de piedad
personal sino un encuentro de hermanos, miembros del mismo pueblo.
Pero este pueblo, no es simplemente
un pueblo "constituido". Es un pueblo liberado. La referencia a la
pascua y al éxodo lo confirma. El relato de los sinópticos (más aún si
agregamos la cita de Éxodo de Mt y Mc) presenta expresamente la Eucaristía como una comida pascual. Es sabido que
la fecha de la pascua (y por tanto, de la Última Cena) es diferente en los
Sinópticos y en Juan (más allá de los intentos de armonizarlas suponiendo
diferentes calendarios). Juan nos presenta a Jesús muriendo la víspera de la
pascua, mientras que los Sinópticos nos refieren a Jesús muriendo en pascua.
Sin dudas, ambos se mueven con intenciones teológicas. Presentar la cena
eucarística como una cena pascual es, evidentemente, decir que la Eucaristía
reemplaza la fiesta de la Pascua. La reemplaza porque la supera, porque la
lleva a su plenitud. La Eucaristía es, por tanto, la fiesta del pueblo
liberado. De una liberación llevada a su plenitud. No es una liberación
diferente, "espiritualizada", sino una liberación perfecta. Desde la
raíz más profunda de todo lo que destruye al hombre, de todo lo que destruye la
fraternidad, la armonía del pueblo: el pecado y las consecuencias de este en la
vida de los hombres y del pueblo.
La eucaristía y la relación con Dios
La liberación que trae implicada la
Eucaristía implica una profunda relación con Dios. La idea de pueblo, a la que
ya hemos hecho referencia, no es entendible, en la Escritura, separada de Dios,
el que elige, el que establece la alianza, el que libera. La relación con Dios
es tan estrecha que la alianza es, incluso, vista con imágenes de matrimonio.
El miembro del pueblo de la alianza es "de" Dios. Esto hace que su vida toda también lo sea; no es un
pueblo como los demás pueblos, es un pueblo separado, santo... Su vida (no
hueca) debe ser, entonces, una vida de alianza, una vida de amor. De allí que
todo en el pueblo sea visto en relación a Dios; él es quien marca el camino (la
Ley). Dios es el constante referente de la vida del pueblo y de los miembros de
la comunidad. No es sólo un pueblo liberado del faraón o del pecado, es sobre
todo un pueblo libre, y es Dios mismo el que marca con su amor el camino para
ser verdaderamente libres.
La eucaristía, entonces, es una
comida de un pueblo que mira "para arriba" (cfr. Col 3,1), que quiere
volar alto. Que se niega a confundirse con los demás porque no es como los
demás. Pero que no se aísla de los demás como secta de perfectos sino que se sabe
comprometido a llevar a todos la liberación, de mostrar a todos los caminos de
vida, los caminos de Dios. La
eucaristía impide que nos quedemos estancados en pequeños proyectos o en una
vida sin vuelo; la eucaristía nos mete de lleno en el proyecto de Dios que es
proyecto de vida para todos, que es proyecto de vida eucarística.
La dimensión escatológica de la Eucaristía
La referencia a la liberación
pascual y la realidad no-liberada que vivimos, nos invita a descubrir que esta
liberación ya está, por un lado, comenzada, pero no ha llegado todavía a su
plenitud. La mirada puesta en la realización plena del proyecto de Dios nos
pone en pleno contexto escatológico. La referencia a "la carne del Hijo
del hombre" (Jn 6,53) ya lo había anticipado. Muchos otros elementos de la
cena pascual tienen profunda resonancia escatológica; de hecho la cena es una
cena escatológica. No sólo porque es "pan del cielo", sino también
porque refiere al perdón de los pecados (algo que los judíos esperaban para el
final de los tiempos: "todos los elegidos vivirán y nunca caerán en el
pecado... aquellos que tengan la sabiduría serán humildes y nunca retornarán al
pecado" dice el apócrifo libro de Henoc [5,8]; cfr. 1QS 4,20-23), y porque
refiere a que el próximo vino será el "vino nuevo en el Reino" (Mt
26,29).
Nada más ajeno a una plena
comprensión de la eucaristía que una vida que sólo mira la pequeñez de su hoy.
La eucaristía nos pone en tensión escatológica. De hecho nuestra vida misma
debe ser escatológica ("han resucitado con Cristo, busquen las cosas de
arriba", Col 3,1). La tensión escatológica, lejos de frenar esfuerzos y
quitar entusiasmo, da sentido, orienta nuestra vida y alienta nuestros
esfuerzos. La vida fraterna de la nueva alianza encuentra nueva iluminación en
la luz que nos llega desde la Pascua. Hasta la misma muerte encuentra sentido
en una vida escatológicamente vivida. En ese sentido, podemos decir que los
mártires, que tan generosamente siguen regando nuestro suelo latinoamericano,
no sólo muestran fidelidad a la esperanza del Reino, sino que además llevan una
vida eucarística. Su muerte es eucarística (no en vano muchos han muerto en
contexto eucarístico: Mugica, Romero...). La eucaristía, entonces, nos pone en
un clima de vida generosa; nos sumerge en la escatología que da nueva dirección
a la vida. En ese sentido, podemos decir que la Eucaristía confirma la vigencia
de la utopía de la vida nueva, del Reino del Dios de la vida.
La eucaristía, fiesta y gratuidad
La eucaristía, en toda la sencillez
evangélica, no deja de mostrar dos elementos muy importantes de la vida: la
fiesta y la gratuidad. La eucaristía es fiesta de vida, y cuando se celebra la
vida se comparte y se alcanza más vida. La fiesta termina de quebrar toda
imagen individualista, y llama a la solidaridad: en el festejo, en la comida,
en la fraternidad... Fiesta es recuerdo, es encuentro y es proyecto. La fiesta
pascual no sólo recuerda la experiencia del éxodo, sino que además la actualiza
y compromete, en familia (es fiesta familiar), con la obra de Dios. La
celebración eucarística no sólo recuerda la pascua salvadora, sino que hace
presente la misma vida derramada que derrama vida, y nos pone en tensión
escatológica. De hecho, la misma vida es escatológica, eucarística y de fiesta.
Es lógico, entonces, que la vida se celebre. La eucaristía es la fiesta de los
hermanos liberados, reunidos con un mismo Padre y compartiendo la vida. La
eucaristía no puede entenderse sino en fiesta, vida para todos y vida en
abundancia.
Pero la vida, que es en primer
lugar, la vida de Jesús, es vida generosamente regalada. Dada totalmente hasta
no quedarse con nada. La eucaristía es presencia del amor extremo. Pero el amor
(más aún, si es posible, el amor "hasta dar la vida") es
absolutamente gratuito. No espera nada a cambio. Simplemente se da, y dándose,
da vida.
Si la clave para entender el más
profundo sentido de la eucaristía es el amor, debemos concluir que la
eucaristía nos sumerge en un clima de absoluta gratuidad. La vida regalada, el
pan regalado, sin esperar nada a cambio, "recibieron gratis, den
gratis" (Mt 10,8). La eucaristía es el máximo don de vida y amor, y
recibiéndolo experimentamos profundamente toda la gratuidad del amor. Pero como
el amor llama al amor, necesariamente, ese amor gratuito nos empuja desde
dentro a más amor, a la gratuidad desde dentro de nuestra misma vida en la vida
de los otros.
La eucaristía en un mundo de injusticia
Partiendo de los datos bíblicos, no
hemos intentado hacer un estudio exhaustivo de uno o varios relatos bíblicos de
la eucaristía. Hemos intentado dejar a la Biblia hablar en un tema central de
nuestra vida creyente y seguidora de Jesús. Es oportuno intentar una breve
síntesis de lo dicho a fin de sacar alguna conclusión para nuestro tiempo...
La eucaristía no es un sacramento
individualista y personal sino el alimento de un pueblo, pero alimento que
supone la vida de un pueblo. Vida de solidaridad y justicia, vida de
fraternidad y compromiso con la vida. La injusticia, la pobreza son
incompatibles con la eucaristía hasta el punto de desnaturalizarla totalmente;
la eucaristía supone un mundo fraterno y escatológico. El amor tiene la última
palabra. El pueblo de la nueva alianza debe descubrir en su propia identidad la
vida que le ha sido dada. Esta vida no es dada para guardarla sino para
regalarla festiva y gratuitamente...
Ya hemos presentado el sistema
imperante y la ideología que lo sustenta. Uno podría preguntarse si en este
mundo así "sub-vivido" tiene sentido, o peor aún, si es válido
celebrar la eucaristía en estas condiciones de individualismo, no-fraternidad y
pecado, uno podría preguntarse si es verdaderamente "la Cena del
Señor"... Es verdad que hay mucho de "anti-eucarístico" en
nuestra vida, y en nuestro sistema de vida, pero vivida con honestidad,
fidelidad y amor, la eucaristía tiene sentido... La eucaristía vivida como
encuentro, fiesta y vida, denuncia desde su misma raíz un mundo sin amor, un
mundo donde el hermano (particularmente el pobre) no cuenta; la eucaristía
denuncia un mundo donde sólo importa lo que se recibe, no lo que se da, donde
importa el momento vivido, no el sentido de lo sembrado... Frente a un mundo
que acentúa el "carpe diem", que acentúa la supuesta
"insignificancia" de las cosas que son "posibles" mientras
que no podemos soñar con cosas grandes [que cambien el mundo], e incluso
asegura la "muerte" de las ideologías y utopías, la eucaristía -en
cambio-, nos muestra con la sencillez de la siembra y la fuerza de la cosecha
que la vida de Dios, su proyecto de amor y la utopía del Reino, se hacen
presente en la fiesta gratuita del amor derramado en la cruz y son alimento del
pueblo en cada vida eucarísticamente vivida y en cada eucaristía vívidamente
vivida. La eucaristía, eucarísticamente entendida, quiebra desde su raíz la
cáscara del sistema, inaugurando desde siempre y para siempre un mundo nuevo, y
siempre renovado, una nueva alianza, una nueva pascua, un nuevo pueblo, una
nueva vida...
(*) Artículo
publicado en Tercer Milenio, Nº 1 (1993) 18-19. [quisiera señalar que hoy hubiera utilizado un lenguaje inclusivo que aquí no incluí. Mantengo el original por fidelidad al texto]
Dibujo
tomado de https://www.ciudadredonda.org/articulo/la-eucaristia-como-celebracion-de-la-vida-diaria
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