Nosotros, los perfectos
Eduardo
de la Serna
Hay una serie de palabras
semejantes que merecen ser pensadas, porque marcan nuestra vida: perfectos,
puros, santos… Palabras buenas, por cierto; palabras maravillosas; palabras que
reflejan lo que queremos y – quizás, además – debiéramos ser, pero… ¡no lo
somos!
Y quisiera reflexionar a partir
de esto, brevemente, porque me parece importante para mirarnos como cristianos
en la sociedad y dentro de la comunidad eclesial.
Para empezar, una distinción:
esas palabras no significan lo mismo en la Biblia que en nuestro lenguaje
cotidiano. Significan cosas muy distintas en uno y otro ámbito. Casi estoy
tentado de decir que ser santo/puro/perfecto en la Biblia es relativamente
fácil mientras que serlo en nuestra vida diaria es prácticamente imposible. Valga
la imagen como disparador. Para empezar, señalemos que para la Biblia santo y puro son sinónimos, y se trata de algo ritual, no ético, o moral.
Se trata de una suerte de suciedad ritual. Si uno toca sangre queda impuro,
pero basta con purificarse y cumplir lo ritualmente prescrito y ¡ya!; ya es
puro, o santo nuevamente. Por ejemplo, si uno nace en un pueblo cualquiera del
globo y no es judío, es impuro, o profano. Pero puede volverse judío por la
conversión (ser prosélito) y pasa a ser puro, o santo. Insisto: no se trata de
algo ético, nadie dice que estos o aquellos sean mejores o peores, se trata,
insistimos, de algo ritual. Y, por lo tanto, respetando los ritos previstos es
posible ser puro o ser santo. En cambio, usando nuestras categorías, ser puro o
santo es algo que está siempre adelante, como una utopía, como una meta. Es
más, creerse tal suele ser indicio de no serlo. Sobre la perfección, se
puede decir algo más, pero en el mismo sentido: los caminos de Dios son “perfectos”
(2 Sam 22,31). La “perfección” (tamîm)
es “entereza”, “honestidad”, “completez”. Los que “caminan en la perfección” (Sal 84,12) son los que viven (aún en lo privado) con “amor y
justicia” (Sal 101,2). El Nuevo Testamento entiende que esa “perfección” ha
llegado con Jesús, puesto que abre el camino para vivir plenamente la voluntad
de Dios (= reino de Dios), de allí que el “sean santos como Dios es santo” (Lev
11,44) Mateo lo relee como “sean
perfectos” (5,48). Se puede decir que, para este evangelio, “ser perfectos” es
sinónimo de “ser cristiano”. Para
Pablo
hay que discernir lo “bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12,2) y ese es el
culto que agrada a Dios. Pero lo “perfecto” por un lado ya está presente,
mientras que por otro aún no ha llegado (comparar 1 Cor 2,6 y 13,10). Es
frecuente, en Pablo, esta tensión entre el indicativo y el imperativo, por eso,
aunque somos perfectos [indicativo] puede decir “sean perfectos” [imperativo (2
Cor 13,11)]. Esta tensión se ve claramente reflejada en Filipenses 3 ya que dice
que no es perfecto (3,12) pero enseguida pide que “los que somos perfectos tengamos
esos sentimientos” (3,15), es
decir tender hacia la meta.
Cuando nosotros entendemos la categoría “ser
perfecto” como ser sin mancha, sin debilidades, sin imperfecciones no lo estaríamos
entendiendo en el sentido bíblico, como se ve. Pablo repite con frecuencia
(especialmente en sus cartas a los corintios) que es débil (1 Cor
2,3; 9,22; 2 Cor 12,10…).
La búsqueda de perfección, y el creerse tales, fue
un problema frecuente en la historia de la Iglesia. Especialmente cuando se
empezó a entender como imperfección el placer. Hasta se llegó al extremo de
reemplazar el vino de la misa por otra sustancia (leche, por ejemplo) o sólo usar
una gota en gran cantidad de agua. El rigorismo, ascetismo exagerado se ligó a
la abstinencia (de placeres), la penitencia y – más extremo aún – las flagelaciones,
cilicios y otras prácticas de dudosa salud mental.
Se me ocurre que esta tensión es la que se vive en
la Iglesia de hoy (y de siempre) y puede ser una experiencia muy negativa o muy
positiva, según sea el caso. Pretender que la Iglesia sea un grupo de perfectos
la trasformaría en un grupo de perversos. Podríamos decir que, si la Iglesia fuera
ese grupo, nadie se sentiría invitado a ir. Sólo el pequeño grupo que se cree
perfecto se sentiría llamado. Esa actitud de secta es totalmente ajena al espíritu
y la praxis de Jesús, el que come con pecadores y los llama a su grupo. Pero
tampoco se trata de celebrar la imperfección o la miseria. La tendencia entre
el indicativo y el imperativo debe ser tenida en cuenta. Pero, así como es
pernicioso celebrar la debilidad o el pecado, es también perverso creerse grupo
de puros o santos. Los cátaros (= puros) son una reconocida y perseguida herejía
del s.XI (que combinan el maniqueísmo y el gnosticismo) y – como tantas otras –
se resisten a abandonarnos.
Creo que la Iglesia de todos los tiempos vive la
tensión mencionada. La Iglesia “santa” debe convivir con el pecado de sus hijos
(tensión entre el “ya” y el “todavía no” la llama Y. Congar). Y ese pecado es
causa de escándalo y con frecuencia aleja a muchos de la comunión. No ocurre
siempre lo mismo con la “debilidad” (“de
carne somos”). Por ejemplo, mirando el pueblo de Dios y los curas, creo –
por experiencia – que la gente “nos perdona” ciertas debilidades, pero es muy
dura con otras. Creo, por lo que he visto, que para el pueblo de Dios si un
cura tiene una pareja no es visto como algo chocante por la gente (“es humano”)
mientras que la gente rechaza que el cura ostente riquezas; por ejemplo,
teniendo un auto importante. Cuando se difundió que Fernando Lugo había tenido
un hijo siendo obispo, hubo rechazo al hecho al interno de la Iglesia biempensante
(¿pura?) pero eso no fue nada chocante para el pueblo paraguayo. Pero sí escandalizan
los obispos cercanos al poder económico, por ejemplo. La imagen de la Iglesia “pueblo”,
tan revalorizada por el Papa Francisco, debe ser el punto de partida. Y el
camino. La Eucaristía (¿pan de los perfectos o pan de los peregrinos?) también.
Lamentablemente, creo que hay sectores en la Iglesia
que, con mentalidad cátara, de puros y perfectos terminan llevando a entender
la Iglesia como una secta para pocos, y provocan que los millones que se saben
débiles, imperfectos, con limitaciones y fracasos no se sientan (no nos
sintamos) convocados a ser parte de ella.
«Miren, hermanos, quiénes han sido llamados: entre ustedes no hay muchos sabios humanamente hablando, ni muchos poderosos, ni muchos nobles (bien nacidos); por el contrario, Dios ha elegido los locos del mundo para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes, Dios ha elegido a gente sin importancia, a los despreciados del mundo y a los que no valen nada, para anular a los que valen algo. Y así nadie podrá jactarse frente a Dios» (1 Cor 1:26-29).
Foto tomada de https://sectorprensa.com.ar/importante-asi-se-reordenara-el-transito-en-moron-durante-la-peregrinacion-a-lujan/
Siempre desconfiè del protestantismo precisamente por esa visiòn unidimensional acerca de la salvacion a traves de la fe y no a traves de las obras. Es muy facil creerse puro por creer en un dios; llevado a la reductio ad absurdum podrìa hacer un dios a una piedra y decir que es sagrada y la consagro y por eso soy buena. Los griegos muchas veces hacian eso. Me agrada mas la religion catolica porque piensa que hay una dialectica entre la fe y las obras: Juan Grabois acompañando en prison a los senegaleses apresados la semana anterior es un buen ejemplo. Yo creo, por ejemplo, que el Padre Mugica era una especie de santo, pero no uno que espera la santidad. Lo cual es importante. Su ejemplo de vida y su muerte tragica delimitan el nivel de delirio y de violencia que existìa y que existe en nuestra sociedad y que negamos constantemente. Hace ya mas de un siglo que la unica aspiracion de la humanidad es triunfar en algo; esta epoca es una derivacion ya patetica. No somos personas, somos los objetos que nos compramos. Tenemos al celular, a la ropa, y al arma automatica en el mismo nivel. Haria falta una revolucion humanista, pero con sinceridad, y viendo lo que piensa el 99% por ciento de la humanidad, la veo un poco complicada. Quizàs usted, que es cristiano, tenga màs esperanza.
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