viernes, 1 de octubre de 2021

Jerónimo, Teresa… y yo.

Jerónimo, Teresa… y yo.


Eduardo de la Serna




Me permito, para empezar, algo auto-referencial.


En 1974 entramos al seminario. Allí teníamos clases, y el admirado Ramón Trevijano nos hablaba de Biblia. Yo, que ya había leído la Biblia antes de entrar, quedé fascinado. Sentí que se me abría la mente por caminos insospechados. Ese mismo año, en la lectura comunitaria de cada día se empezó a leer “Historia de un alma”, de Teresa de Lisieux y también quedé fascinado. Intuí que algo había allí que también me abría la mente. Ambos, la Biblia y Teresa estuvieron totalmente presentes, a partir de entonces, en mi seminario. Tanto que en mi tarjeta de ordenación elegí una cita bíblica y una teresiana que me representaran. Nunca caí claramente en la cuenta que “curiosamente” Teresa muere un 30 de septiembre, día de san Jerónimo, día de la Biblia. Ambos mueren el mismo día: en el año 420, Jerónimo, en el 1897, Teresa. La importancia de este Padre de la Iglesia hizo que la fiesta de la santa se postergase, al 3 de octubre antes de la reforma conciliar y al 1 de ese mes luego de esta. Con el descubrimiento de la Teología de la Liberación a partir de 1987 se fue “armando un trío” de sentido en mi mente, que quería seguir abierta a los caminos del Espíritu. Tanto que, cuando cumplí 25 años de cura, a las viejas tarjetas de ordenación añadí una cita de Gustavo Gutiérrez; los tres elementos figuraron en la bio-bibliografía que se publicó entonces (sobre teólogos en la “mitad del camino” de la vida, 2006) con el título “buscando una teología bíblica, espiritual y encarnada” y fue, antes, el tema de mi tesis doctoral: “Diálogo entre la Biblia y Teresa de Lisieux. Preguntas desde América Latina” (1998).


Recuerdo mi primer viaje a Europa (1988), con mi papá que me pidió que lo acompañara, a lo que le dije que lo haría con gusto, si yo podía ir a Lisieux, cosa que hice; y recuerdo mi último viaje, con mi hermana Mercedes (2017), que también visité Lisieux (donde me llamó la atención, en la librería del Carmelo, que no habían salido libros importantes sobre Teresa después de su reconocimiento como doctora de la Iglesia [1997]).


Si debo señalar algo de Teresa, repito algo que dije con frecuencia: creo que es una santa muy querida y popular (en Argentina, tengo entendido que fue gracias a la “devoción” de mons. Miguel de Andrea; de hecho, mi abuelo ya en su luna de miel le hizo una promesa, y esto ocurrió en la segunda mitad de la década del 20, siendo que fue canonizada en 1925). Pero “devoción” suele querer decir afecto, cariño, simpatía, pero no necesariamente conocimiento. Y creo que Teresa es mal conocida. Querida, sin duda, conocida no. Se la suele presentar aniñada (en nombre de la “infancia”), milagrosa (en nombre de las rosas) y pueril… Y sobre esto quiero decir algo sencillo.


Para empezar, creo que la “culpa” de semejante malentendido es de la misma Teresa. Creo que ella no sabe salir de los esquemas en este sentido: basta con ver sus pinturas y sus poesías. Son claramente “como se espera que sean”. Y su lenguaje también (“fracaso” lo llamé en otra ocasión). Por eso la abundancia del francés “petit” aplicado a personas y cosas con notable frecuencia (en castellano la traducción se hace con un diminutivo, que refuerza el mal sentido: petit voie, “caminito”, petit Mère, “madrecita”). Por ejemplo, en el libro de “Concordancia general” [Les mots de Saite Thérèse de l’Enfant Jésus, 1996] en la voz “Petit” dice: 

“Teresa ha hecho un uso tan grande de la palabra petit que no se puede presentar un texto con cada uso, lo que sería fastidioso y poco significativo”. 

Por eso creo que para poder entrar en el corazón del sentido del decir y pensar de Teresa es indispensable romper con el esquema de lo que se espera que diga una “religiosa de fines del s. XIX”. Recién al entrar en el sentido podremos descubrir el “más allá”, la espiritualidad, la vida. Debo decir – lo insinué – que, en mi primer encuentro con ella, en 1974, solamente lo intuí y que lentamente, paulatinamente, supe profundizarlo y descubrirlo. Pero, lamentablemente, entiendo a muchas personas de “espiritualidad recia” que se niegan a aceptar a Teresa. No seré yo el que salga en su defensa.


Pero, y acá lo que me parece clave, creo que ella supo ir al corazón del Evangelio. Rodeada de un lenguaje edulcorado, supo descubrir palabras clave y profundizarlas: la insistencia en el Evangelio, el amor por la Palabra de Dios que tenía vedado leer, la centralidad del amor por encima de las normas, el mérito y el deber, la convicción de que la amistad con Jesús (= santidad) no es para un grupo de privilegiados, sino para todos y todas, la importancia de las mujeres en la comunidad eclesial e incluso el sueño del sacerdocio femenino, el rechazo a cosas que parecía que constituían lo indispensable para la santidad, como flagelaciones, sacrificios, y un amor superficial por cosas legendarias que ella rechaza en nombre de la verdad, la mirada clave en la misericordia... Y mucho más podría decirse, pero valga simplemente para explicar, si cabe, el por qué de mi amistad con Teresa, siendo, aparentemente, tan distinta de mí. De caminar juntos se trata. De camino.


Foto tomada de https://www.shutterstock.com/es/image-photo/intersection-paths-719558953

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