lunes, 5 de junio de 2023

Caminar junto con el Espíritu Santo

Caminar junto con el Espíritu Santo

Eduardo de la Serna



Como es sabido, las cosas se ven “según el cristal” con que se miran. Es una obviedad que quien tiene frente a sí un cristal celeste todo lo verá de ese color, mientras que para quien tuviera un cristal naranja todo sería “anaranjado”. En ocasiones a eso se lo llama “lugar”.

Esto es importante, también, puesto que, al mirar, analizar, pensar algunas cosas ajenas, no siempre es fácil saber con “qué cristales” la otra persona está mirando, especialmente cuando esto no está explicitado. O no lo está acabadamente. Ciertamente eso no significa que lograr adquirir esa mirada implique una totalidad. Puesto que, en muchísimas ocasiones, especialmente en las cosas comunitarias, harían falta, para comenzar, tantos cristales como personas, pero a eso se ha de sumar lo que dice referencia a lo colectivo, por ejemplo… que sería otro cristal (o cristales).

Valga esta introducción para dar una mirada (desde mi propio cristal, ¡está dicho!) al proceso sinodal. Y no me referiré acá ni al sínodo universal, ni al sínodo de América ni del Amazonas, ni de la Iglesia alemana. Todos diferentes, todos desafiantes, todos – además – con su propio cristal. Me refiero aquí al proceso sinodal de la Iglesia de Quilmes.

Señalemos, para comenzar, que la diócesis de Quilmes “nació”, fue parida, por un sínodo; algo que la mirada digna de un hijo de la “Historia de la Iglesia”, como fue monseñor Novak podía intuir, pensar, proyectar, insinuar. También es cierto que contó con un conjunto de personas imprescindibles que bien merecerían un digno reconocimiento diocesano (vayan a modo de homenaje la referencia a dos que ya están con el Padre y la comunión de los santos en pleno: Lucio Gera y Orlando Yorio). Tanta importancia se le dio al sínodo que cuando el visitador apostólico vino a “comisariar” todos los seminarios diocesanos (con el objetivo casi excluyente de mirar el de San Rafael, que, tramposamente, logró eludir en parte la visita), una crítica que se hizo al de Quilmes fue que en el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Quilmes (CEFITEQ) se les daba demasiada importancia a los documentos sinodales poniéndolos a una altura “magisterial”.

Toda la diócesis, desde su gestación, quedó marcada por este sínodo. Y diferentes instancias sinodales fueron iniciativas en consecuencia (otro sínodo, de la Familia, Asambleas, Jornadas, etc.). Ciertamente la diócesis quedó marcada, tanto por esto como por su “padre fundador”: Jorge Novak. Cuando este fue sucedido por un innecesario (repito lo de “mi propio cristal”), lleno de respuestas y sin pregunta alguna, obviamente no había a nadie a quien consultar de aquello que ya se sabía, ¡y con certeza! La diócesis fue marcada por la nada misma, y lo que se generó también lo fue. Recuerdo que un cura se ofendió conmigo porque dije que los formados y ordenados en ese período eran “hijos de la nada”. Pretendí aclararle que me estaba refiriendo a sus etapas formativas, al modo de cura que se fue pretendiendo; que todos, después de eso, podemos seguir en esa tónica, o crecer y romper con los moldes… No era – no pretendió ser – algo personal sino algo crítico de sus etapas formativas estructurales. No sé si me comprendió o aceptó mi planteo; sospecho que no. Yo fui “hijo de la eclesiolatría”, fui formado en un seminario eclesiocéntrico, casi eclesiólatra y creo haber roto con ese esquema y esa estructura; a eso me refería. Lo cierto es que a muchos de los que habíamos quedado marcados por el esquema generador de Novak, varios de aquellos “hijos de la nada” nos llamaban “las viudas de Novak”. Y reitero aquello de las miradas y los cristales, que creo que acá aplica claramente.

Pero resulta que en la «tercera era» diocesana, la figura de Novak vuelve a ser ponderada, reconocida, señalada… pasado el paréntesis. Y, coherentemente con eso, hemos sido convocados a un nuevo sínodo diocesano. Y dejaré de lado (cosa que no se debiera) tanto lo teológico: una Iglesia que no sea verdaderamente sinodal no merece el nombre de “Iglesia”; una Iglesia que no esté en permanente y sistemática escucha atenta del Espíritu Santo, ese que “sopla donde quiere”, no es de verdad Iglesia; una Iglesia que cree que la jerarquía ostenta la posesión y monopolio del Espíritu Santo no ha entendido ni el Evangelio, ni la Tradición ni el Magisterio, aunque haya habido un papa que dijera “la tradizione sono io”… herejes los hay en todas las instancias; dejaré también de lado el actual momento eclesial y la casi obsesiva actitud del Papa Francisco con respecto a los sínodos, abriendo – claramente – las puertas a la escucha extensa e intensa de las bases e incluso abriendo las votaciones a aquellos y aquellas que no son obispos (aunque, ciertamente, todavía falte mucho, ¡muchísimo!). Muchos “hijos de la nada” boicotean el sínodo: las etapas de escucha – tanto en el sínodo de la Amazonia, como la Asamblea de América, por ejemplo – fueron cortadas, frenadas… en muchísimos casos (con obviedades eclesiológicas) solo han opinado los obispos y los que son “como ellos” … Creo que no logramos (obispos, curas y laicos, para ser claros) entender bien aquello que ya repetía Aparecida (44): no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Pretender seguir con los viejos paradigmas, seguir con los mismos esquemas, aunque sean históricos, pastorales, religiosos, creo que significa no comprender la profundidad de lo que está aconteciendo y donde la Iglesia está convocada a “discernir” el soplo del Espíritu y a sembrar el Evangelio, a mirar las distintas manifestaciones del Reino de Dios y a dejarse desafiar por todo. Pretender conservar o mantener lo que “siempre se hizo así” o sostener lo que “hasta ayer” estábamos firmemente convencidos que era “lo que hay que hacer”, hoy puede asemejarse a un museo o un taller de antigüedades. Las novedades están por doquier, desde la inteligencia artificial, a los descubrimientos del funcionamiento del cerebro, desde la hiperconectividad a una universalización en todos los ámbitos de la existencia, e ignorar esto a la hora de “evangelizar” es simplemente “extinguir el espíritu”, “despreciar la profecía” y tantas otras cosas que debieran alertarnos…

Me queda la pregunta de por qué ocurre esto. ¿Por qué hay curas u otras instancias eclesiásticas que “boicotean” un sínodo? Y, en este caso, ya doy por supuesto lo teológico a lo que he aludido más arriba… ¿Clericalismo? La actitud de no tener preguntas porque solo tengo respuestas, la actitud de distinguir una Iglesia docente de una iglesia discente, o incluso la de “aquí mando, decido, hablo yo”, resulta, cuanto menos lamentable. Y urgida de rebelión por parte de las víctimas. Otra posibilidad es la pereza. Tener que estar a la escucha permanente, a la crisis y crítica constante, implica estar dispuestos a cambiar el modo de vivir, actuar, pensar, a dejar de hacer lo que veníamos haciendo, y pensar, crear novedades (a lo que se suma el “riesgo insoportable” del error). Siempre es más cómodo, siempre es más simple seguir con lo que veníamos haciendo y no tener que sumirse en la tarea creativa de inventar, pensar, corregir…

Sintetizo: creer en el Espíritu Santo vuelve a la Iglesia más complicada, la vida más complicada, el anuncio del Evangelio a nuestro hoy, más complicado… siempre queda la variante de la idolatría de hacer un dios a nuestra imagen y semejanza, que no requiere el esfuerzo y el desafío de estar atentos a aquel que “hace nuevas todas las cosas”, que es “padre de los pobres” y quiere “renovar la faz de la tierra”. Y esto requiere “caminar juntos” para que “el alma de la Iglesia” nos señale los nuevos caminos para los nuevos tiempos. El desafío o “el miedo a la libertad” no debería hacernos olvidar que “donde está el espíritu, está la libertad”, y que para ser libres nos liberó Jesús. ¡Nada menos!


Imagen tomada de https://www.xtorey.es/caminar-juntos-pero-hacia-donde-la-sinodalidad-la-biblia-nos-muestra/

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