jueves, 26 de octubre de 2023

Priscila y Aquila, esposos y compañeros

 

Priscila y Aquila, esposos y compañeros

 Eduardo de la Serna

 



Cuando el grupo de seguidores de Jesús se empezaba a expandir por la región del Mediterráneo, obviamente no había lugares de reunión. Lo que nosotros llamamos “Iglesia” quiere decir, precisamente, comunidad reunida, asamblea. Será bastante más tarde que la comunidad se reúna en un lugar específico que a su vez será llamado “Iglesia”. Algunas familias de posición acomodada ofrecían sus casas para las reuniones semanales, pero, evidentemente, no sería un grupo muy numeroso el que allí se congregaba. Por eso, es muy probable que en una ciudad hubiera cuatro, cinco o más “casas” que a su vez, con alguna frecuencia, se reunían en algún lugar más amplio; es posible que fueran teatros, o salas de “gremios” que tenían la infraestructura necesaria para las asambleas. Quizás celebraran – también allí – la Eucaristía, y tomara la palabra algún visitante ocasional contando cómo crecía el grupo de hermanas y hermanos en otras regiones, y contando anécdotas, o dichos o hechos de Jesús.

Estas “iglesias domésticas”, como se suelen llamar a las casas de miembros acomodados, corrían siempre el riesgo de fomentar una discriminación en la que tuvieran más importancia los más ricos; San Pablo estaba muy alerta frente a esto. Y a su vez, algunos resultaron garantes fieles de no buscar prestigio o poder, sino de ser dedicados servidores de las comunidades. Es el caso, entre otros, de Priscila y Aquila.

Ya hacía más de un siglo y medio que había judíos en Roma. Como tales, era razonable que muchos peregrinaran a Jerusalén para alguna de las grandes fiestas, como la Pascua, o Pentecostés, por ejemplo. Y no es de extrañar que algunos de estos, escuchando allí la predicación de los seguidores de Jesús, hayan aceptado la novedad del Evangelio. Pero, como judíos que son, una vez retornados a sus lugares, seguirán reuniéndose en las casas de oración (luego llamadas “sinagoga”, que también significa “asamblea). El tema – por lo que sabemos por los historiadores de la época – es que pareciera que entre algunos judíos de Roma se desató un conflicto a causa de Cristo. Esto provocó que el emperador Claudio expulsara de la ciudad a algunos de estos, y, a su vez, empieza a prohibir las reuniones. En este contexto, un matrimonio, al que conocemos como Aquila y Priscila (o la abreviatura de esta, Prisca), deben dejar Roma. Se dirigen a Corinto, que era una ciudad importante y cercana y allí se instalan cuando llega Pablo a la región (Hch 18,2). Como ambos eran fabricantes de carpas, comienzan a trabajar juntos y a evangelizar (18,3). Luego, de allí se dirigen juntos a Éfeso (18,18) donde se asentarán y serán responsables de una comunidad doméstica (1 Cor 16,19). Pablo también permanece bastante tiempo en esta ciudad (Hch 20,31) y se aloja en su casa cuando se dirige allí.

En Éfeso, a su vez, encontramos discípulos de Juan el Bautista, todavía no cristianos, entre los que se destaca un alejandrino: Apolo (Hch 18,25; ver 19,1-7). Aquila y Priscila se dedican intensamente a la catequesis de este grupo, tanto que luego Apolo continuará misionando en otras regiones como Corinto (Hch 18,27-28; 1 Cor 16,12; ver 1,12; 3,4).

Resumamos, hasta acá; como responsables de una “iglesia doméstica”, Aquila y Priscila son responsables y animadores de las reuniones de la asamblea eclesial donde se celebran las eucaristías, se ocupan de la catequesis, y recibir a Pablo – o a otros eventuales visitantes – para animar la vida del pequeño grupo.

En algún momento, el Apóstol es detenido y encarcelado en Éfeso. Y la situación pareciera complicarse ya que Pablo pierde la esperanza de permanecer con vida (2 Cor 1,8-10). Pero algo ocurre, Priscila y Aquila arriesgan su vida – no sabemos cómo – (Rom 16,4) y Pablo conserva la vida, aunque probablemente sea expulsado él y su grupo de la ciudad a la que ya no puede regresar. Sin duda, ambos, y algunos más, trazaron una cuidada estrategia, relaciones y demás a fin de lograr la liberación de los prisioneros.

En Roma, por su parte, Nerón sucede a Claudio, y en un comienzo tiene un gobierno sumamente humanista y tolerante. Permite – por lo tanto – el regreso de los judíos que habían sido expulsados por su predecesor. Aquila y Priscila, que deben dejar Éfeso, regresan a Roma, donde – a su vez – también abrirán las puertas de su casa a una “iglesia doméstica” (Rom 16,5). Hacia allí pretende dirigirse más tarde Pablo cuando dé por terminada su misión en la región griega, sin que sepamos cómo continúa esta historia.

Sin dudas eran muchos los encargados de casas que abrían las puertas a las comunidades. Pero pocos, si alguno, eran tan confiables para Pablo como Priscila y Aquila (es importante notar que muchas veces Priscila aparece mencionada en primer lugar, lo que es indicio de la importancia de la mujer en estas primeras comunidades). Encargada, la pareja, de las reuniones, evangelizadora y misionera itinerante, mostraron la hospitalidad como expresión viva de la hermandad a la que el Evangelio los invita, compartiendo la palabra, la mesa y la cena del Señor, y arriesgando la vida para que el Evangelio sea conocido, divulgado y llegue hasta los confines de la tierra.

 

Imagen tomada de https://amerindiaenlared.org/contenido/15793/priscila/

 


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