jueves, 30 de mayo de 2024

Abel, un hermano silencioso

Abel, un hermano silencioso

Eduardo de la Serna



Recién hemos comentado sobre la figura de Caín, el asesino de su hermano Abel. No está de más intentar ahora hacer referencia a Abel a pesar de que son contados versículos en los que se habla de él y en los que – además – él no pronuncia palabra.

A ambos hermanos se dedican los primeros párrafos del capítulo 4 del libro del Génesis. Y, como se dijo, el protagonista es Caín, visto como asesino de su hermano. Por eso se señala incluso el sentido de su nombre, mientras que nada se dice de Abel (el nombre quiere decir “vapor”, “aliento” sin duda para aludir a la brevedad de su existencia). Es interesante notar que es “hermano menor”, algo que en la Biblia es importante en más de una ocasión.

Sin hacer referencia a su infancia y juventud se nos dice que Abel era “pastor de ovejas” (y Caín, como vimos, labrador, 4,2).  Y – nuevamente – sin decir más nada, se nos dice que ambos presentaron una ofrenda.

Por ofrenda se entiende un acto agradecido a Dios por los bienes recibidos, entonces es razonable que el pastor “ofrezca” un animal del rebaño, y el labrador “ofrezca” frutos de la tierra. Eso se nos dice que ambos hacen (4,4). Y aquí comienza a desarrollarse el conflicto: Dios “miró bien” la ofrenda de Abel y no la de Caín, sin que se nos diga por qué ocurren ambas cosas ni cómo se entera Caín de su situación. Con el tiempo se empezó a decir que la ofrenda de Abel era mejor que la de Caín (ver Hebreos 11,4) que la de Caín era de mala calidad, pero nada de eso se dice en el texto; simplemente dice que “Dios miró bien” y “no miró”. Esto desencadena la actitud de Caín de la que ya hemos hablado, que termina asesinando a su hermano Abel, quien lo último que hace es salir al campo donde será matado (4,8).

Evidentemente, en el texto, el rol de Abel es totalmente pasivo. Sin embargo, la tradición ha destacado su “bondad” o “justicia” (Mateo 23,35), lo que - sin embargo - no es contrario al sentido del texto.

En más de una ocasión, Dios tiene predilección por el hermano menor, como es el caso de Jacob, o de José, o de David, grandes personajes bíblicos de los que se dice que Dios los quiere particularmente sin motivo alguno (como no hay motivo explícito por el que Dios mire la ofrenda de Abel). 

Sin embargo, hay un elemento más que se debe señalar, y es la “sangre de Abel”. Dios le señala a Caín que la sangre “clama” (4,10). El “clamor” es un término muy frecuente en la Biblia, es el grito del dolor de los que sufren. Dios libera a su pueblo de Egipto porque “he escuchado el clamor de mi pueblo” (Ex 3,7; 1 Sam 9,16). El silencioso Abel, que no pronuncia palabra en todo el texto, grita ya muerto desde la tierra (la misma que Caín labra). Y Dios no permanece indiferente ante el grito del inocente, y reacciona ante eso.

Es característico en la Biblia que Dios “no sabe” quedar callado, no permanece indiferente o insensible frente al sufrimiento. Ante esto, Dios reacciona en favor de las víctimas, de los que sufren. Aunque – como es el caso de Abel – no pronuncien palabra durante su existencia.

El relato de Abel nos invita a ver que Dios mira el corazón más que las palabras, mira el dolor, mira la misma vida y no es ajeno a la “cruz” de sus amigos. La vida puede ser “un soplo”, o “evaporarse” rápidamente, pero el “clamor” de los amigos de Dios sigue resonando.

Claro que no podemos olvidar que Dios obra por intermedio de sus amigos, los creyentes. No deberíamos descuidar esto y – sabiendo lo que Dios quiere – salir al encuentro de los que sufren y conmovernos ante su dolor. Así seremos hermanos que cuidan a los suyos (no como Caín que niega ser “guardián de su hermano”, 4,9) y juntos podremos acercarnos a Jesús, mediador de la nueva alianza, a una sangre rociada que grita más fuerte que la de Abel. (Heb 12,24).


Imagen tomada de https://www.jw.org/es/biblioteca/revistas/wp20130101/fe-de-abel/

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