jueves, 9 de mayo de 2024

Sansón, el consagrado

Sansón, el consagrado

Eduardo de la Serna


 [nota previa: el interminable conflicto entre Israel y Palestina se remonta, tradicionalmente, a los orígenes de la presencia de ambos pueblos en la misma tierra. El relato de Sansón, de la tribu de Dan, enfrentado con los filisteos remite a este conflicto. Lo que pretendemos en esta nota no busca entrar en el complicado terreno histórico, sino ver de qué nos habla un texto bíblico, sencillamente.]

La historia de Sansón parece una clásica novela de super-héroes: una persona con una fuerza colosal, capaz de derrotar él solo a todo un ejército, engañado por una mujer, que el narrador presenta como maligna, y que es momentáneamente vencido, pero finalmente se recupera y vence a todos. Dalila, la mujer, es también modelo de “mujer malvada de novela”, una que engaña a quien la ama hasta el punto de entregarlo derrotado en manos de sus enemigos. Pero dejemos atrás la novela y veamos un poco más detenidamente el relato de Sansón (y de Dalila, de quién escribiremos más adelante).

La “historia” se encuentra narrada en el libro de los Jueces, en los capítulos 14-16. Su nacimiento es relatado en 13,24. Pero mirando en detalle las circunstancias de esta gestación ya sabemos de antemano que algo interesante va a ocurrir: una mujer es estéril (13,2: lo cual es una imagen habitual de la Biblia para hablar de un futuro personaje providencial, aunque encierre un evidente machismo), y un ángel le anuncia el nacimiento inminente. Todo esto implica que Dios tiene algo pensado para este hijo por venir – por eso la demora, simbolizada en la esterilidad – dada la situación terrible que está viviendo su pueblo oprimido por sus enemigos. ¿Qué es lo que ocurría?

Un grupo muy belicoso, al que conocemos como “pueblos del mar”, probablemente al terminar la guerra de Troya, se dirigen asolando la región: acaban con los hititas, un pueblo sumamente guerrero, en la actual Turquía, intentan invadir Egipto y, siendo rechazados, se instalan en “Palestina” (en la actual franja de Gaza, mencionada en este relato en 16,1.2.21). Son los “filisteos” (de ellos proviene el nombre “Palestina”). Su capacidad militar y el monopolio del hierro los llevan a dominar toda la zona. Las distintas tribus de la región están sojuzgadas (todavía no había una nación unificada). Y en este contexto Dios prepara un elegido: Sansón. Pero lo que ha de quedar claro es que no es Sansón sino Dios el que librará a su pueblo. Para ello Sansón deberá “consagrarse”. En Números 6,1-21 se habla de esta consagración, a la que se llama “nazireato”. Sansón deberá ser “nazir” y Dios estará con él (13,5). Una de las características visibles – para que todos sepan que esta persona es “consagrado” – es que no se deberá cortar el cabello mientras dure su consagración (Núm 6,5; Jue 13,5). Como entonces el cabello se usaba corto, un nazir era fácilmente reconocible. Allí radica la fuerza enorme de Sansón, en Dios, en su consagración; el pelo largo era la manifestación de esto (entre paréntesis, como muchos imaginaron que Jesús de Nazaret sería también él un consagrado, muchísimas imágenes lo presentan con el pelo largo, pero hay que decir que, evidentemente, Jesús no era un "nazir")..

El conflicto de Sansón con los filisteos es progresivo: comienza por una adivinanza – seguramente para ir preparando el desenlace – y los filisteos amenazan a la mujer de Sansón, que también era filistea (por oculto designio de Dios para permitirle al relato avanzar en el conflicto, 14,4) diciéndole que si no consigue que su marido le revele el secreto “la quemarán a ella y toda su casa” (14,15). El conflicto crece en intensidad (15,1-8). Incluso, Sansón es atado – el relato sigue profundizando el conflicto – y ante los filisteos rompe fácilmente las sogas nuevas (15,13) porque “bajó sobre él el espíritu de Dios” (15,14). Luego es rodeado mientras está en casa de una prostituta (16,1-3) pero arranca como si nada “las puertas de la ciudad” (16,3). Finalmente, Sansón se enamora de Dalila, a la cual los príncipes filisteos sobornan (“cada uno” – quizás sean cinco – le dará 1.100 monedas de plata… para evaluar esto, es bueno recordar que un esclavo “vale” 30 monedas de plata, Ex 21,32 por lo que la suma es exorbitante) a fin que consiga el secreto del origen de la fuerza de Sansón (como es evidente que esa fuerza no es humana, los filisteos quieren saber el origen, con lo que el relato insistentemente, nos remarca que la fuerza "no es de Sansón", sino que tiene su origen en Dios). Luego de tres engaños sucesivos, finalmente cansado de la insistencia (16,16; ver lo mismo en 14,17) le revela que el secreto radica en su consagración. Al cortarle el cabello Sansón queda totalmente debilitado y es capturado (y le entregan a Dalila su dinero, 16,18), arrancándole los ojos y llevándolo cautivo a Gaza.

Detenido, Sansón sirve de divertimento para los filisteos. Pero, ¡el cabello crece! (16,22) Sansón renueva su consagración y en medio de una fiesta al dios Dagón, pidiendo la fuerza, que viene de parte de Dios (16,28), tira abajo el edificio, muriendo él y todos los participantes de la fiesta, unas 3.000 personas (v.27) con los príncipes entre ellos.

Con un fuerte marco legendario, el texto quiere señalar algunos elementos que vale la pena tener presentes, al menos brevemente: toda la fuerza que tenga Israel, o sus ministros, no le es propia, sino que viene de parte de Dios. Es él quien conduce los caminos, y la historia. Creer que la fuerza o la capacidad es nuestra (personal o grupal) hace olvidar a Dios, y puede asemejarse a la idolatría. Como es frecuente en el libro de los Jueces, y los que se le asemejan, el gran problema con los pueblos vecinos es su idolatría (Dagón, en este caso), pero ante ello Dios tiene la última palabra. Sansón no es un super-héroe, simplemente Dios es Dios.

Una nota breve sobre las mujeres del relato. El texto esconde bastante machismo, evidentemente. Pero – para empezar – el responsable de todo lo que ocurre, especialmente lo negativo, es Sansón, no Dalila o la filistea anónima (que será quemada ella y toda su casa, como la habían amenazado: 15,6); es Sansón – el que enfrenta sin temor ejércitos enteros – el que no resiste el asedio de una mujer (el verbo “asediar” es una ironía ya que se usa para los ejércitos: Deut 28,53.55.57; Is 29,7; 51,13). Sin embargo (recordemos que cuando el texto se compone, siglos después, Israel ya se ha organizado como pueblo), a pesar de todo, Sansón “empezará” a salvar de los filisteos a su pueblo (13,5) aunque eso lo continuarán otros también elegidos de Dios, como Samuel y David.

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