domingo, 30 de junio de 2024

“Síndrome Natanael”

“Síndrome Natanael”

Eduardo de la Serna



Hace ya tiempo señalé que en los ambientes académicos existe una suerte de “Síndrome Natanael”. De este personaje se dice, en el Evangelio de Juan, que cuando Felipe le dice que encontró al que las Escrituras aguardaban, Jesús, de Nazaret, le preguntó “¿puede haber cosa buena de Nazaret?” (1,46). Y creo, y lo he planteado en numerosas ocasiones, que en este ambiente y en otros que se le aproximan hay un planteo del estilo: lo bueno solo puede venir del Norte (y, en ocasiones, muy “norte”), nada bueno puede venir del Sur. 


Ya hice mención, por ejemplo, en los autores que participan en el Handbook for the Study of the Historical Jesus (4 tomos, 2011) en el cual no hay autores ni siquiera del sur de Europa (España, Portugal, Italia), mucho menos del Tercer Mundo, cosa que Elisabeth Schussler allí mismo señala.


También hice mención a que incluso teólogos latinoamericanos, al abordar temas académicos, recurren a estudiosos del Norte, ignorando a los propios del Sur.


Y podría señalar decenas de casos contemporáneos que omitiré para no parecer grosero u ofensivo con personas, por lo demás, amables y cordiales. Sólo señalo que muchos de ellos conocen bien la realidad de algunos países de América Latina y sus producciones, pero jamás son citadas, ni las personas, ni las producciones (por ejemplo, la Revista Bíblica, de Argentina).


Pero, remedando a aquellos a los que alude Pablo en 1 Cor 12, que decían a quienes no eran como ellos que no son del cuerpo (“no te necesito”, 12,21), lograban que estos introyectaran la situación y decían “no soy del cuerpo” (12,15-16). Coherente con la “opción preferencial por la debilidad” que caracteriza las cartas a los Corintios, Pablo señala que “los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables” (12,22).


Acordaremos que el sur es más pobre, y eso implica bibliotecas más pobres, y docentes que deben ocupar tiempos también fuera del estudio, pero eso, que quizás el norte considere una limitación, podemos pensarlo como una riqueza. Una riqueza si nos preguntamos por el “lugar” desde el que se hace teología, o se lee la Biblia (y que incluye los temas que se deciden pensar o estudiar). Y no me refiero solamente a la lectura popular de la Biblia (que, en América Latina, afortunadamente, ya ha logrado carta de ciudadanía), sino también a la lectura académica.


Y quiero hacer un paréntesis que considero ilustrativo. Cuando se estaba decidiendo el doctorado eclesial de Teresa de Lisieux, hubo quieres señalaban que no podía ponérsela a la par de Tomás, Anselmo o Agustín. Ellos eran, para estos, el paradigma de “ser teólogo”. Mucho de eso sigue vigente en quienes entienden no solamente su santidad como algo “edulcorado” (por ejemplo en Alemania), sino también aniñado e infantil. ¿No es posible pensar otro paradigma? Si hacer “teología” se trata de “hablar de Dios”, no sería sensato excluir otros lenguajes, como el místico, por ejemplo, o el simbólico (la “teología india”, por ejemplo). No es ilógico pensar que el paradigma principal de teólogo fuera Jesús de Nazaret, aunque no hablara el lenguaje de la academia, sino el de las parábolas: y luego, Pablo, que lo hace en el lenguaje de las cartas. Hubo que esperar a Justino para que el lenguaje de la filosofía entrara en la teología, pero ¿no había teólogos antes que él?


¿Puede haber cosa buena en Nazaret? ¡Sí! Pero, para empezar, sería de desear que consideráramos indispensables a los débiles, y luego, que quienes no se creen parte del cuerpo por no provenir de los ambientes de la Academia, empiecen a asumirse con alegría y libertad miembros plenos del pensamiento teológico o bíblico. Y, en todo caso, si no son citados o aludidos en otros ambientes, simplemente lamentar que aquellos se están perdiendo algo importante: “si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el olfato?


Imagen tomada de https://notasdesubversion.blogspot.com/2020/04/vida-cotidiana-en-tiempos-de-jesus-de.html

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