jueves, 6 de junio de 2024

Jehú, un rey genocida

Jehú, un rey genocida

Eduardo de la Serna


Una lectura descuidada del libro de los Reyes permitiría sospechar que se habla bien del rey Jehú. Algo que escandalizaría a cualquiera. Pero lo primero que hay que tener en cuenta es que el libro de los Reyes analiza las distintas monarquías según hayan favorecido o combatido la idolatría. No analiza la política exterior, la política económica, o social, o de derechos humanos. Se preocupa fundamentalmente por lo que tal o cual rey hizo con respecto a los ídolos de los pueblos vecinos, y cómo continuó o confrontó con el monarca anterior en este sentido. El resto tenemos que deducirlo o saberlo por otras fuentes, cuando las tengamos, por ejemplo los libros de los profetas.

Con el rey Ajab (873-851) y su esposa Jezabel el culto a los dioses cananeos (especialmente Baal y Asherá, a la que la Biblia suele llamar Astarté) abundó en la tierra de Israel (Jezabel era fenicia). Muerto Ajab, lo sucede – brevemente – su hijo Ocozías (851-849) y luego su nieto Joram (849-841). Ellos continuaron el aliento a los dioses “extranjeros”, lo cual, por supuesto, resulta algo aberrante para la Biblia, y particularmente los libros de los Reyes. El contexto era tenso con los vecinos ya que había clima de guerra con los “arameos”. Y Jehú era un alto militar de Israel. Cuando el rey se retira para reponerse de las heridas de guerra (2 Re 8,25-29) Jehú aprovecha la ocasión que para dar un golpe de estado (9,14-21). Se dirige al lugar de reposo del rey con su tropa. Cuando el rey le pregunta si viene “en paz” Jehú hace referencia a la idolatría de su familia y le atraviesa el corazón con una flecha y arroja el cuerpo donde había tenido su viña Nabot, asesinado por el abuelo del rey (9,22-26; ver 1 Re 21). Cuando el rey del sur, que lo acompañaba, intenta escapar, su carro fue desbarrancado (9,27-29). Luego se dirige donde Jezabel arrojándola por la ventana y pasando caballos por encima del cadáver (9,30-37). Los setenta hijos de Ajab fueron convocados y luego degollados (10,1-11). Las cabezas fueron puestas en cestas y también llevadas a las tierras de Yizreel, donde vivía Nabot. Los cuarenta y dos príncipes, hermanos del rey de Judá, fueron detenidos y también degollados (10,12-14). Al llegar a Samaría mata a todos los supervivientes del rey Ajab (10,17) y luego convoca a todos los fieles a Baal al templo, a sus profetas y sacerdotes diciendo que hará una ofrenda al dios. “Vinieron todos los fieles a Baal. No faltó ni uno solo” (10,21). Luego de la ofrenda, todos fueron asesinados y las estatuas quemadas y el templo demolido (10,18-27). Todo esto, según afirma Jehú, es porque está movido por el “celo de Yahvé” (10,16).

Como se ve, Jehú es sin dudas un asesino y un genocida. Pero la síntesis del texto bíblico al comentar su mandato dice que “actuó bien, haciendo lo recto a los ojos” de Dios (10,30). ¿Cómo puede la Biblia afirmar que un asesino de este porte “hizo el bien”?

Acá se ha de recordar lo dicho al principio: Jehú combatió la idolatría, sin duda, y enfrentó violentamente a aquellos responsables de su proliferación en Israel. Sin embargo… sin embargo en los textos bíblicos, a pesar de lo dicho, también hay algunos indicios de que Jehú no es un rey “como Dios quiere”:

  •         La síntesis final - característica del libro al concluir cada mandato - no afirma, como en otros reyes que “hizo lo recto a los ojos de Yave… él fue quien retiró los santuarios, derribó las estelas y cortó los cipos sagrados” (ver 2 Re 18,3-4) o que “hizo lo recto… sin desviarse a derecha ni a izquierda” (22,2). A pesar de haber narrado que quemó las imágenes y destruyó el templo de Baal, afirma que “¡no guardó el sendero de la enseñanza de Yahvé, Dios de Israel, con todo su corazón… no se retractó de los pecados que Jeroboam hizo cometer a Israel!” (10,31).
  •         Jehú es “ungido” por un profeta, pero en este caso, se trata de uno anónimo. “Un discípulo de Eliseo” (9,1-3), no por el mismo Eliseo, por ejemplo.
  •          En la síntesis conclusiva de su gobierno se señala que “Yahvé comenzó a reducir el territorio de Israel” (10,32), es decir, la “tierra prometida” se va perdiendo, precisamente porque no se realiza la voluntad de Dios.
  •     Pocas décadas después, un gran profeta, Oseas, que profetiza en tiempos de un descendiente de Jehú, Jeroboam II, afirma que Dios dice que “dentro de poco voy a visitar la casa de Jehú por la sangre derramada en Yizreel” (Os 1,4) y “pondré fin al reinado de Israel” (v.5) “romperé el arco de Israel en el valle de Yizreel” (v.6).

La violencia de Jehú ha engendrado más pecado y Dios no ha acompañado esto. Insistimos: si miramos exclusivamente desde el estricto aspecto de la proliferación de los ídolos, podemos decir que Dios fue tenido en cuenta por ese rey, pero si miramos otros aspectos, sumamente importantes, sin duda que podemos afirmar que Jehú estuvo lejos de ello. ¡Muy lejos!

¿Cuántas veces en nombre de Dios se han hecho cosas muy distintas a lo que Él quiere? ¿Cuántas muertes y crímenes se han justificado mirando parcialmente? ¿Cuánta violencia se ha justificado en nombre de Dios? Es una buena ocasión de mirar nuestra historia, nuestro mundo, para preguntar si realmente la voluntad de Dios es la que guía nuestro obrar, o si en su nombre hacemos o aplaudimos todo lo contrario.


 Imagen tomada de Jehú postrado ante Salmanasar https://es.wikipedia.org/wiki/Jehú

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