domingo, 30 de junio de 2024

Una crisis más… y van…

Una crisis más… y van…

Eduardo de la Serna



Quiero empezar por lo fundamental: ¡por suerte no creo “en” la Iglesia sino “dentro” de la Iglesia! Comparto la fe de la Iglesia, y eso no me causa demasiados problemas. Distinto sería si debiera (mos) creer en la Iglesia como objeto de fe. Como ámbito de fe es otro tema. 


En mi mirada (que puede ser parcial, distorsionada, equivocada, razonable, o como se prefiera… pero es esa mirada mía la que cree o no), la estructura eclesial – a la que no tengo ningún problema en reconocer como limitada, humana, pecadora – pareciera hacer todo lo que esté a su alcance para caer en el descrédito. Y no me refiero exclusivamente a los obispos y el Papa, aunque ciertamente los incluyo.


Después de un espacio primaveral del que tantos nos sentíamos parte, y parte alegre, sobrevino un invierno interminable. Y, creo yo, un invierno del que no hemos salido. Los intentos de Juan Pablo II y Benito XVI de “freezar” el Concilio tuvieron un éxito sorprendente. Creo que hay una mezcla de miedos, inseguridades, ideologías, y demás actitudes que se sintieron a gusto y “en casa” con el invierno en el que nada crece y la vida hiberna.


Hoy pueden haber pasado los tiempos de los anteriores Papas, pero nada de eso obsta para que los miedos, inseguridades e ideologías sigan, y se afirmen parapetados detrás de la “verdad” que, ellos y ellas creen, es inmutable, inamovible e intocable (la clave está en el “in”). Incluso el Papa podrá intentar refrescar algunos aspectos del Concilio (no creo que demasiados), pero el invierno continúa (porque “la Iglesia no es el Papa”). 


El Papa podrá incorporar decenas y decenas de nuevos obispos, más humanos, más pastores, más cercanos, pero nada revive las raíces congeladas. De esos obispos, por ejemplo, ¿cuántos son teólogos? (no que todos deban serlo, pero creo que la osadía para dar pasos adelante, requiere reflexión, rumia y sabiduría, no solamente “humanidad”). Y si me detengo a mirar los obispos argentinos, mi desazón crece exponencialmente. No hay palabras proféticas… o, peor aún, nadie espera ni pretende que “la Iglesia” tenga algo para decir. Se podrán convocar sínodos, asambleas o congresos, pero no hay nutrientes para el pueblo de Dios. Curiosamente, en la obra menor, “La verdad los hará libres”, incentivada por los obispos argentinos queda claro que durante los tiempos de la dictadura muchos esperaban ávidamente una palabra de “la Iglesia”; poco tiempo después, nadie espera nada de ella (ni los curas); y, sin embargo, eso no es comentado en esta extensa obra; algo pasó para que eso ocurriera, pero ese “algo” no es discutido.


En lo personal, y lo he dicho, no soy francisquista (aunque creo que hay muchos elementos positivos, y más aún si comparamos con “lo” anterior, o si miramos los “enemigos”); creo que hay cosas que no logro entender, y pretendo hacerlo. El lugar de las mujeres en la vida plena de la Iglesia es uno, muy concreto (y no es ni moda ni márquetin, que si lo fuera sería superficial y pobre). El tema “abusos”, lamentable y dolorosamente, me da la sensación que “no importa” … sólo se reacciona frente a los escándalos (y a lo económico que significan las indemnizaciones que se deben pagar); pero que, si no aparece, pues “no existe”. Grassi ahí sigue ejerciendo su ministerio (aunque en la cárcel, como corresponde). La opción por los pobres “está de moda”; pero lo que cuenta es “ayudar a los pobres”, no “preguntarse por qué hay pobres”. Es que, al preguntarlo, debería emerger el capitalismo, los grandes amigos de unos pocos eclesiásticos, y el poder, ¡siempre el poder!... Y eso significaría denunciarlos, enfrentarlos, y asumir las consecuencias (y las persecuciones o denuncias). Más vale que emerja la Iglesia “sacerdotal” para simular la “profética”, aunque esta sea tan constitutiva de la eclesialidad como la primera. Eso de que haya cantos que incomodan debería evitarse; ¿cómo vamos a incomodar a los poderosos? (los pobres no es problema porque están acostumbrados). Grupos y laicos y laicas encerrados en el temor pretenden conservar sin que nada nuevo aflore, y – como es razonable en tiempos en los que aflora el “miedo a la libertad”, son grupos numerosos y concurridos (a los que una pésima teología los ve como “signo de Dios”, o cosas por el estilo). Las “vocaciones” escasean. ¿Dios no “llama”? ¿O será que Dios dice otra cosa y no sabemos o queremos escuchar? Y podríamos seguir… 


Y en el camino hay un Sínodo en marcha. Un sínodo debería ser una buena noticia y mirada con esperanza. Pero un sínodo en invierno tiene destino freezer (freezaron un concilio ¿no van a freezar un sínodo?). ¿Cómo hacer? ¿Avanzar igual? Quizás convenga, pero ¿qué pasa con los que fueron comprometidos y entusiastas y ven que todo su esfuerzo, dedicación y compromiso militante quedó en nada? 


Se dirá que el pueblo, los pobres está más allá de todo esto. Y es cierto. ¡Por eso conservan la fe! Pero escuchar curas, obispos, y hasta actitudes vaticanas que invitan a la desesperanza resultan ciertamente preocupantes. Insisto, ¡por suerte no creo en la Iglesia! Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y que habló por los profetas. Y sigue hablando, aunque siga siendo “ninguneado” ¿a qué profeta no mataron sus padres”? 


«Bienaventurados serán cuando las personas los odien, los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas».

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