Lidia, la primera
Eduardo de la Serna
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra
que estando en Asia Menor Pablo tiene una visión (un sueño) que lo invita a
cruzar a Macedonia. Y entonces se dirigen a Filipos. En Filipos, que era una colonia
romana, no hay sinagoga (¿porque son adversarios del judaísmo y no la autorizan?
cf Hch 16,20), así que el sábado Pablo y su grupo se dirigen al rio. suponiendo que allí habrá quienes se dediquen a rezar (el rio permite las purificaciones
rituales; 16,12-13). El grupo empieza a hablar con las mujeres allí reunidas, lo que
invita a pensar que no habría varones judíos en la ciudad. Sólo mujeres.
El texto nos menciona una mujer en especial, Lidia. Se nos dice que ella era de Tiatira (Asia Menor; en Apocalipsis se nos dice que, más tarde, habrá allí una comunidad cristiana, Ap 2,18-29). A continuación, se destaca que ella “adoraba a Dios” (v.14) con lo que confirma que probablemente se trata de una judía. “El Señor” (¿Dios?, ¿Jesús?) le abrió la mente para que aceptara la predicación de Pablo por lo que recibe el bautismo (v.15).
Sabemos, por los historiadores de la época, que en la región de Tiatira había una importante comunidad judía:
«Los judíos también obtuvieron honores de los reyes de Asia cuando se convirtieron en sus auxiliares; porque Seleuco Nicator los hizo ciudadanos en las ciudades que construyó en Asia, en la Baja Siria y en la propia metrópolis, Antioquía; y les otorgó privilegios iguales a los de los macedonios y griegos, que eran sus habitantes, en la medida en que estos privilegios continúan hasta el día de hoy» (así lo dice un historiador judío llamado Flavio Josefo).
Hasta aquí señalemos algunos detalles a tener en cuenta. No era, de ningún modo bien visto que las mujeres hablaran con varones, pero acá, tanto Pablo y su grupo como Lidia desafían este “mandato cultural” señalando la centralidad de la predicación del evangelio por encima de las normas. La ausencia de varones en el relato (salvando el grupo de Pablo) es llamativa.
Muchos afirman que Lidia es la
“primera persona convertida de Europa”.
Es dudoso esto dentro de lo que nosotros sabemos; ya que es posible que muchos judíos
que aceptaron el Evangelio – por ejemplo, en Jerusalén – hayan regresado luego
a sus tierras y, allí, también ellos fueran evangelizadores (por ejemplo,
sabemos que Aquila y Priscila fueron cristianos y estaban en Roma;
probablemente con anterioridad a Lidia). Lo cierto es que se trata de la
primera persona bautizada en Europa que nosotros conozcamos. El bautismo, por
otra parte, marca una notable diferencia con la circuncisión, ya que esta sólo se
practica a varones, algo en lo que el bautismo revela una mayor universalidad
en su rito.
Lidia, además, agrega Hechos, era comerciante de “púrpura” (v.14).
La púrpura era una materia colorante de un rojo fuerte usada para teñir las vestiduras (la “púrpura” puede tratarse de la tintura, o de las prendas ya teñidas). Se extraía de un crustáceo marino (el más costoso y bueno provenía de Fenicia, de la región de Tiro). Era una prenda de lujo utilizada en el culto y, también por los reyes y los sectores más adinerados. Homero, en la Ilíada, narra la herida de Menelao con esta frase: Salió la sangre “como cuando tiñe el marfil de púrpura una mujer lidia o caria…”
Pero existe además otra púrpura vegetal de calidad muy inferior con la que se teñías la lana en un trabajo bastante desagradable. Esta era la que se vendía en Tiatira. Era un trabajo nada honorable, con frecuencia propio de esclavos o libertos (el nombre Lidia era frecuente en este ambiente servil). Pero acercándose al Evangelio, una mujer despreciada puede incorporarse a una comunidad y tener el reconocimiento que le era negado. Pero, además, este trabajo era adecuado - por las relaciones que establecía - para exponer la fe en una misión propia de su oficio.
Una vez que Lidia “y los de su
casa” (¿su familia?, ¿sus empleados?) recibe el bautismo “obliga” a Pablo y sus
compañeros a alojarse en su casa, cosa que ellos aceptan. Así encontramos la
primera comunidad. Es interesante que mientras no había sinagoga, sino solo un
grupo de mujeres que adoraban a Dios, ahora encontramos una iglesia doméstica
en la casa de Lidia (v.15). Ella es la “jefa del hogar” (por viudez o por
divorcio, probablemente) y – nuevamente – rompe los esquemas habituales,
sobrevalorando, en este caso, la hospitalidad. Pablo y los suyos “deben”
alojarse en su casa.
No sabemos más nada de Lidia
(incluso algún escritor antiguo señaló que, más tarde, se unió sentimentalmente
con Pablo), pero lo cierto es que una vez más una mujer manifiesta claramente
la libertad que el Evangelio le permite alcanzar y ser presentada como “la
primera” en recibir el Evangelio, en fundar una comunidad eclesial y en recibir
el nuevo nombre de "cristiana”.
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