El papa Francisco y los profetas
Eduardo de la Serna
Hace poco yo señalaba que el papa Francisco no
había sido profeta, sino pastor (algo ciertamente necesario, sin duda alguna). Hubo
quienes no estuvieron plenamente de acuerdo con esto y me lo plantearon, y, a
lo mejor, deba o bien relativizarlo, o precisarlo; especialmente porque las
razones que me plantearon son, valga la “rebuznancia”, razonables.
Empiezo señalando algo: los profetas no son una
especie de adivinos del futuro, como en ocasiones se piensa o afirma.
Profetizar es hablar en nombre de Dios: “Así dice el Señor”, suele ser su punto
de partida, y hay ejemplos muy interesantes sobre esto en la Biblia que acá no
es el caso destacar. Por supuesto que nadie piensa que Dios le mandó un correo
o un WhatsApp a determinado profeta o profetisa para que hablara de su parte,
de allí que – y esto es muy importante – frente a la realidad que les toca
vivir, gozos y esperanzas, angustias y tristezas, los profetas “intuyen” lo que
Dios siente. El gran teólogo judío Abraham Herschel dice que los profetas
sienten con Dios (syn-pathía), sienten como Dios frente a lo que ocurre.
¡Y entonces hablan! Eso no impide (entre paréntesis, pero que no es ajeno a
nuestro tema) que haya otros y otras que honestamente creen que Dios diría otra
cosa, y también dicen “Así dice el Señor”. Es el problema bíblico – insoluble en
un primer momento – de y con los “falsos profetas”. ¿Cómo saber cuando
realmente Dios ha “dicho” …? ¿Cómo saber qué siente Dios frente a determinados
acontecimientos?
A todo esto, hemos de señalar que de ninguna
manera creo que los profetas han terminado con los tiempos bíblicos. Dios sigue
sintiendo, gozando o sufriendo, y, por lo tanto, teniendo palabras que decir. Podríamos
señalar personas – quizás – sin dudarlo, que han pronunciado palabras de parte
de Dios con claridad y nitidez en nuestro tiempo. Pero, tampoco podemos ignorar
la presencia de “falsos profetas” (insisto que no está en discusión la
honestidad de estos y estas personas, sino si realmente Dios “dice” algo o no
por su intermedio. Con
lenguaje propio de su tiempo, en la Torah leemos: “Y el profeta que
tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable
en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá” (Dt 18:20).
Precisamente, por todo esto, otra
característica frecuente en los profetas es que son perseguidos. Por sus
palabras claras frente a la realidad encuentra adversarios que pretenden
silenciarlos, políticamente, religiosamente, socialmente… (es importante
señalar que las fronteras entre lo político y lo religioso no son claras en el mundo
antiguo).
Yendo a nuestro tema, es evidente
que un papa, cualquiera fuera, habla o pretende hablar en nombre de Dios. Y,
también, que, con esa palabra, pretende iluminar, cuestionar, alentar a los
destinatarios frente a la realidad. Eso no significa que todo papa sea,
necesariamente, profeta. Al menos no en un sentido preciso. Pero, además,
debemos señalar que, en muchos profetas, una característica es la marginalidad
(no en todos, debe señalarse… No parece el caso de Isaías, por ejemplo, pero sí
de Amós, o Juan, el Bautista, o Jesús de Nazaret); así, el profeta habla “desde
los márgenes”, desde las periferias.
También se ha de destacar que
otra característica de muchos profetas son los gestos que anteceden a las
palabras. En muchos de ellos y ellas los gestos son parte integral de su
predicación, como se ve en Isaías, Jeremías, Jesús…
Valga todo esto para destacar
que, así mirado, no parece sensato dudar que el Papa Francisco ha sido un
profeta para nuestro tiempo. Ha hablado desde las “periferias”; por estar
inmerso en la realidad ha podido “sentir con” lo que sienten los amigos de
Dios, sus preferidos, las víctimas, los migrantes, los pobres, y, por ello, “sentir
con” Dios. Ha hablado de parte de Dios y, en muchas ocasiones ha sido
perseguido (al modo nuevo, por cierto) por los poderosos o sus defensores; e,
incluso, ha debido confrontar con falsos profetas, tanto desde dentro de la
misma comunidad eclesial, como desde los publicistas del poder en los Medios de
Comunicación. Incluso, se ha manifestado en comunión con muchos de los profetas
contemporáneos, canonizando o beatificando a algunos de ellos. Y, además, nadie
dudaría, que los gestos del papa Francisco han acompañado en muchísimas
ocasiones sus palabras, y han sido, en ocasiones, más molestos que aquellas.
Ahora bien, no se puede negar que, en
ocasiones, los profetas bíblicos han sido más contundentes y directos que
muchas de las palabras que la diplomacia vaticana impone; ciertamente, esto
tampoco desconoce que cada profeta o profetisa bíblica, por ejemplo, tiene su carácter,
sus sensibilidades, su cultura, y no todos, por tanto, hablan del mismo modo:
la crítica de Débora a Sísara no es como la de Amós a Jeroboam, por cierto.
Pero ambas palabras lo son.
Finalmente (y acá un elemento que explica en
parte mi criterio inicial), al menos en lo que conozco, especialmente – aunque no
exclusivamente – de Argentina, he lamentado la falta de nombramientos de
obispos con talante profético. Creo que la Iglesia no es el Papa, por cierto
(tampoco los obispos, obviamente), pero la presencia eclesial en determinadas
regiones es visibilizada por los ministros, y aquí es donde creo que hay una particular
ausencia de profetas (algo en lo que un papa es particularmente responsable);
es por eso, además, que he afirmado que no creo que haya finalizado el “invierno
eclesial”; no por Francisco, en este caso, sino por “la Iglesia” en tu
totalidad. Y termino con una pregunta… En los viajes papales, con gestos y
palabras el Papa pretende decir algo de parte de Dios a sus destinatarios. Pero
esto no opaca, ¡no debiera!, que eso mismo, antes y después, deben hacerlo
patente, por ejemplo (aunque no solo ellos) los obispos del lugar. ¿Y si los
obispos – por falta de profetismo – no lo hacen? Quizás esto explique por qué
el papa no visitó la Argentina… ¿No habrá sido para no dejar expuestos a muchos
de sus hermanos obispos ante su silencio y mediocridad? Al menos da para pensarlo.
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