Carta abierta al papa Francisco
Querido Francisco:
Como tanto
vos como yo creemos en la resurrección, sé que esta carta la leerás, y también la
leerán otras y otros, por cierto.
Como casi
no nos hemos conocido pareciera que debería presentarme, pero creo que, en tu
estado, ya lo sabrás, por lo que es innecesario. Quizás también debería
comentarte mi apreciación de tu pontificado, mis dudas, mis alegrías, mis
esperanzas, pero me imagino que estarás sobrecargado de cosas como estas, y. al
fin y al cabo, a esta altura de tus acontecimientos, creo que ya es innecesario
además de que mi opinión no es demasiado importante.
En
realidad, como casi no había texto tuyo en el que no pidieras “recen por mí”,
creo que ahora podemos descansar de esa tarea y pedirte a vos eso mismo: ¡rezá
por nosotros!
No hace
falta que te diga cómo veo yo la Iglesia de este tiempo. La Iglesia universal,
la Iglesia argentina… Y vos sabés mucho mejor que yo las cosas que se tejen,
los estofados que se cocinan, las trenzas que se arman en estos días. Días que
marcarán, en mucho o en poco, no lo sabemos, nuestro futuro en la “Santa Madre”.
Sabés que
la gente, que es buena, y quizás ingenua, a los curas nos suelen decir “usted
que está más cerca de Dios…” Pero, ahora sí, ese es tu caso. Estás en casa,
tomando mates con la Trinidad y charlando cara a cara con tu amiga la Virgen
María. Y acá viene mi pedido: en tu ministerio pontifical marcaste caminos, señalaste
direcciones, mostraste rumbos, y, como sabés, encontraste piedras en el camino,
muros en ocasiones. Y se aproximan los días en que muchos conocidos tuyos van a
elegir el rumbo a seguir, los caminos a andar, si avanzar o retroceder, si
mirar con alegría y esperanza el mañana, o volverse entristecidos al ayer. Con
ese manejo magistral de los tiempos que te caracterizó, con esa capacidad de
trenzar esperanzas, ¿no podrías convencerlo al Espíritu Santo que sople con
claridad? ¿Qué marque rostros de encarnación y sean muy, muy parecidos a Jesús
(o a Pedro, si querés)? No pretendo que sea parecido a vos (mucho menos que sea
parecido a otros, por cierto) … solo pretendo que sea uno (lamentablemente
nunca “una”) que sepa dar respuestas desde el Evangelio a los fascinantes
desafíos de nuestro tiempo. ¡Con eso me doy por satisfecho! Un oído en el
pueblo y otro en el Evangelio, en suma. Imagino que donde ahora estás
encontrarás muchos amigos y amigas, viejos y nuevos (también santos que no son
de tu devoción, por supuesto), con ellos podés armar un buen equipo y soplarle
al oído a esos de rojo… Pero, por favor, soplales fuerte y claro. A veces se distraen;
lamentablemente lo hemos vivido. Fuerte y claro ¿sí? Contales que hubo un concilio
(podés pedirle ayuda a Pablo y a Juan con eso) que mostró otro rostro de la
Iglesia (en todo caso, para que no se confundan, decile a tu amigo san José que
les pida ayuda urgente en la carpintería a Juan Pablo y a Benito; esa
carpintería que queda lejos de Roma). Contales que ese Concilio llenó de
alegría a la Iglesia y al mundo. Entonces, muchos hablamos de primavera. Y que,
en unos tiempos tan invernales de derechas, libertarios, capitalismos y muertos
de miedo, como antaño, Jesús entró con las puertas cerradas, y sus amigos se
llenaron de alegría, y que hoy quiere, como también lo dijiste, mostrar una
Iglesia sin puertas para que entren todos, todos, todos (o todos, todas y todes,
si no te molesta). Dale, mandate un último esfuercito, y después podrás
descansar y seguir con los mates. ¿Puede ser?
Eduardo
imagen tomada de https://es.123rf.com/photo_8229242_abri%C3%B3-los-sobres-con-el-sello-roto-y-antiguo-papel.html
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