domingo, 9 de septiembre de 2018

Aportes desde la eucaristía para nuestro presente


¿Podemos soñar con algo nuevo?

Aportes desde la eucaristía a nuestro presente*


Eduardo de la Serna



            Se dice que el sistema liberal, triunfante en la Guerra Fría, ha demostrado, con su triunfo (que da derechos), que la economía de mercado es la única solución económica aplicable. El Nuevo Orden Mundial ha encontrado un espacio político internacional para desarrollar su ideología (que no es tal ya que estas han muerto). Con esto se ha llegado al fin de la historia y sólo queda esperar pequeños progresos que la misma Ley de mercado irá dando naturalmente.

            Este es, un poco simplificándolo, el discurso imperante en el presente. No es este el momento de cuestionar las diferentes afirmaciones que están en este párrafo. Personalmente, preferimos pensar que nos encontramos ante uno de los momentos bisagra de la historia, en la cual esta empieza a cambiar hacia una nueva etapa de la humanidad. Pero dejamos esta tarea a los poetas, a los sociólogos, filósofos y aquellos que están en mejores condiciones que nosotros para analizar la realidad... Nuestra intención es iluminar desde la Palabra de Dios nuestro presente. ¿Cómo? Sin dudas que la Biblia no habla del sistema económico imperante; la actitud frente a los imperios es ambigua en más de una oportunidad, la situación social, política, internacional, es, ciertamente, diferente -muy diferente- a la nuestra actualmente. ¿Qué podríamos, entonces, pretender que la Biblia nos diga de nuestro presente?

            Podríamos buscar textos que nos refieran a la actitud frente a los pobres; nuestra responsabilidad frente a ellos y la actitud de Dios frente a ellos... (¿Cuál es la actitud hacia los pobres -los preferidos de Dios- en el sistema imperante?).

            Podríamos tomar el tema de los ídolos, tan importante en el Antiguo Testamento y no menos serio en el Nuevo Testamento. Los adversarios de Dios que buscan ocupar su lugar y que "dan respuesta" a todos los interrogantes de la humanidad... (¿Acaso, en nuestro tiempo, el mercado con sus leyes, no se transforma en un ídolo?).

            Podríamos hacer referencia al fin de la historia a lo largo de los diferentes escritos bíblicos, y el compromiso con el prójimo que eso supone... (Hablar de fin de la historia sin tener en cuenta los dones de Dios a sus hijos no es -bíblicamente- coherente).

            Podríamos hablar de los signos de los tiempos que los diferentes autores bíblicos nos invitan a descubrir, y particularmente a los signos de nuestro presente... (Hay signos de Dios y su proyecto, y hay signos del anti-proyecto de Dios. La vida y lo que viene con ella son signo de un Dios vivo y que quiere la vida).

            Podríamos tomar el Reino de Dios en su dimensión tanto presente como futura y descubrir el compromiso que eso significa en relación a Dios y al prójimo... (El Reino, Buena Noticia que se anuncia a los pobres, no parece un anuncio para la gran mayoría del mundo ni de nuestro país).

            Podríamos descubrir que la misma pedagogía de Dios nos invita gradualmente a abandonar (¡y rechazar!) la idea del "do ut des" para reemplazarla por una fuerte dinámica de la gratuidad a imagen de Dios... (Sólo lo gratuito es signo del amor, y por tanto, signo del amor y la presencia de Dios).

            Podríamos tomar estos u otros diferentes textos o temas bíblicos. Todos conducirían con mayor o menos énfasis a denunciar la imagen vigente de un Dios lejano y desinteresado, o -peor aún- bendiciendo la ideología triunfante...

            En realidad, hemos preferido enfocar el trabajo desde otra perspectiva. una perspectiva que en cierta manera recoge bastante de lo anterior, pero que, asimismo denuncia constantemente y desde sus raíces más profundas muchos aspectos de nuestra realidad.

La eucaristía, los ricos y los pobres


            La "fracción del pan" aparece como encuentro de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42ss). Todo parece indicar que ya desde el comienzo, los primeros cristianos experimentaron en la celebración eucarística la presencia viva del Señor resucitado en medio de la comunidad. Cuando el autor del Evangelio de Lucas debe anunciar la Buena Noticia de la vida pascual de Jesús, le dice a los suyos que el Resucitado se aparece a dos discípulos "el primer día de la semana" (= domingo), que sus corazones arden cuando les "explica las escrituras" y que lo reconocen "al partir el pan" (Lc 24,13-35). Los cristianos de la comunidad de Lucas sabrían leer claramente, en ese texto, que Jesús resucitado sigue apareciéndose, "caminando", en la comunión eucarística...

            Sin embargo, sería demasiado idílico creer que los primeros cristianos vivían "eucarísticamente". El primer testimonio escrito que tenemos de la celebración, nos presenta una comunidad dividida. Es verdad que la comunidad corintia (a ella nos referimos) parecía encontrar por todas partes motivos para la división, pero Pablo se muestra particularmente duro contra este "atentado al Cuerpo de Cristo".

            La comunidad parece haber olvidado sus raíces; las tradiciones, los sacramentos (Bautismo y Eucaristía); el "primer amor" parece olvidado por los motivos más diversos. Pablo, que al principio quería presentar una "escala de valores", viendo que las cosas son más difíciles de lo que creía, decide atacar el mal corintio desde su raíz. Apunta al amor, apunta a las fuentes. En el caso de la eucaristía, la comunidad se reunía en la cena común; todos ponían todo en común (lógicamente, los ricos ponían más)... Al reunirse la comunidad, comenzaba la cena con eucaristía incluida. Sin embargo, los pobres (con más razón los esclavos) tardaban en llegar. Esto determinaba que los que llegaban más tarde, se quedaran sin nada, "mientras unos comen hasta hartarse, otros pasan hambre". La unidad que debe expresarse en la cena eucarística está rota. Pablo no duda y es terminante: "eso no es la Cena del Señor" (11,20). A Pablo parece no importarle si realmente el pan es el cuerpo de Cristo o no; la cena es "propia cena", no la "del Señor". Así como el Bautismo debe hacernos "uno" y es inconcebible la división interna (capítulos 1-4), el Cuerpo eucarístico nos une en el Cuerpo eclesial ("un solo cuerpo somos", 10,17). La división atenta contra la realidad misma de la Eucaristía. En lugar de alimentarse con la muerte salvadora del Señor, "come y bebe su propio castigo" (11,29). Antes de sentarse en la mesa, es indispensable "discernir el Cuerpo"; ¿Cuál? ¿el cuerpo eucarístico? ¿el cuerpo que es la Iglesia? Parece referirse a los dos: Iglesia-comunidad y Cuerpo-Eucaristía se implican mutuamente. Marcar divisiones donde debe reinar la unidad es atentar contra la raíz misma del Evangelio. Quienes comen su propia cena, sin discernir en los pobres a sus hermanos, comen su propio castigo. La vida del pobre, la unidad, en una palabra, el amor, marcan la línea divisoria entre nuestra propia cena y la cena del Señor. De un lado, Jesús y los pobres; del otro los que no disciernen el Cuerpo. ¿Y nosotros?

La eucaristía, permanencia en el amor


            El verbo permanecer, en el Evangelio de Juan es muy importante. Permanecer es estar tan íntimamente unidos que nos hace uno con aquel en quien permanecemos. El Padre permanece en Jesús y Jesús en el Padre (Jn 14,10s; 15,10); sólo permaneciendo en Jesús el discípulo puede dar fruto, del mismo modo que sólo puede darlo la rama cuando está unida a la planta (15,1-17). El que escucha las palabras de Jesús permanece y está en perfecta comunión con el Padre (15,7), tanto como permanece la cólera de Dios en el que no cree (3,36) o como permanece el pecado en el que no "ve" (= creer) (9,41).

            El interesante capítulo 6 de Juan nos presenta, a continuación del signo de la multiplicación de los panes, un discurso de Jesús como pan de vida. Nuevamente, como es frecuente en Juan, el tema es la fe: "el que cree tiene vida. Yo soy el pan de vida" (6,47s). Sin embargo, a partir del v.51, el discurso parece ir en otro enfoque. El pan (= alimento, = fe) pasa a referir al pan eucarístico. Es el pan del Hijo del hombre, la figura escatológica de la apocalíptica judía; es la verdadera comida, y verdadera bebida, "el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (6,56). El alimento eucarístico nos pone en comunión estrecha con Jesús-Hijo del hombre. De hecho, es Jesús mismo, como Hijo del hombre, quien da el alimento que "permanece para la vida eterna" (6,27). Sin embargo, este "permanecer", no es ajeno a los frutos que la permanencia produce. En Jesús "permanece" el Espíritu (1,32s), y el discípulo modelo (= discípulo amado) es el que permanece hasta la vuelta de Jesús (21,22). La permanencia es fidelidad, consecuencia de la fe. Por eso, el que permanece da fruto y el fruto es el amor. El que no permanece no puede hacer nada (15,5) y sólo sirve para el fuego purificador (15,6). El que permanece ama como él amó, hasta el extremo (13,1), revelando todo lo que oyó al lado del Padre (15,15). Es para ese amor que nos ha elegido (15,16). En suma, la fe, la palabra de Jesús, la Eucaristía, nos llevan a permanecer, a una estrechísima unidad con Jesús y entre nosotros. Esa permanencia se manifiesta en el fruto del amor que nos hace "como" Jesús ya que el que ama ha conocido a Dios (1 Jn 4,8).

            Hablar de participación eucarística sin unidad, sin amor hasta el extremo, sin frutos de vida, es hablar de un árbol que no da fruto y al cual el Padre "lo corta" (15,2).

La eucaristía y la sangre derramada


            El relato eucarístico de Lucas y el de 1 Corintios parecen tener una raíz u origen común. La sangre derramada, es la "nueva alianza en mi sangre" (Lc 22,20; 1 Cor 11,25). Ya no es, como en Marcos y Mateo, "mi sangre de la alianza" (Mt 26,28; Mc 14,24). Este último texto parece tomado del relato de Ex 24,8 donde Moisés rocía al pueblo con la sangre de los sacrificios de comunión estableciendo una alianza entre Dios e Israel. En cambio, el texto de Lc-1 Co hace referencia a la nueva alianza. Sin dudas que se refiere a la alianza que no es como aquella alianza en que Dios tomó a Israel para sacarlo de Egipto. Es una alianza que calará hondo del mismo pueblo, hasta el interior, hasta el más recóndito lugar de las decisiones (= el corazón) donde todos amarán a Yahwéh desde pequeños y los pecados serán perdonados (Jer 31,31-34). El mismo pueblo se renueva desde lo más profundo.

            La sangre de Cristo sella esta alianza nueva. La eucaristía es esa "Nueva alianza en mi sangre". Un nuevo pueblo se gesta... No hay -bíblicamente- alianzas sin sangre (ver Heb 9,18.20; 10,29; 12,24; 13,20) y es la sangre de Cristo, presente en la Eucaristía, la que sella esta alianza, la que gesta un nuevo pueblo. No podríamos hablar de la eucaristía sin sentirnos miembros de un mismo pueblo, renovado y comprometido por la sangre derramada de Jesús. Sabernos pueblo, por otra parte, nos compromete a la fidelidad a la alianza, al amor (= conocimiento); la eucaristía nos compromete en esa alianza de vida.

La eucaristía y el pueblo de hermanos


            Si la eucaristía remite al "pueblo", es sacramento del pueblo, entonces la eucaristía también dice algo de nosotros y de los otros. El pueblo de Israel es consciente de que la alianza (lo mismo vale para la nueva alianza) sella una relación con Dios, pero asimismo sella una relación con los demás miembros del pueblo. El miembro del mismo pueblo es un "hermano". Descubrir en el otro un hermano, y vivir la relación con él como encuentro de fraternidad, es consecuencia lógica. Amós denuncia fuertemente la injusticia no por moverse con diferentes criterios (= ideología) a los imperantes, sino porque el otro es un hermano y la injusticia desnuda la fraternidad quebrada; lo mismo debe decirse de las demás críticas proféticas a la injusticia.

            El relato paulino de la eucaristía termina, precisamente, con una exhortación que resume lo dicho con el término "hermanos míos" (11,33). Ser hermanos implica esperarse, comer juntos, compartir el alimento y la vida. Ser miembros del pueblo, ser hermanos, tiene consecuencias para la vida, y particularmente para la vida de los hermanos a quienes no se trata precisamente como tales.

            La eucaristía presupone una vida fraterna. El otro cuenta para mí. El otro es parte importante en mi vida, es mi hermano. Cuando el otro es tratado, amado, servido como hermano, entonces llevamos una vida eucarística, y la eucaristía no se transforma en un rito sino en una auténtica acción de gracias.

La eucaristía y el culto vacío


            Lo dicho anteriormente, es coherente con la constante crítica de los profetas al culto vacío, es decir, al culto que no va acompañado con la vida. Tan importante es este punto que se ha llegado a decir (exageradamente) que los profetas (al menos los preexílicos) rechazan el culto. Sin embargo, es verdad que dar culto a Dios descuidando el servicio al hermano es, para los profetas, un absurdo. Dios rechaza eso: "¿quién se los pidió?" (Is 1,11-17; Am 5,21-27; Os 6,6). Por su parte, Jesús vive coherentemente con este principio. No sólo cita el texto de Os al que hemos referido (Mt 9,13; 12,7), o a Is: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí" (Is 29,13 en Mc 7,1-13), sino que su actitud constante enfrenta esta "hipocresía": "no el que dice Señor, Señor... sino el que haga la voluntad del Padre" (Mt 7,21). En esta misma línea de denuncia profética debe ubicarse la expulsión de los vendedores del Templo. Jesús denuncia el culto vacío (o la vida vacía en el culto). La denuncia de la eucaristía corintia que realiza Pablo: "no es la cena del Señor" se enlaza perfectamente en continuidad con esto. 

La eucaristía y el pueblo de Dios


            La Eucaristía es impensable sin la idea de pueblo de Dios. No sólo por el contexto pascual (en la pascua nace el pueblo de Dios, pueblo de la alianza; en la nueva pascua se sella la alianza nueva del pueblo nuevo); también la referencia al maná nos pone en clima y contexto de "pueblo peregrino", alimentado por Dios en el desierto (cfr. Ap 12,6): el discurso del Pan de vida, al que ya hicimos referencia, está en pleno contexto de discurso sobre el maná (6,31.49.58). Lo mismo, también lo hemos dicho, vale para la imagen del Cuerpo (tanto eucarístico como eclesial) de la que se sirve Pablo. La eucaristía es alimento del pueblo. Nada más lejano a un alimento individual, aislado y solitario. No es un encuentro de piedad personal sino un encuentro de hermanos, miembros del mismo pueblo.

            Pero este pueblo, no es simplemente un pueblo "constituido". Es un pueblo liberado. La referencia a la pascua y al éxodo lo confirma. El relato de los sinópticos (más aún si agregamos la cita de Éxodo de Mt y Mc) presenta expresamente la Eucaristía como una comida pascual. Es sabido que la fecha de la pascua (y por tanto, de la Última Cena) es diferente en los Sinópticos y en Juan (más allá de los intentos de armonizarlas suponiendo diferentes calendarios). Juan nos presenta a Jesús muriendo la víspera de la pascua, mientras que los Sinópticos nos refieren a Jesús muriendo en pascua. Sin dudas, ambos se mueven con intenciones teológicas. Presentar la cena eucarística como una cena pascual es, evidentemente, decir que la Eucaristía reemplaza la fiesta de la Pascua. La reemplaza porque la supera, porque la lleva a su plenitud. La Eucaristía es, por tanto, la fiesta del pueblo liberado. De una liberación llevada a su plenitud. No es una liberación diferente, "espiritualizada", sino una liberación perfecta. Desde la raíz más profunda de todo lo que destruye al hombre, de todo lo que destruye la fraternidad, la armonía del pueblo: el pecado y las consecuencias de este en la vida de los hombres y del pueblo.

La eucaristía y la relación con Dios


            La liberación que trae implicada la Eucaristía implica una profunda relación con Dios. La idea de pueblo, a la que ya hemos hecho referencia, no es entendible, en la Escritura, separada de Dios, el que elige, el que establece la alianza, el que libera. La relación con Dios es tan estrecha que la alianza es, incluso, vista con imágenes de matrimonio. El miembro del pueblo de la alianza es "de" Dios. Esto hace que su vida toda también lo sea; no es un pueblo como los demás pueblos, es un pueblo separado, santo... Su vida (no hueca) debe ser, entonces, una vida de alianza, una vida de amor. De allí que todo en el pueblo sea visto en relación a Dios; él es quien marca el camino (la Ley). Dios es el constante referente de la vida del pueblo y de los miembros de la comunidad. No es sólo un pueblo liberado del faraón o del pecado, es sobre todo un pueblo libre, y es Dios mismo el que marca con su amor el camino para ser verdaderamente libres.

            La eucaristía, entonces, es una comida de un pueblo que mira "para arriba" (cfr. Col 3,1), que quiere volar alto. Que se niega a confundirse con los demás porque no es como los demás. Pero que no se aísla de los demás como secta de perfectos sino que se sabe comprometido a llevar a todos la liberación, de mostrar a todos los caminos de vida, los caminos de Dios. La eucaristía impide que nos quedemos estancados en pequeños proyectos o en una vida sin vuelo; la eucaristía nos mete de lleno en el proyecto de Dios que es proyecto de vida para todos, que es proyecto de vida eucarística.

La dimensión escatológica de la Eucaristía


            La referencia a la liberación pascual y la realidad no-liberada que vivimos, nos invita a descubrir que esta liberación ya está, por un lado, comenzada, pero no ha llegado todavía a su plenitud. La mirada puesta en la realización plena del proyecto de Dios nos pone en pleno contexto escatológico. La referencia a "la carne del Hijo del hombre" (Jn 6,53) ya lo había anticipado. Muchos otros elementos de la cena pascual tienen profunda resonancia escatológica; de hecho la cena es una cena escatológica. No sólo porque es "pan del cielo", sino también porque refiere al perdón de los pecados (algo que los judíos esperaban para el final de los tiempos: "todos los elegidos vivirán y nunca caerán en el pecado... aquellos que tengan la sabiduría serán humildes y nunca retornarán al pecado" dice el apócrifo libro de Henoc [5,8]; cfr. 1QS 4,20-23), y porque refiere a que el próximo vino será el "vino nuevo en el Reino" (Mt 26,29).

            Nada más ajeno a una plena comprensión de la eucaristía que una vida que sólo mira la pequeñez de su hoy. La eucaristía nos pone en tensión escatológica. De hecho nuestra vida misma debe ser escatológica ("han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba", Col 3,1). La tensión escatológica, lejos de frenar esfuerzos y quitar entusiasmo, da sentido, orienta nuestra vida y alienta nuestros esfuerzos. La vida fraterna de la nueva alianza encuentra nueva iluminación en la luz que nos llega desde la Pascua. Hasta la misma muerte encuentra sentido en una vida escatológicamente vivida. En ese sentido, podemos decir que los mártires, que tan generosamente siguen regando nuestro suelo latinoamericano, no sólo muestran fidelidad a la esperanza del Reino, sino que además llevan una vida eucarística. Su muerte es eucarística (no en vano muchos han muerto en contexto eucarístico: Mugica, Romero...). La eucaristía, entonces, nos pone en un clima de vida generosa; nos sumerge en la escatología que da nueva dirección a la vida. En ese sentido, podemos decir que la Eucaristía confirma la vigencia de la utopía de la vida nueva, del Reino del Dios de la vida.

La eucaristía, fiesta y gratuidad


            La eucaristía, en toda la sencillez evangélica, no deja de mostrar dos elementos muy importantes de la vida: la fiesta y la gratuidad. La eucaristía es fiesta de vida, y cuando se celebra la vida se comparte y se alcanza más vida. La fiesta termina de quebrar toda imagen individualista, y llama a la solidaridad: en el festejo, en la comida, en la fraternidad... Fiesta es recuerdo, es encuentro y es proyecto. La fiesta pascual no sólo recuerda la experiencia del éxodo, sino que además la actualiza y compromete, en familia (es fiesta familiar), con la obra de Dios. La celebración eucarística no sólo recuerda la pascua salvadora, sino que hace presente la misma vida derramada que derrama vida, y nos pone en tensión escatológica. De hecho, la misma vida es escatológica, eucarística y de fiesta. Es lógico, entonces, que la vida se celebre. La eucaristía es la fiesta de los hermanos liberados, reunidos con un mismo Padre y compartiendo la vida. La eucaristía no puede entenderse sino en fiesta, vida para todos y vida en abundancia.

            Pero la vida, que es en primer lugar, la vida de Jesús, es vida generosamente regalada. Dada totalmente hasta no quedarse con nada. La eucaristía es presencia del amor extremo. Pero el amor (más aún, si es posible, el amor "hasta dar la vida") es absolutamente gratuito. No espera nada a cambio. Simplemente se da, y dándose, da vida.

            Si la clave para entender el más profundo sentido de la eucaristía es el amor, debemos concluir que la eucaristía nos sumerge en un clima de absoluta gratuidad. La vida regalada, el pan regalado, sin esperar nada a cambio, "recibieron gratis, den gratis" (Mt 10,8). La eucaristía es el máximo don de vida y amor, y recibiéndolo experimentamos profundamente toda la gratuidad del amor. Pero como el amor llama al amor, necesariamente, ese amor gratuito nos empuja desde dentro a más amor, a la gratuidad desde dentro de nuestra misma vida en la vida de los otros.

La eucaristía en un mundo de injusticia


            Partiendo de los datos bíblicos, no hemos intentado hacer un estudio exhaustivo de uno o varios relatos bíblicos de la eucaristía. Hemos intentado dejar a la Biblia hablar en un tema central de nuestra vida creyente y seguidora de Jesús. Es oportuno intentar una breve síntesis de lo dicho a fin de sacar alguna conclusión para nuestro tiempo...

            La eucaristía no es un sacramento individualista y personal sino el alimento de un pueblo, pero alimento que supone la vida de un pueblo. Vida de solidaridad y justicia, vida de fraternidad y compromiso con la vida. La injusticia, la pobreza son incompatibles con la eucaristía hasta el punto de desnaturalizarla totalmente; la eucaristía supone un mundo fraterno y escatológico. El amor tiene la última palabra. El pueblo de la nueva alianza debe descubrir en su propia identidad la vida que le ha sido dada. Esta vida no es dada para guardarla sino para regalarla festiva y gratuitamente...

            Ya hemos presentado el sistema imperante y la ideología que lo sustenta. Uno podría preguntarse si en este mundo así "sub-vivido" tiene sentido, o peor aún, si es válido celebrar la eucaristía en estas condiciones de individualismo, no-fraternidad y pecado, uno podría preguntarse si es verdaderamente "la Cena del Señor"... Es verdad que hay mucho de "anti-eucarístico" en nuestra vida, y en nuestro sistema de vida, pero vivida con honestidad, fidelidad y amor, la eucaristía tiene sentido... La eucaristía vivida como encuentro, fiesta y vida, denuncia desde su misma raíz un mundo sin amor, un mundo donde el hermano (particularmente el pobre) no cuenta; la eucaristía denuncia un mundo donde sólo importa lo que se recibe, no lo que se da, donde importa el momento vivido, no el sentido de lo sembrado... Frente a un mundo que acentúa el "carpe diem", que acentúa la supuesta "insignificancia" de las cosas que son "posibles" mientras que no podemos soñar con cosas grandes [que cambien el mundo], e incluso asegura la "muerte" de las ideologías y utopías, la eucaristía -en cambio-, nos muestra con la sencillez de la siembra y la fuerza de la cosecha que la vida de Dios, su proyecto de amor y la utopía del Reino, se hacen presente en la fiesta gratuita del amor derramado en la cruz y son alimento del pueblo en cada vida eucarísticamente vivida y en cada eucaristía vívidamente vivida. La eucaristía, eucarísticamente entendida, quiebra desde su raíz la cáscara del sistema, inaugurando desde siempre y para siempre un mundo nuevo, y siempre renovado, una nueva alianza, una nueva pascua, un nuevo pueblo, una nueva vida...


(*) Artículo publicado en Tercer Milenio, Nº 1 (1993) 18-19. [quisiera señalar que hoy hubiera utilizado un lenguaje inclusivo que aquí no incluí. Mantengo el original por fidelidad al texto]



Dibujo tomado de https://www.ciudadredonda.org/articulo/la-eucaristia-como-celebracion-de-la-vida-diaria

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