lunes, 16 de noviembre de 2020

Un aporte en favor de la vida

 Un aporte en favor de la vida

Eduardo de la Serna




En nuestros tiempos, decir que algo es “en favor de la vida” suele estar cargado de un contenido que difícilmente sirva para el análisis. Hay discursos que pretenden definir o definirse a partir de slogans, y eso es de nula seriedad para pensar. Después de pensar, madurar, rumiar, confrontar, debatir, analizar uno puede sacar una conclusión y esta puede formularse en forma de uno o varios slogans, para su difusión. Pero, en ese caso, el slogan es el punto de llegada, no el de partida. Generalmente, por el contrario, son más expresión de pereza del pensamiento que de sabiduría.

Un problema, quizás insoluble, es acordar en qué se entiende por vida. Porque, en general, todos entendemos, todos coincidimos, pero difícilmente logremos acordar en una definición, o acercamiento. En ocasiones se suele recurrir a la negativa, para mejor entender; esta sería la muerte. Pero tampoco aquí hay coincidencia. Por supuesto que todos coincidirán en afirmar que alguien está vivo o muerto en determinadas ocasiones, pero hay momentos, en los márgenes, donde los límites no son tan evidentes; un ejemplo que me parece comprensible, es el de la llamada “muerte cerebral”, o una persona en “estado vegetativo”, es decir viva, es decir muerta… No pretendo tener la última palabra en esta ni en otras ocasiones, sino simplemente pensar.

En general, en la Biblia, la vida es sinónimo de lo que solemos llamar el alma, y hasta, en ocasiones, la garganta y se utiliza tanto en hebreo como en griego, la misma palabra. Tiene referencia a la respiración, y a veces, a la sangre. Una persona que queda sin aliento, o que derrama su sangre es una persona que pierde la vida. Y esa vida, ese aliento, fue insuflado por Dios al ser humano. La vida “es de Dios”, por eso se debe comer carne “sin sangre”, o – por eso – en un primer momento, la alimentación era solamente vegetal: recién a partir del crecimiento de la violencia, Dios admite matar para comer, pero, siempre debe ser desangrada.

Pero esto, además, tiene una serie de complementos que complejizan. En ocasiones, por caso, la diferencia entre el animal y el ser humano no es tan evidente: el texto recién citado de la sangre animal, pasa sin ningún salto a la sangre humana. Del mismo modo, para determinadas liturgias o rituales se ha de ofrecer un sacrificio animal que “reemplaza” la sangre humana que no ha de ser derramada; un ejemplo evidente es la ofrenda por el nacimiento de un hijo. Obviamente no se sacrifica el primer varón nacido (como sí se hacía en algunos pueblos del entorno y a lo que parece aludir el pedido de sacrificio de Isaac), y en su reemplazo se ofrece un animal (ganado menor o pichones de paloma, según la situación económica del oferente; Dios parte de la realidad humana). De todos modos, también hay que entender, que en los textos bíblicos se va notando un cambio. A medida que el pueblo profundiza su encuentro con Dios y su “imagen” de Dios, la sangre / muerte va siendo cada vez más dejada de lado y se reemplaza por otro tipo de ofrendas (por ejemplo, una comida para los pobres: sacrificio de comunión); Dios no se identifica o se alegra por la sangre sino por el encuentro con los otros (y otras). Sin embargo, es importante notar que la experiencia de la relación con la divinidad y saberse agradecidos por sus dones es un tema muy importante en Israel. Quizás no sea distinto de lo que en culturas andinas se llama “chayar”, es decir, entregar a la madre tierra un poco de lo que nos dio, y derramar (= libación) un poco de la bebida que se va a consumir.

La vida en gestación: aunque en algunos de los pueblos circundantes a Israel hay expresa mención a la vida en gestación, nada de esto hay en Israel. Las leyes asirias, o el llamado código de Hammurabi, las leyes sumerias o hititas penan de diferentes modos el aborto [generalmente espontáneo a causa de otra violencia]; sin embargo, nada de esto es mencionado en el Antiguo Testamento. Sólo el texto de Ex 21,22-25 ha sido interpretado en este sentido, pero no es evidente en qué sentido ha de entenderse el “daño” (ni es evidente que se interprete el feto como plenamente humano). La traducción griega del texto sí parece influida por ideas semejantes a Aristóteles: “plenamente formado o no”. Algo semejante se puede ver en Filón de Alejandría. En el mundo griego no hay uniformidad, y Aristóteles (de quien se inspira Tomás de Aquino) entiende que la vida comienza con “la sensación”. Tanto éste como Platón recomiendan abortar en determinadas circunstancias como la edad de la madre (mayor de cuarenta, por ejemplo), o un numero excesivo de hijos. Además, que se admite el infanticidio en caso de malformaciones, o también la exposición de los hijos (como algo totalmente frecuente y “normal”), o la venta de los hijos como esclavos. Esto también es aceptado en el Imperio romano (más que en la República). En los escritos rabínicos, se considera crimen recién cuando el niño ha nacido, es decir, cuando la mayor parte se asoma del vientre materno, pero siempre la vida de la madre tiene precedencia sobre la del niño (así lo dice la Misná). En el Apocalipsis se cuestiona a los “fármakos”, término que remite a la droga, y puede utilizarse como “hechicería” (porque dan drogas alucinógenas, o venenos). Algunos estudiosos piensan (solo es una posibilidad) que se refiere a quienes, mediante drogas, provocan abortos (era uno de los modos de provocarlos). En el Nuevo Testamento el tema está ausente. En los escritos cristianos, la Didajé y la carta de Bernabé expresamente rechazan el aborto y el infanticidio, cosa que se acentuará en los siglos siguientes dedicando especial preocupación a la exposición (es posible que el dicho de Jesus invitando a “recibir a los niños” sea expresamente una crítica a esta práctica). Los Santos Padres de los siglos siguientes ven en la exposición quizás el más grave de los pecados del “mundo circundante”.

El suicidio: en el mundo antiguo, la mirada del suicidio era muy ambigua, y está muy lejos de ser uniforme. No hay, de hecho, una expresa actitud de rechazo. Es muy frecuente, tanto en la Biblia hebrea como en el mundo circundante al Antiguo y al Nuevo Testamento, una mirada honorable al militar derrotado en la batalla que, para salvar el honor, se arroja sobre su espada. Es lo que hace Saúl al verse derrotado por los filisteos, lo que hacen Casio y Bruto al ser derrotados por Marco Antonio y Octaviano, y lo que más tarde hace aquel al ser derrotado por éste. Se trata de un acto de honor (y por tanto de algo valioso). En ese sentido, entonces, es posible entender que Mateo, al referir a la muerte de Judas por ahorcamiento (como lo fue la muerte de Ajitófel, consejero y traidor de David), sea una manera de manifestar honorablemente su arrepentimiento (de hecho devuelve el dinero y reconoce a Jesús como inocente). Es curioso, en este sentido, el relato de Flavio Josefo al narrar cuando con 40 compañeros quedaron atrapados en una cueva en Jotapata por el ejército romano. Ante la decisión de la mayoría de suicidarse para no ser capturados es Josefo quien los convence de no hacerlo porque “el suicidio es algo ajeno a la naturaleza… gravísima impiedad contra el Dios que nos creó”, y propone un sorteo en el que uno mate a otro y otro a este y así sucesivamente hasta que “curiosamente” solo Josefo y otro sobreviven y se entregan amigablemente a los romanos. Algunos han propuesto, y aunque no coincidamos con ellos, es una posibilidad que debe considerarse, que cuando Pablo afirma que “morir es una ganancia” es porque ha considerado positivamente el suicidio y si no lo ha hecho es porque espera continuar predicando. Ciertamente el suicidio era un tema ambiguo.

Quitar la vida: Matar a alguien es, por principio, algo cuestionado en (¿todas?) las culturas. Pero, no puede negarse, que hay circunstancias que habilitan, o permiten, o hasta favorecen el crimen. No hace falta sino señalar la defensa propia o la guerra como ejemplos evidentes de todo esto. Pero, en el mundo religioso (y por tanto también el bíblico), la pena de muerte es aceptada. La norma, tomada de Hammurabi, de “ojo por ojo… vida por vida” es un criterio asumido. E incluso, es aceptada la pena de muerte a quien viole leyes bíblicas importantes como el sábado, como no bendecir al padre o la madre, los que consulten adivinos, los y las adúlteros y muchos otros. Incluso el que entre en un espacio reservado a la divinidad. La vida no parece, entonces, el criterio primero. Sin embargo, también en esto hay un cambio y muchos de estos elementos van siendo suavizados o reemplazados, por una multa, por ejemplo. No es el espacio para reflexionar en la vida (vida eterna, árbol de la vida, etc.) o la muerte (resurrección, muerte segunda, etc), pero es interesante el contraste habitual en Juan. Jesús es la vida, el diablo es “homicida desde el principio”.

Mucho más podría decirse. Solo pretendo empezar a pensar (o seguir pensando)... Y por eso mismo he omitido las citas, bíblicas y no bíblicas, de todo lo aquí referido, las cuales, ciertamente, podrían indicarse, pero haría más incómoda la lectura.

En lo personal creo que afirmar que uno es “pro-vida” es casi un absurdo. Sólo un “enfermo” se definiría como pro-muerte (incluso ante un momento supremo como la eutanasia). Sería fundamentalista, ¡y falso!, proyectar elementos de nuestro tiempo, con nuestros conocimientos, culturas, estructuras mentales a tiempos antiguos. Pero precisamente por eso, pensar elementos de nuestro tiempo y pretender leerlos a la luz de los textos bíblicos, por ejemplo, me parece falso, y peligroso; porque el fundamentalismo alienta la pereza, pero además es gestor de muerte. Y gestar muerte, en nombre de la vida, es algo a lo que – lamentablemente – nos tienen acostumbrados los que dicen oponerse al aborto en nombre de la vida y luego piden pena de muerte para los “pibes chorros”, o los que afirman que “toda vida vale”, pero callaron y callan los crímenes de la dictadura, cívico-eclesiástica-militar por ejemplo. Cuando se habla de la vida (o de la muerte) en nombre y desde un slogan, simplemente se está renunciando al pensamiento y, además, escondiendo y celebrando la muerte de “los otros”. Extraña defensa de la vida.


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