jueves, 22 de diciembre de 2022

¿Qué dice la Biblia sobre las imágenes?

¿Qué dice la Biblia sobre las imágenes?

Eduardo de la Serna



Suele ser bastante repetido – y con bastante razón – que “la Biblia prohíbe las imágenes”. Y, a partir de allí, se suele cuestionar que muchos tengamos imágenes en nuestras casas, o comunidades, sean estas de Jesús, de la Virgen o de los Santos. Ahora bien… para entender el por qué, ¿no es bueno saber exactamente qué se dice?

La cita a la que se hace referencia en esos casos se encuentra en el texto completo de los llamados “Diez Mandamientos” donde dice:

No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra (Ex 20:4; también Dt 5,8).

Como todo texto debe entenderse en su contexto, notemos que se está refiriendo – claramente – a “imágenes de otros dioses”, por lo que – en ambos textos acota – “soy un Dios celoso”. Ya hemos señalado, en otra parte, que la idea de los “celos” de Dios suelen pretender que su pueblo Israel no se dirija a otros dioses, sino solo al Señor: “Yo soy Yahvé, tu Dios”. La clave radica en que entre Dios y su pueblo hay una alianza formulada de un modo muy semejante a las alianzas matrimoniales: "yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo”. En otro escrito hemos mostrado cómo, en Israel, la imagen de Dios, y el “monoteísmo”, va progresando en el tiempo hasta afirmar – más tarde – que “hay un solo Dios”, los demás son “hechura de manos”, entonces los celos de Dios ceden porque "no hay" otros dioses..

Pero, para tener más claro esto, veamos algunos ejemplos: cuando en el desierto el pueblo debe soportar una plaga de serpientes, Dios manda a Moisés hacer una imagen de una serpiente de bronce (Núm 21,8-9). En el arca de la alianza Dios manda poner una especie de tapa (= propiciatorio), y, sobre ella, las imágenes de “dos querubines” de oro donde se imaginan que Dios descenderá y se sentará como en un trono para acompañar a su pueblo (Ex 25,18-20). Incluso, cuando hay una plaga de ratas entre los filisteos, manda hacer una imagen de ratas de oro como una manera de “exorcizar” y purificarlos (1 Sam 6,1-5). Se podrían señalar otros casos, pero, como se ve, el problema no son las imágenes sino cuando se las presenta como imágenes de Dios o de los dioses. Incluso, cuando la serpiente de bronce fue tomada como una especie de divinidad, entonces el rey Ezequías la destruyó (2 Re 18,4). 

La idea es muy importante: una imagen marca límites (“esto” sería dios, por ejemplo) y la característica novedosa del Dios de Israel es que no tiene límites que lo acoten; Dios los supera todos (y al pretender “imaginarlo” lo acotamos, lo limitamos). Por eso, ni imágenes de los otros dioses ni imágenes del Dios de Israel son aceptadas en la Biblia (por motivos diferentes, obviamente: en el primero de los casos por idolatría buscando aceptar otros dioses; en el segundo caso, por idolatría “manipulando” a Dios, limitándolo).

Ahora bien, los seres humanos sí somos limitados y solemos necesitar “imaginar” para llorar, para celebrar, para recordar… ¿Cómo hacer entonces? Y acá hay algo importantísimo en el Dios de la Biblia. Así como no se lo encuentra donde esperaríamos encontrarlo, como en imágenes, tampoco se lo encuentra en templos o culto, sino que se lo encuentra en nuestras actitudes frente a las hermanas y hermanos. Nos “encontramos con Dios” al practicar “el derecho y la justicia”; ese es el punto de partida, y es para eso que Dios hizo alianza con su pueblo como repiten decenas de veces los textos bíblicos. Debemos buscar a Dios, sin duda, pero no lo encontraremos en cosas hechas por los seres humanos (como imágenes, templos, celebraciones) sino en lo hecho por Dios, por eso desde la primera página de la Biblia sabemos que “el ser humano, varón y mujer” son hechos a “imagen” de Dios (Gen 1,26-27; Sab 2,23; Sgo 3,9. Si queremos “imaginar” a Dios – lo que es, como dijimos, algo muy humano – no deberíamos imaginarlo en “hechura de manos” humanas, sino en hechura de Dios: en las personas encontramos la imagen que Dios quiere mostrarnos.

Pero, al entrar en el Nuevo Testamento, la idea se profundiza aún más: el hijo de Dios, Jesús es “imagen de Dios” (2 Cor 4,4; Col 1,15) hasta el punto que el Evangelio de Juan lo afirma con toda claridad: a Dios nadie lo ha visto jamás (1,18; 5,37; 6,46) salvo Jesús, él si lo ha visto porque viene de Él (6,46; 8,38) y por eso Jesús lo ha “explicado” (1,18, en griego dice exêgêsato, de donde viene el término exégeta), Jesús es el “exégeta” de Dios y por eso, el que ve a Jesús “ha visto al Padre” (14,9). En realidad, podemos decir que el Dios “ilimitado” ha aceptado, en la “encarnación” los límites propios de la humanidad, y por eso puede ser visto, puede sufrir, puede no entender y aprender, puede morir…

Como se ve (y hemos sido breves), el tema es muy amplio y variado. En la Biblia Dios se revela progresivamente, ya lo sabemos. Esta no es un “manual de instrucciones” o un compendio de “leyes” sino un Dios que nos va invitando a conocerlo, a descubrirlo y a amarlo. Nadie que tiene, por ejemplo, una fotografía de un familiar querido sugeriría que esa “imagen” es el mismísimo familiar; es sólo algo que nos permite “imaginarlo” para renovar el amor y el recuerdo; y si – por caso – la foto se arruinara, diremos “¡qué pena!” y buscaremos otra, pero sabemos que eso no afecta a nuestro familiar “imaginado”. Nadie piensa que una imagen de un santo o de la Virgen María “es” lo imaginado; como no sostenemos que una imagen de Jesús sea “él mismo”. Si así fuera, ciertamente, tendríamos una distorsión de la imaginación, por lo menos. El encuentro verdadero con Jesús se da en el encuentro de amor con las hermanas y hermanos, no con una imagen; el cristiano es cristiano si ama: “en esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros” (Jn 13,35). Una imagen, entonces, solo es una ayuda para “hacer memoria” y traer al presente el amor de Dios manifestado en ella, pero que no nos exime del encuentro con los demás. E incluso, de ayudar a sanar las imágenes deformadas en hermanas o hermanos enfermos, lastimados, heridos; y en ser nosotros, a su vez, imagen del amor de Dios que invite a otros y otras siendo “testigos” de un Dios que las y los ama.

 

Imagen tomada de https://es.kcm.org/preguntas/creo-dios-al-hombre/

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