jueves, 7 de diciembre de 2023

Amós, un profeta

Amós, un profeta

Eduardo de la Serna

 


El rey Jeroboam II gobernaba en la ciudad de Samaría, pero – como la mayoría de los reyes antiguos – tenía un Santuario (o varios), con sus sacerdotes, y su culto que garantizaban – de parte de Dios – la estabilidad del gobierno y del país. En el Templo, que queda, en este caso, en Bet-el (poco menos de 40 kms. de la ciudad capital), los sacrificios que se ofrecen por el rey, las ofrendas, y las voces que se alzan bendiciendo al soberano, garantizan divinamente la estabilidad y el orden. El sacerdote principal, Amasías, es el garante del orden, y se comunica frecuentemente con el rey. Estamos aproximadamente en el año 750 antes de Cristo.

Pero la situación política de Israel estaba lejos de caracterizarse por el orden, o – pasa ser más precisos – era un orden y tranquilidad para unos pocos y de profundo malestar para la mayoría. Los ricos eran cada vez más ricos, y los pobres eran cada vez más: eran cada vez más pobres y eran cada vez más los pobres. Y el gobierno no hacía nada por ellos. Los ricos se aprovechaban de esto: aumentaban los impuestos (Amós 5,11) y falseaban las balanzas, aumentaban los precios (8,5), compraban a los pobres como esclavos (2,6), abusaban de sus mujeres (2,7), prestaban a usura (2,8), “compraban” a la justicia (5,7.12), mientras vivían vidas de lujo y de opulencia (3,15; 6,4-6). Y tampoco hacía nada el Estado en este caso. Y para reforzar este sistema, los Santuarios cumplían un rol “anestésico”: calmar las conciencias, serenar los ánimos, ya que somos “elegidos por Dios” (3,1; 9,10); o – en el caso de los ricos – creer que daban culto pero, mientras tanto, no cambiaban de actitud (4,4-5; 5,21-24). Incluso es posible que para “drogar” los conflictos, muchos hablaran de un futuro indeterminado, “algún día” Dios va a cambiar las cosas, con lo que dejaba calma la situación en el “hoy” de la injusticia (5,18).

Es en este contexto que surge el profeta Amós. Un campesino, pastor y cultivador (7,14) de la región de Tecoa (1,1) es decir, ¡de otro país! Él va a predicar contra el rey del Norte, contra su política y contra el santuario (7,10-11). Para que nos entendamos, sería como si un venezolano fuera a predicar contra el gobierno colombiano (o viceversa). Por supuesto, el malestar del sacerdote Amasías es tremendo, e incluso le informa al rey Jeroboam de lo que hace este “extranjero” (7,10). Obviamente, como suele pasar con los profetas, la reacción no es de conversión, sino que es contraria a él y es expulsado de la región (7,13).

¿De qué hablaba Amós? De que Dios no tolera esa situación, y el rey y su gobierno serán aniquilados, sea por plagas (7,1-3), sequía (7,46) o terremoto (9,1-4), o por ejércitos extranjeros (7,17; 9,4), de que los que añoran ese “día” futuro no saben que será terrible (5,18-20), que los ricos, sus lujos (6,4-7) y sus injusticias son rechazados por Dios (3,9-10. 15; 4,1-3; 8,4-8), que el culto dado en esos casos no tiene nada que ver con el culto que Dios quiere (3,13-14; 4,4-12; 5,5-6. 21-22) y que se asemeja al culto dado a los ídolos (5,25-27) porque esa búsqueda de seguridad es falsear el sentido de la “religión de Israel” (6,1; 9,7). La verdadera “religión” se da en “buscar a Dios” (5,4; 8,11-12), en – por lo tanto – “buscar la justicia” (5,7.11.14-15. 23-24).

Pero la predicación del profeta parece devastadora, pesimista y sin salida. Sin embargo, el texto tal como lo tenemos hoy (no hay que olvidar que, habitualmente, los textos bíblicos fueron tocados y retocados una y cien veces) termina claramente con una nota de esperanza. Y vuelve a aludir a aquel “día”, pero ya no será un día de tormento y terrible, sino un día de esperanza, día en que habrá un rey que se dejará conducir por Dios (“levantaré la casa de David ruinosa”, 9,11), será habitada por los que queden: incluso no judíos (“de Edom... las naciones” 9,12), será día de bienestar (cosechas, vinos...) Y los deportados volverán a habitar la tierra y comer sus frutos (9,14-15).

Sin duda, estas palabras de esperanza y consuelo se refieren a aquellos que han buscado a Dios, y que lo han buscado allí donde Él se deja encontrar, es decir en la justicia y el derecho, en el respeto a los hermanos y hermanas, ya que es en eso donde cumplen “la ley de Yahvé y cumplen sus preceptos” (2,4).

Como otros profetas, Amós nos invita a mirar críticamente nuestra vida, nuestro ambiente y nuestro mundo, a buscar con la palabra y las actitudes modificar todo aquello que no se parece a lo que Dios quisiera para nosotros, y así ser testigos ante todas las naciones y pueblos extranjeros de que Dios ama la paz cuando nos reconocemos como hermanas y hermanos en la justicia.


Imagen tomada de https://verbodivino.es/hojear/1210/el-profeta-amos.pdf

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