jueves, 28 de diciembre de 2023

Ezequiel, un profeta mudo

Ezequiel, un profeta mudo

Eduardo de la Serna

 


De la vida de Ezequiel sabemos bastante poco. Era sacerdote (Ez 1,3) pero nunca aparece en actos de culto; aunque hacia el final de su libro tiene una magnífica visión de la restauración del Templo y de Jerusalén (caps. 40-48). Está en Babilonia, en el cautiverio.

Es bueno recordar que cuando los babilonios dominan sobre los judíos (año 597 a.C.), toman la ciudad de Jerusalén, ponen un rey vasallo y llevan cautivos a la elite de la ciudad (Ezequiel entre ellos). Cuando diez años más tarde, el rey vasallo amaga con rebelarse, los babilonios destruyen la ciudad, llevan más cautivos aún y arrasan con el Templo (año 587 a.C.). Ezequiel escribe en este tiempo intermedio entre ambas deportaciones; por eso en un primer momento critica mucho la ciudad y su pecado (ver caps. 4-24. 33-36), pero cuando ocurra la destrucción final, dejará esta actitud crítica y pasará a predicar la esperanza (ver cap. 37-39 y lo ya dicho de 40-48). Así que tenemos dos momentos clave en la predicación de este profeta. Sin embargo, hay un elemento que merece nuestra atención, más allá de esta doble etapa. A ella queremos dedicarnos en esta nota.

Como a los demás profetas, Dios lo llama para hablar en su nombre a su pueblo. Eso es lo propio de los profetas: “hablar en nombre de Dios”. Lo hacen con palabras características: “así dice el Señor” (Is 1,18; 10,24; 22,15...; Jer 2,2; 4,3...; Am 3,11; 5,3...; Abd 1; Ag 1,2; 2,6; Zac 1,16; 2,12; Mal 1,4; 3,10...), “fue dirigida la palabra de Dios al profeta...” (Is 38,4; Jer 1,2.11; 2,1...; Jon 1,1; 3,1; Ag 1,1; 2,1; Zac 1,1; 7,4...), “oráculo del Señor” (Is 1,24; 3,15...; Jer 1,8.19; 2,9...; Os 2,18.23; 11,11; Joe 2,12; Am 2,11; 3,10...; Ab 1,4.8; Mi 4,6; 5,9; Nah 2,14; 3,5; Hab 2,18; Sof 1,2; 2,9; Ag 1,9; 2,4; Zac 1,16; 2,9; Mal 1,2... [todas estas citas son sólo ejemplos, porque se encuentran estas palabras muchas más veces; sólo pretendemos mostrar que la idea es muy frecuente, y que se da en todos los profetas. No señalamos ejemplos de Ezequiel ya que de él estamos hablando]) ... Y esas palabras de Dios están dirigidas sea a un rey, un juez, a falsos profetas, o al mismo pueblo. Claro que lo habitual en los profetas es que no fueron escuchados, o – peor aún – fueron maltratados por hablar, como es el caso especialmente nítido de Jeremías (ver, por ejemplo, Jer 20,7-10). La cosa es que Ezequiel recibe un llamado de Dios quien le pone las palabras en su boca, en este caso en una visión: debe tragarse un libro donde están escritas las palabras (2,8-3,3). Pero lo dramático está en que Ezequiel sabe, ¡y Dios mismo se lo dice!, que no lo escucharán (2,7; 3,6-7.11.27). ¿Para qué lo envía entonces Dios a hablar si no será escuchado? O peor aún, lo escucharán pero como quien escucha a un buen cantante, pero las palabras “entrarán por un oído y saldrán por el otro”:

«Y tú, Hijo de hombre, la gente de tu pueblo anda murmurando de ti junto a los muros y a la puerta de las casas, diciéndose uno a otro: Vamos a ver qué palabra nos envía el Señor.  Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras, pero no las practican; con la boca dicen elogios, pero su ánimo anda tras el negocio.  Eres para ellos como un cantante de amor, tienes buena voz y tocas armoniosamente. Escuchan tus palabras, pero no las practican». (33,30-32).

Incluso, llega a ocurrir que Ezequiel quedará mudo hasta que sea el momento preciso de hablar de parte de Dios (3,24-27), con lo que el fracaso parece total: cuando hable no será escuchado y en los demás momentos no podrá hablar. Podemos decir que no es muy diferente a lo que sabemos de otros profetas, pero no podemos dejar de preguntarnos el porqué de esta vocación. El ejemplo que el mismo Dios le da, el de un centinela es clarificador (3,16-21), pero insuficiente: está puesto para alertar los peligros, si avisa y no cambian de actitud, ellos serán responsables, pero el centinela habrá cumplido su misión; en cambio, si no avisa (por ejemplo, sabiendo que no será escuchado: “¿para qué voy a hablar si no me escucharán?), ellos serán responsables de su situación, pero el centinela también habrá fallado. Pero esto también parece insuficiente, parece un ejemplo, pero en medio de una vocación al fracaso.

Y acá es importante recordar que los profetas no son llamados “para sí mismos” (en realidad, esto es válido para todos los ministerios y servicios en la comunidad). El profeta existe para hablar de parte de Dios a su pueblo, por tanto, no es el profeta el que cuenta, sino que cuenta Dios y cuenta el pueblo. Dios habla, pero el pueblo no quiere escuchar, ¿y entonces? Pues entonces, la palabra del profeta resulta un testimonio contra quienes no escucharon. No podrán decir que Dios no dijo nada, no podrán decir “no sabíamos”, “nadie nos avisó”. Serán responsables de su propio fracaso, porque Dios no se desentendió de ellos. El profeta, que es “voz de Dios” debe – precisamente – hacerla escuchar, y no puede omitir pronunciarla; al hacerlo “se darán cuenta de que tenían un profeta en medio de ellos” (2,5; 33,33). Dios no se desentendió de su pueblo, pero él no quiso escucharlo. Y eso que le ocurre a Dios es semejante a lo que le ocurre al profeta. Éste debe repetir – como buen centinela – “así dice el Señor” (2,4; 3,11.27). Es interesante en estos textos recién citados que no se dice qué es, en este caso, lo que debe repetir el profeta que dice el Señor; aquí no interesa la palabra concreta sino el hecho mismo de que Dios habla a su pueblo y este no lo escucha. Él no se desentiende de nosotros, aunque a veces no sabemos o no queremos escucharlo. Pero sigue enviando profetas, aunque a veces los prefiramos mudos, o no nos interpelen sus palabras.

Pintura de Miguel Ángel tomada de  https://es.wikipedia.org/wiki/Ezequiel_%28Miguel_%C3%81ngel%29

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