jueves, 15 de agosto de 2024

¿Esto es lo que Jesús quería?

¿Esto es lo que Jesús quería?

Eduardo de la Serna



Creo que hay un signo de nuestro tiempo que merece ser pensado, analizado, conversado, rezado, iluminado y, también, criticado. Ciertamente, no para condenar ni levantar dedos acusadores, sino para intentar evangelizarlo, cristianamente hablando, o politizarlo, si lo miramos desde el llano. Creo que es un signo que hoy se manifiesta patentemente, pero viene de larga data con las características propias del presente. Me refiero al individualismo.

Es evidente que, políticamente hablando – y presentándolo de un modo bastante limitado – se hablaba de dos modelos sociales, filosóficos y políticos: uno colectivista y otro individualista. Y, se dice, el primero fue derrotado. Sería sensato un buen análisis, porque no es lo mismo si fue derrotado por su ineficiencia e ineficacia, o si fue derrotado por otros medios (bloqueos, espionaje, presiones, invasiones, etc.), pero lo cierto es que se puede afirmar que el individualismo ganó la batalla, tanto que alguno llegó a hablar del “fin de la historia”. El individualismo corre el riesgo de ser un “sálvese quien pueda” o “ley de la selva”, evidentemente; los más poderosos (militar, económica, física, o socio-culturalmente) siempre “triunfarán”. Cuando se habla de “emprendedurismo” o de “meritocracia”, evidentemente el criterio es el individualismo. Evidentemente, en cambio, cuando se habla de “estado presente”, de “solidaridad”, o temas semejantes, el planteo es “comunitario” y, de ninguna manera se trata irremediablemente de colectivismo.

Pero el individualismo va más allá de lo político-económico. La evidente adicción a “las pantallas” (celulares, videojuegos, computadoras…) lleva al aislamiento, a la desconexión con el “mundo exterior”. Ver en una mesa dos personas y cada una de ellas conectada con su celular es una preocupante imagen evidente de esto. Todos los estímulos y comunicaciones se dan con una “cosa”, no con una “otra” o un “otro”. Estar juntos, pero cada uno o una conectados con “la electrónica”, ciertamente no es estar integrados, ni unidos. Es simplemente coincidir en un mismo lugar.

Y la espiritualidad transita por idénticos caminos. Los grupos que impulsan los sentimientos, entusiasmos, euforias, aunque se concrete en multitudes, se trata de lo que cada quién experimenta; algo que se ve cuando cada una o uno levanta los brazos, otro u otra se tira al piso, hay quien grita “¡amén!” y otra persona “¡aleluya!” ... No se trata de comunidad, aunque se trate de muchas personas coincidiendo. Lo mismo ocurre cuando cada quién pide y pretende, y en ocasiones logra, una sanación o un signo. Se trata de una conjunción de individualidades; y esto se expresa, por ejemplo, en las canciones en las que una gran cantidad de ellas son en primera persona del singular: “ven a mi vida”, “se mueve en mi”, etc.

Ciertamente la pandemia contribuyó notablemente a alentar esto. Cada una o uno se relacionó con Dios, o lo divino, o el Espíritu a su manera (o por la pantalla). Y muchos, al terminar el aislamiento, continuaron la misma dinámica.

A esto se pueden sumar las espiritualidades intimistas de las que, quizás la más evidente, sean las “adoraciones” o “contemplaciones”. Se trata de “yo y Dios / Jesús”, no hay un nosotros, menos aún un pueblo. La contemplación (particularmente desde el neoplatonismo) es una actitud en la que se sale de sí mismo (ex stare, éxtasis) entrando en una suerte de comunión con el objeto o persona contemplada. Y sería necio, si no falaz, negar las bondades de esto, en la medida en que se trate de algo a su vez comunitario. La eucaristía es la mesa de Jesús con los y las suyas; y esto no puede dejarse de lado sin correr el riesgo de hacernos – por manipulación – de esto un ídolo. Descartar la mesa, para mirar una “custodia” resulta, cuanto menos, extraño, si no ajeno a lo que Jesús quería (lo cual debería ser siempre el punto de partida). Pero el individualismo también en esto ha ganado la batalla.

Se dice que hoy lo que mueve decisiones, voluntades y opciones son los sentimientos (es decir, de nuevo el individualismo), no es otra cosa la llamada “posverdad” (para “mi” es verdad lo que “yo quiero” creer), algo que – evidentemente – es aprovechado por quienes sacarán rédito o beneficio de esto, sea conseguir votos u odios. La misión de la comunidad (comunidad es “colectivo”) cristiana, la Iglesia (nuevamente un colectivo) es anunciar la Buena Noticia de que Dios quiere reinar en medio de nosotros (otro colectivo) para que vivamos como hermanas y hermanos (otro colectivo más, ¡y van!). Cayendo en el individualismo la Iglesia se desarraiga (pierde sus raíces) de aquello que es su misión, su mismo ser. Y no que sea “colectivista”, que es algo diferente; pero sí “comunitaria”, familia y pueblo. Si nuestra espiritualidad no transita esos caminos – aunque no tenga rating, que es otra cosa – puede ser aplaudida por muchos (como aplaudían a los falsos profetas, dice Lucas), pero no estará dando respuesta a los desafíos, a los signos de los tiempos. Algo Dios nos está diciendo, la clave está en escucharlo, pensarlo, debatirlo, rezarlo y con una mirada crítica dejar que sea el Espíritu Santo el que conduzca a la Iglesia; él es el que “renovará la faz de la tierra” encarnando la palabra de Dios en la historia, porque Jesús quiere “hacer nuevas todas las cosas”. De raíces se trata; de reino y de fe, de ser fieles a “la Iglesia que Jesús quería”.

 

Imagen tomada de https://mividaenxto.com/el-individualismo-3/

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