Ágabo, un extraño profeta
Eduardo
de la Serna
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en dos
momentos totalmente aislados, sin conexión entre sí, se hace referencia a un
profeta, aparentemente de Jerusalén, llamado “Ágabo”. Decimos que sería
proveniente de Jerusalén porque en las dos ocasiones se dice que “bajó”
(11,27-28; 21,10) y, es habitual señalar esto para indicar que alguien viene de
Jerusalén (a la cual se “sube”).
Lo que se señala de él parece ser coherente con las
imágenes y modos de obrar de los clásicos profetas de Israel.
En la primera ocasión se señala que un grupo de
profetas “bajó de Jerusalén a Antioquía” y Ágabo tomó la palabra “movido por el
espíritu” y predijo una “gran hambre” que habría en todo el mundo. Y aclara,
“ella tuvo efecto durante (el Emperador) Claudio [41-54 d.C.]. Propiamente
hablando no sabemos que hubiera habido una situación universal de hambre, pero
sí en Israel, entre el 46 y 48 d.C. Esto provoca que la comunidad de Antioquía
lleve una importante colaboración económica a la ciudad, llevada por Pablo y
Bernabé. Es interesante que, por su parte, Pablo narra que viajó (“subió”) a
Jerusalén con Bernabé “movido por una revelación” (Gal 2,2) y que luego de la
reunión le encargan que “no se olvide de los pobres” (2,10); es muy probable
que el texto de Pablo (que no menciona a Ágabo) haga referencia al mismo
momento.
En la segunda ocasión Pablo se está dirigiendo a
Jerusalén. Se ha detenido en el puerto de Cesarea desde donde “subirá” a la
ciudad santa, mientras se ha establecido en casa de Felipe, uno de los “siete
evangelistas” (21,8). Al estilo de los habituales gestos con los que los
profetas introducen con frecuencia sus palabras (Is 20; Jer 31,1-11; etc.)
Ágabo toma el cinturón de Pablo y se ata con él sus manos y pies diciendo que
el Espíritu Santo afirma que “los judíos atarán en Jerusalén al dueño del
cinturón y lo entregarán a los paganos” (21,11). Es cierto que al llegar a
Jerusalén los judíos quieren capturar a Pablo (y asesinarlo) cosa que los
romanos impiden. Literalmente hablando, la “profecía” no se cumplió, aunque no
fue totalmente errónea..
Como se ve, es prácticamente nada lo que sabemos de
este profeta, aunque en ambos casos se hace expresa alusión al Espíritu Santo
(es frecuente que se señale que los profetas hablan movidos por el espíritu de
Dios; ver Núm 11,29; 1 Sam 10,10; Joel 2,28; etc.; Hch 19,6), en ambos casos,
proveniente de Jerusalén alude a cosas que ocurrirán en las que Pablo es
protagonista (aunque, como dijimos, Pablo jamás haga referencia a él),
evidentemente, además, es un cristiano. En el primero de los casos, además, como vimos, se
hace referencia a otros varios profetas que “bajaron” a Antioquía, aunque poco
después señalará que también en Antioquía había profetas (13,1). Es siempre
importante recordar que los profetas miran la realidad (el hambre próximo, el
martirio inminente, por caso de Ágabo), pero que también son responsables de
“animar y confirmar a los hermanos” (15,32).
De todos modos, precisamente por ser un personaje
del que sólo de habla en Hechos de los Apóstoles, es interesante notar que en
este libro ser profetas es algo que compete a toda la Iglesia (por haber
recibido el Espíritu Santo; 2,17-18) porque es seguidora de Jesús “el profeta” como
Moisés (ver Dt 18,18; Hch 3,21-25; 7,37).
En síntesis, en las comunidades primitivas, el
Espíritu Santo acompañó a las Iglesias para animarlas y confirmarlas, para
ayudarlas a mirar la realidad desde la voluntad de Dios y para impulsarlas a
vivir conforme a esa misma voluntad. Ágabo impulsó la solidaridad de las
comunidades de la dispersión para acompañar el hambre que se abatió sobre
Israel, y también sostuvo a Pablo señalándole que los maltratos que le
sobrevendrán (como los que a su vez padeció Jesús) no son
ajenos a la “pasión” que
espera a Pablo en Jerusalén.
Imagen tomada de https://santabiblia.fandom.com/es/wiki/Ágabo?file=Agabus.JPG


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