Dios es el otro
Eduardo
de la Serna*
El
surgimiento en América Latina de la Teología de la liberación y, a partir de
esta, de otros pensamientos teológicos liberadores en el mundo africano,
asiático, indígena, afroamericano, al mismo tiempo –teológicamente hablando,
porque en cuanto pensamiento sin dudas es anterior– que la teología feminista
–con todas sus variantes: de género, womanista, etcétera–, muestran en nuestra
región una profunda sed de libertad. O, para ser más precisos, una búsqueda de
libertad. Una búsqueda que luego es pensada, “teologizada”.
Por ser
teología, se trata de “hablar de Dios”. Y la clave para entendernos será
siempre comprender de qué Dios hablamos. Sin duda todos tenemos una imagen
interior de Dios para luego creer o no en Él. De eso se trata la fe. Podríamos
presentar una larga lista de las imágenes posibles de Dios, pero en teología, y
en una buena espiritualidad, se trata de “dejar a Dios ser Dios”, esto es: no
pretender que sea como nosotros queremos que sea o creemos que debe ser –que,
por cierto, suele ser bastante parecido a nosotros mismos, o a nuestras
experiencias–. Pensando “en cristiano”, empezamos a hablar de cómo nos dice Él
mismo que es. Creemos en un Dios que se manifiesta en la historia y que nos invita
a descubrirlo –de eso se trata la Biblia–. Un Dios que ama la libertad, que
quiere libres a sus amigos, que no es indiferente e insensible a sus dolores y
opresiones. En un primer momento, hay dos elementos interesantes sobre los que
reflexionar: por qué Dios elige un pueblo y su actitud ante la opresión que
este padece en Egipto.
La Biblia
deja en claro que Dios no elige a Israel por ser el mejor, sino por ser el
menor. En un mundo dominado por la violencia, la opresión, la injusticia, con
amos y esclavos, opresores y oprimidos, Israel debe mostrar en su seno que
“otro mundo es posible”, que se puede vivir en una sociedad de hermanos. Deben
entenderse como hermanos. Pueden tener esclavos de otros pueblos, pero jamás
esclavizar a un “hermano”. Israel está llamado a ser “luz de las naciones”, es
decir, a mostrar a los demás pueblos ese “otro mundo”. Desde nuestra mirada
contemporánea podríamos cuestionar muchos elementos –por ejemplo, en relación
con el tema de género, no se habla de la “hermana”–, pero evidentemente se
trata de una novedad importante en su tiempo. Es coherente con la pedagogía del
Dios de la Biblia que hace todo “desde” abajo, desde los pequeños. Sólo cuando
empieza desde los insignificantes algo tiene la garantía de ser universal.
El otro elemento
es el clamor de Israel ante la opresión –“he escuchado el clamor de mi
pueblo”–. Los látigos y el maltrato de los egipcios son intolerables para Dios.
Puesto que el Dios de Israel no es un titiritero que lanza fuego sobre los
opresores o rompe cadenas, lo que “hace” es suscitar un liberador: en este caso
Moisés, pero en otros casos serán los jueces, por ejemplo. Estos liberadores
deberán conducir a su pueblo por caminos de libertad. Incluso el encuentro con
Dios, la alianza, será descubrir que este Dios no es como los dioses de los
otros pueblos, que reclaman sangre, violencia, sacrificios. Lo que quiere el
Dios de Israel es que su pueblo viva “el derecho y la justicia” –la bina mispat
wetzedaqá se encuentra cien veces en la Biblia hebrea–. A Dios no se lo
encuentra en el culto o en el templo, sino en la relación fraternal –y sororal–
con el otro (la otra). El culto viene después. Los liberadores en Israel,
entonces, son los que conducen a su pueblo por los caminos de libertad y
fraternidad. Sólo en esos caminos Israel se encuentra con Dios. Se lo encuentra
donde Él nos sale al encuentro (en el otro) y no donde nosotros queremos, como
por ejemplo en el culto.
En la Biblia cristiana la cosa no es diferente.
Como suele pasar en la historia humana, muchos en Israel no viven conforme a lo
que Dios ha pedido y por eso Jesús quiere “reunir a las ovejas perdidas del
pueblo de Israel”. Los despreciados, rechazados, ninguneados, deben volver a
ser reconocidos como hermanos: los publicanos, las mujeres y los niños, los
pecadores, deben ser vistos como “hijos de Abraham” –de nuevo Dios empieza con
los últimos–. San Pablo, falsamente acusado de machista, habla de las mujeres
como “hermanas” y de los extranjeros, dando un paso en sintonía con Jesús.
Como suele pasar con las “grandes palabras”,
siempre nos quedamos cortos a la hora de definirlas o expresarlas con
precisión, por eso los poetas recurren a la metáfora. Podemos, para empezar,
decir que la libertad es la posibilidad de elegir o escoger lo que en un proceso
de evaluación consideramos bueno, o mejor o, al menos, menos malo que otra
opción. Cuando no existe la posibilidad de elegir, ya sea porque no hay
opciones o porque otros lo hacen por nosotros, ciertamente la libertad está muy
limitada o simplemente no existe.
La posibilidad de hacer algo no necesariamente es
buena. Tengo libertad de asesinar a alguien, por ejemplo, aunque podamos decir
que lo que se ha escogido libremente no es bueno. Desde una perspectiva un poco
pobre e individualista de mera coexistencia se suele decir que mi libertad
termina donde empieza la del otro, motivo por el cual, concluiríamos, no tengo
“libertad” de asesinarlo, o, mejor, tengo esa libertad pero no puedo ejercerla.
¿Soy libre, entonces? También puede ser que una persona tenga un vicio del que
no puede salir: ¿tiene libertad de dejar el alcohol, el tabaco, la droga, el
juego? En cierto modo, sí, en otros sentidos, no. Así, podemos descubrir que el
límite entre la libertad verdadera, la falta de ella o distorsiones de la libertad
no son fáciles de precisar. En los ejemplos hemos recurrido al verbo “poder”
como limitante de la libertad.
San Pablo señalaba un doble sentido de la libertad:
ser libres “de” y ser libres “para”: “Para ser libres nos liberó Cristo”,
afirma. Es posible que tenga en mente la situación de un esclavo: que ya no sea
esclavo de Fulano no implica que sea libre si ahora es esclavo de Mengano.
Podemos decir que una buena elección, escoger lo mejor, lo que nos hace mejor y
mejores, nos hace más libres, entonces, un buen ejercicio de la libertad nos
hace más libres. Pablo va a destacar que la libertad es tal que no tiene
sentido la ley, no por la “ilegalidad”, sino porque hay una instancia
superadora que no la hace necesaria, y se refiere a dejarse conducir libremente
por Dios. Pero para eso recurre a una extraña paradoja: “hacerse esclavos de
los otros por amor”. Encontrar lo plenamente bueno y hacerlo o vivirlo –para
Pablo se trata de la plena unión con Cristo– es lo que nos libera de otras
cosas que nos atan –aunque sean buenas o necesarias, como la ley–.
Una sociedad no individualista no se conforma con
reconocer dónde termina “mi libertad”, sino que busca que sean todos más –y
mejor– libres. Sin duda, una sociedad que no se rebela ante las situaciones de
autoritarismo en las que uno decide por todos, que no se rebela ante la
imposibilidad de escoger entre varias posibilidades –de aquí la importancia
urgente de la libertad de acceso a la información plural–, una sociedad
“cómoda”, puede asemejarse al canario que no puede salir de su jaula sin morir
de estrés. Es la capacidad de evaluar si las elecciones que hicimos son
realmente las mejores que pudimos en determinado momento lo que mejorará
nuestro ejercicio de la libertad.
Pero para los creyentes en el Dios de la Biblia, la libertad se configura en la
búsqueda y en el trabajo –muchas veces arduo– de buscar la libertad de los
“hermanos”, los mismos que conmueven el corazón de Dios, especialmente con su
“clamor”. La felicidad de alcanzar mi libertad desentendido de la libertad de
los hermanos y hermanas es absolutamente inconsistente con la fe bíblica. La
idea zen de que cada uno debe buscar su felicidad y así todos seremos felices
es totalmente opuesta a la idea de pueblo de hermanos de Israel y la Iglesia.
En ese sentido, la teología de la liberación es
claramente conservadora. Ha ido a las raíces de la teología bíblica. Y como
piensa la fe a partir de la praxis de liberación, no es lo mismo lo que puede
pensar un teólogo boliviano, partiendo de la experiencia indígena y los
procesos de suma qamaña, “estar bien” (en el mundo quechua se lo denomina sumak
kawsay, tema incorporado en las constituciones de Ecuador y Bolivia), que la
experiencia indígena de martirios en Guatemala; no es lo mismo la experiencia
del mundo afro en Brasil que la de los procesos de liberación en El Salvador o
Nicaragua. Pretender calcar pensamientos teológicos ciertamente empobrece, no
porque sean libertades distintas, sino porque son distintas experiencias de
liberación de diferentes opresiones. Pensar la libertad en Argentina
ciertamente debe suponer una mirada sobre nuestras opresiones de ayer y hoy,
sobre los gritos de dolor que siguen conmoviendo a Dios, y sobre las limitadas
o amplias experiencias de libertad de los pueblos o los pobres.
El Grupo de Curas en Opción por los Pobres pretendemos caminar con los pobres de nuestra patria, escuchar sus clamores y celebrar sus fiestas, compartir su fe y mirar sus miradas. Creemos que es lo que Jesús hacía, y por eso a veces levantamos nuestra voz cuando vemos la libertad conculcada, la vida amenazada, la fiesta apagada o la muerte cercana a los hermanos y hermanas. La liberación de nuestros hermanos y hermanas, lo creemos y lo repetimos, es lo que nos hace libres. A todos y a todas.
*Artículo publicado en la
revista Maíz [Revista de la facultad de Periodismo y Comunicación social de la Universidad
de La Plata]: http://www.revistamaiz.com.ar/2018/06/dios-es-el-otro.html
Foto tomada de Catholic.net
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