Supongamos un juego
Eduardo
de la Serna
Por un momento voy a suponer
que cualquiera tiene derecho a pensar cualquier cosa. Ese “cualquier cosa”, en
un colectivo humano, sociedad o país no debería impedirle a otro cualquiera
otro pensamiento para no estar en una relación autoritaria donde ese cualquier
cosa de aquel cualquiera me impide a mí mi otro cualquier pensamiento.
Pero también es cierto que ese
“cualquier cosa” no significa “cualquiera” en una sociedad, comunidad o patria
en cuanto hay elementos constitutivos. El colectivo pone un cierto límite a ese
cualquiera para terminar siendo “no cualquiera”, aunque más no sea durante el
tiempo en que se esperan conseguir nuevos consensos. Una Constitución
constituye, y algo inconstitucional nos coloca fuera, aunque – por cierto – una
constitución puede reformarse, para lo cual se requieren importantes consensos
del colectivo constituyente.
Si mi “cualquier cosa”, por
más valiosa para mí que sea, impide o limita el consenso conseguido por el
colectivo, o al menos una mayoría, estoy imponiendo mi opinión, deseo o
voluntad al colectivo entero.
Si un conjunto muy importante
acepta una ley, de Medios, por ejemplo, y un microscópico – aunque poderoso –
pretende imponer, con excusas, trampas, presiones o complicidades su
derogación, ese tal atenta contra el colectivo.
Si una institución, la Iglesia,
por caso, pretende impedir una ley que el consenso propone, y busca hacerlo con
seudo excomuniones, seudo dogmas o seudo iluminaciones divinas sin duda que
atenta, también, contra el colectivo social.
Si un personaje, quizás una
vicepresidenta, intenta con varias (o 4) argucias impedir, frenar, cajonear o
desviar un proyecto que una mayoría pretende sea tratado, atenta y boicotea el
ejercicio de las instituciones.
Reitero que (sigo suponiendo)
cualquiera puede pensar cualquier cosa: un contador, un obispo y una
vicepresidenta, pero entiendo que – en una justa convivencia – esos tales deben
convencer al resto, y no con carpetazos o manipulaciones mediáticas, no con
amenazas o presiones seudo-divinas o con cajoneos o desvíos paralizantes de
proyectos. Si se presentan argumentos es sensato escucharlos, pero si estos no
son tales sino presiones o manipulaciones, se trata lisa y llanamente de
trampas, esto es, de injusticias. Y, mirando los ejemplos presentados,
pareciera que quien presiona contra una ley de Medios en realidad atenta contra
la libertad de prensa, quién pretende hacer oír una Vox Dei es incapaz de oír
la Vox Populi y quién presenta “chapa” de presidenta del Senado actúa
antidemocráticamente.
Entiendo que ese cualquiera dé
los mejores argumentos posibles en favor de su cualquier pensamiento, pero no
acepto que quiera imponerlos a la mayoría. Esa imposición implica, en cualquiera
de los casos, que eso de democracia es para los niños menores, pero los adultos,
cuando es el caso, jugamos otro juego desde los que tenemos poder. Y – para peor
– todavía falta el judicial que siempre nos depara sorpresas, aunque,
lamentablemente, (casi) nunca para el lado de la justicia.
Foto tomada de Wikipedia
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