viernes, 22 de junio de 2018

Supongamos un juego


Supongamos un juego


Eduardo de la Serna
Archivo:Buenos Aires-Plaza Congreso-Pensador de Rodin.jpg


Por un momento voy a suponer que cualquiera tiene derecho a pensar cualquier cosa. Ese “cualquier cosa”, en un colectivo humano, sociedad o país no debería impedirle a otro cualquiera otro pensamiento para no estar en una relación autoritaria donde ese cualquier cosa de aquel cualquiera me impide a mí mi otro cualquier pensamiento.

Pero también es cierto que ese “cualquier cosa” no significa “cualquiera” en una sociedad, comunidad o patria en cuanto hay elementos constitutivos. El colectivo pone un cierto límite a ese cualquiera para terminar siendo “no cualquiera”, aunque más no sea durante el tiempo en que se esperan conseguir nuevos consensos. Una Constitución constituye, y algo inconstitucional nos coloca fuera, aunque – por cierto – una constitución puede reformarse, para lo cual se requieren importantes consensos del colectivo constituyente.

Si mi “cualquier cosa”, por más valiosa para mí que sea, impide o limita el consenso conseguido por el colectivo, o al menos una mayoría, estoy imponiendo mi opinión, deseo o voluntad al colectivo entero.

Si un conjunto muy importante acepta una ley, de Medios, por ejemplo, y un microscópico – aunque poderoso – pretende imponer, con excusas, trampas, presiones o complicidades su derogación, ese tal atenta contra el colectivo.

Si una institución, la Iglesia, por caso, pretende impedir una ley que el consenso propone, y busca hacerlo con seudo excomuniones, seudo dogmas o seudo iluminaciones divinas sin duda que atenta, también, contra el colectivo social.

Si un personaje, quizás una vicepresidenta, intenta con varias (o 4) argucias impedir, frenar, cajonear o desviar un proyecto que una mayoría pretende sea tratado, atenta y boicotea el ejercicio de las instituciones.

Reitero que (sigo suponiendo) cualquiera puede pensar cualquier cosa: un contador, un obispo y una vicepresidenta, pero entiendo que – en una justa convivencia – esos tales deben convencer al resto, y no con carpetazos o manipulaciones mediáticas, no con amenazas o presiones seudo-divinas o con cajoneos o desvíos paralizantes de proyectos. Si se presentan argumentos es sensato escucharlos, pero si estos no son tales sino presiones o manipulaciones, se trata lisa y llanamente de trampas, esto es, de injusticias. Y, mirando los ejemplos presentados, pareciera que quien presiona contra una ley de Medios en realidad atenta contra la libertad de prensa, quién pretende hacer oír una Vox Dei es incapaz de oír la Vox Populi y quién presenta “chapa” de presidenta del Senado actúa antidemocráticamente.

Entiendo que ese cualquiera dé los mejores argumentos posibles en favor de su cualquier pensamiento, pero no acepto que quiera imponerlos a la mayoría. Esa imposición implica, en cualquiera de los casos, que eso de democracia es para los niños menores, pero los adultos, cuando es el caso, jugamos otro juego desde los que tenemos poder. Y – para peor – todavía falta el judicial que siempre nos depara sorpresas, aunque, lamentablemente, (casi) nunca para el lado de la justicia.



Foto tomada de Wikipedia

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