domingo, 28 de marzo de 2021

Mi amor por los animales

 Mi amor por los animales

Eduardo de la Serna



Cualquiera que me conoce sabe que tengo un amor casi enfermizo por los animales. Desde chiquito lo experimenté de mil maneras. Creo que no hay animal que no me guste, aunque, por cierto, algunos me “enferman” más que otros. Especialmente los bien grandes y salvajes. Soy un “fan” de los zoológicos (de los buenos zoológicos, por cierto) y el cierre de todos (en lugar de su reconversión) es una de las mil cosas que no les perdono a los del PRO. Tengo sueños que me fascinaría cumplir, algunos que no pierdo la esperanza de concretarlos y otros que sé que son pura ilusión y “no estaría bueno” realizar. Me encantaría tener todos los animales imaginables, aunque soy consciente que no es bueno, que “no debo”, y no aceptaría que me regalen uno que me encantaría tener pero que no sería en bien suyo estar en cautiverio. No creo que los animales sean libres, porque no tienen capacidad intelectual de decidir, pero sí que tienen una “libertad de movimiento” que no ejercerla les provoca estrés.


Señalo esto para dejar claro desde dónde escribo. Porque, por ejemplo, si manifesté mi desacuerdo con los animales en los billetes no es ciertamente por la presencia, sino por la ausencia que eso significa.


Y todo esto que destaco tiene un sentido particular: ¡la defensa del gorila! Entiendo el uso metafórico, positivo o negativo de los animales atribuidos a personas o a colectivos, feliz o infeliz, según el caso. Entiendo, ya desde el uso antiguo de características, reales o no que se atribuyen a determinados animales, y es habitual el contraste entre lobo y cordero, o águila y paloma, por ejemplo, zorro y gallinas, o también atributos que aluden al león, al oso, al cóndor, para poner solo casos evidentes, al perro o a la rata. En realidad, suelen ser más bien una mirada parcial y, además, desde nosotros, no desde lo que sabemos del mismo animal. Y acá el tema: todo lo que se atribuye al gorila es negativo, o incluso más, es terrible y perverso. Es sabido que desde hace décadas el término se atribuye a lo que es anti-pueblo, intolerancia, desprecio, racismo, agresión. La imagen del gorila golpeándose furiosamente el pecho es expresión visible de esto. Y no pretendo cambiarla, por cierto. Entiendo el uso (y lo uso), y algunas personas contemporáneas, desde diputados y diputadas, a ex funcionarios que no (nunca) funcionaron, actores o periodistas encajan perfectamente en el estereotipo que se direcciona al gorila, aunque el hermoso animal no los merecería “ni un tantico así”. Por tanto, en mi caso, lo seguiré usando (¡y muchos/as me dan pie, por cierto!) pero quiero dejar claro que el uso metafórico no ha de incorporar la especia animal que enaltecería a sujetos que ciertamente son menos antropomorfos que los primates, menos dignos, menos solidarios y colectivos, menos bellos y menos sabios, si cabe.


Como dije, me encantaría tener un gorila, pero de los buenos; de los otros, tengo en mis alrededores demasiados, tantos que el riesgo de extinción de los primeros estaría totalmente superado y llenaría el África central. Además, no habría cazadores furtivos ya que nadie se enorgullecería de tener, por ejemplo, un ex profesor de vóley embalsamado encima de la chimenea.


Foto tomada de https://www.lavanguardia.com/gente/hola/20111219/54242282804/ultimo-refugio-gorilas.html

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