miércoles, 17 de mayo de 2023

La muerte de los profetas

La muerte de los profetas

Eduardo de la Serna



Mirando la muerte de algunas y algunos, se impone ahondar en la sabia doble pregunta de Ignacio Ellacuría, referida a Jesús: ¿por qué muere? ¿por qué lo matan? Es evidente que en numerosos casos no coinciden las intenciones. Obviamente coinciden en la persona, pero, por ejemplo, en el caso de Jesús, es evidente que no quiere ni puede negar el rostro de Dios que ha revelado con sus palabras y sus gestos, ese Dios que es Padre y que reina cuando sus hijas e hijos son verdaderamente hermanos y hermanas. El que vino a “reunir a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” quiere, hasta el extremo, mostrar esa fraternidad y sororidad que muestra, a las claras, cómo es Dios, dónde está Dios, cuál es el sueño de Dios para la humanidad… Pero esta persona, con esa actitud, pone en riesgo la pax romana que Pilato debe asegurar; y por otro lado, la popularidad de Jesús (como la entrada en Jerusalén lo había mostrado), hacía temer en Caifás y su grupo más cercano, que el movimiento que va surgiendo provoque una drástica intervención romana y ponga en riesgo el tolerante statu quo alcanzado entre ambos poderes.

Pero también es un aporte añadir la interpretación que, de esa muerte, brindan ciertos autores: que murió por los pecados, que murió para elevado, elevarnos, etc. El Evangelio de Lucas constantemente repite que Jesús es “profeta”, más semejante a Elias que semejante a Moisés. Pero él sabe también que los profetas fueron asesinados por “los padres”, ¿a qué profeta no asesinaron? Por eso, presenta el asesinato de Jesús como “muerte de profeta”.

El profeta es aquel o aquella que “habla en nombre de Dios”, y no se puede ignorar que muchísimas veces los destinatarios (y los de fuera) no quieren escuchar a Dios; los casos de Jeremías y de Ezequiel son harto elocuentes. Pero más allá de que sean o no escuchados, la vida del profeta revela (¡y también su muerte!) que ¡había un profeta! Dios no se desentendió de los suyos; son los suyos los que se han desentendido de Dios; y en la vida – sus gestos y sus palabras –, y su muerte, que también es una palabra, Dios sigue hablando. Nos toca a nosotros escucharlo.

A pesar de seguir el relato de la pasión de Marcos, Lucas incorpora elementos que le son propios. Omite elementos y añade otros, como fácilmente puede verse. La misericordia, que era tan importante en el centro del Evangelio se despliega por doquier en la pasión hasta el extremo de que Jesús pide el perdón de Dios para todos “porque no saben lo que hacen”. Finalmente, entregado en Dios (a deferencia de la angustia patente en Marcos y Mateo) le confía a Dios su espíritu. El profeta Jesús muere confiado en Dios, asesinado por las autoridades, a las que, a su vez, perdona. Y, siempre siguiendo a Lucas, la Iglesia está llamada a una militante vocación profética. Si la Iglesia no es profética estaría faltando a su misma vocación y al seguimiento de Cristo, según Hechos.

En la historia de la humanidad, y en la de la Iglesia, hay numerosos casos de martirios. Personas que, con su vida, hasta el extremo violento de su muerte, dan testimonio de fidelidad en aquello que han proclamado y creído. Pero algunos de ellos son matados porque se quiere hacer callar su voz. Voz que Dios dice por su intermedio, voz de profetas. De Romero se decía que era “voz de los que no tienen voz”, que “podrán callar al profeta, pero su voz de justicia no” y que “nadie hará callar tu última homilía”. Romero debía ser acallado; hablaba tan claramente “en nombre de Dios” que se atrevió a ordenar “en nombre de Dios, ¡cese la represión!”

El profeta puede hablar en nombre de Dios porque antes lo ha escuchado; siente lo que Dios siente ante la realidad, realidad de gozo, realidad de dolor. Siente alegría porque los que Dios ama están mejor; siente enojo, porque no lo están. El Dios que se goza del derecho y la justicia transmite ese mismo gozo (o el lamento por su ausencia) y es recepcionado por los y las profetas, ¡y lo gritan! Pero esa voz, debe ser acallada por los que prefieren escuchar “otras voces”. En este caso, no tanto por confrontar con Dios, sino por la defensa de un statu quo de injusticia y violencia. Por eso los matan, por eso mueren.

Pero quizás debamos reconocer que, como en cierto tiempo de Israel, hoy no pareciera haber profetas. Quizás haya militantes que – para el establishment – debieran ser eliminados, pero pareciera que faltan profetas, falta una “voz de Dios”. Claro que siempre queda una pregunta… Si hoy no se escuchan voces de profetas, ¿es porque Dios no habla y no tiene nada que decir? ¿o será porque abundan esos sordos que no quieren oír? Porque si no oyen, no hablarán, y si no hablan no dirán a todos la palabra de Dios que los invita a cambiar. ¿Y cómo cambiarán si no hay palabras que, de parte de Dios, les señalen el camino?

«Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de Israel. Oirás de mi boca la palabra y les advertirás de mi parte.

Cuando yo diga al malvado: «Vas a morir», si tú no le adviertes, si no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, a fin de que viva, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.

Si por el contrario adviertes al malvado y él no se aparta de su maldad y de su mala conducta,  morirá él por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida. (Ezequiel 3:17-19)

 

Foto tomada de https://www.flickr.com/photos/bombeador/314589612

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