jueves, 22 de febrero de 2024

Una enseñanza de los primeros cristianos

Una enseñanza de los primeros cristianos

Eduardo de la Serna



A fines del siglo I, en Roma, ante la pobreza preocupante de muchos cristianos, fue común que (“numerosos”) cristianos se vendieran a sí mismos como esclavos, para – con ese dinero – ayudar a los más pobres como lo manifiesta la llamada “carta de Clemente”. Ahora bien, es, además, evidente que quienes se autoesclavizaban no eran socialmente de la elite (un ciudadano romano no podía ser esclavo). Es cierto que esto también ocurría entre no cristianos, y los motivos eran variados (buscando un beneficio personal futuro, como la ciudadanía romana), pero nos interesa en este caso, la solidaridad (las razones), quizás “encarnando” aquello de Pablo, “considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo” (Fil 2:3); no se buscaba el propio bienestar sino el de los pobres.

En los primeros años del siglo II, Ignacio de Antioquía escribe a los romanos sobre su inminente martirio, y les pide a los cristianos que no “influyan” para impedirlo. Esto indica que él sabe que ya había, en Roma, algunos cristianos con capacidad de influir ante las autoridades, aunque no sepamos más que esto (incluso podría ser un esclavo de la “casa del César”, por lo que no es sensato sacar más consecuencias).

Ahora bien, un poco más avanzada la primera mitad del siglo II empieza a haber personas adineradas en la comunidad romana. En la obra conocida como “El Pastor”, de Hermas se describe la situación de los pobres, la debilidad de los ancianos y, por contraste, la actitud de muchos ricos de la comunidad (por ejemplo – y es bueno notar el contraste – que no compran a los cristianos esclavos para liberarlos), por el contrario aumentan sus propiedades y lujos (y menciona las trampas y la codicia como motivación) lo que los lleva a un cristianismo superficial; se enferman por comer demasiado, se debilitan los lazos en la comunidad cristiana (no participan de las reuniones para que los pobres no les pidan limosnas; aunque – para Hermas - la urgencia de sostener la vida de los pobres no debe limitarse a los pobres cristianos solamente) y muy frecuentemente abandonan la fe para poder seguir sosteniendo su modo de vida de lujo y placer. No es infrecuente que los pudientes se excusaban de no sostener a los pobres argumentando que fingían sus necesidades. Siguiendo una teología propia de la época, Hermas sabe que muchos sostienen que tales pecados son imperdonables ya que, después del bautismo, no puede haber – se decía – un nuevo arrepentimiento; Hermas dirá que ese arrepentimiento es posible, pero solamente una vez en la vida, algo que los ricos deben tener muy claro en su relación con los pobres.

Me limito a este breve período (fines del siglo I y comienzos del siglo II) y a solo una comunidad (ciertamente importante), Roma. El período y la localidad escogidos no son azarosos… la vida y ministerio de los grandes apóstoles Pedro y Pablo todavía estaba vigente en la ciudad (como expresamente lo señala Clemente), pero la realidad, el medio ambiente, el crecimiento y las crisis en la comunidad invita a pensar siempre y creativamente situaciones nuevas, pero con elementos estables y firmes e inamovibles. La vida de los pobres es expresión casi sacramental de la fidelidad o no al proyecto de Jesús que estamos invitados a vivir. La vida (o la muerte) de los pobres, ayer y hoy, es manifestación evidente de nuestra lealtad, o no, al Evangelio a los pobres, la Iglesia de los pobres, del Reino que es, o no, buena noticia real y concreta, veraz y patente en la vida, o no, de los pobres.

 

Imagen tomada de https://www.museivaticani.va/content/museivaticani/en/collezioni/musei/museo-pio-cristiano/sarcofagi-_a-fregio-continuo/fronte-di-sarcofago-con-scene-bibliche.html

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