Cuando la política es una mala palabra
Eduardo de la Serna
Cuando la sociedad tiene la sensación que “la
política” – que vendría a ser una generalización de “los políticos”, que, a su
vez, sería una generalización de “los que hemos experimentado” – no da
soluciones a la sociedad de los temas fundamentales de lo cotidiano, allí, la
palabra “política” se transforma, casi, en una mala palabra. ¿Por qué no consigo
trabajo? ¡por la política!, ¿por qué no hay acceso a una vida digna? ¡por la política!,
¿por qué no hay justicia? ¡por la política!, ¿por qué la comida, el vestido, el
descanso, la salud son cada vez más inaccesibles?, por la política… “No haga
política”, “no se meta en política”, es casi decir que se está ingresando en un
terreno vedado. Vedado a los “buenos”. No es fácil negar que esa sensación
abunda en la sociedad, y que, por lo tanto, es comprensible que haya
descrédito, hastío, enojo con “la política”. Y, es también evidente, de que cuando
en la sociedad sí hubo una sensación de que cierta política sí cambiaba la vida
de la sociedad para mejor, inmediatamente los Medios de Comunicación, con su
enorme poder de fuego y daño, se ocuparon del descrédito: que corrupción, que
inseguridad, hasta el punto de transformar una corriente en una verdadera “mala
palabra”, y ¡hasta una letra lo es!
Por eso es razonable que una sociedad que quiere
quedar al margen de la política, elija a un marginal, y entonces no extraña, es
comprensible y, ¡hasta se aplauden!, palabras, gestos, actitudes marginales. El
marginal no puede empezar sensata y equilibradamente, no puede desarrollar su “performance”
equilibradamente, ni terminarla. A cada momento “queremos” ver que seguimos
ante un marginal.
Y, precisamente, por eso, por hastío, por estar
en los márgenes (o periferias, como insistía Francisco) la sociedad, que ya no
espera nada de la política, elige no participar (= votar); en las recientes
elecciones: Salta (59,6%), San Luis (59,8%), Jujuy (65%), Chaco (52,09%), CABA
(53,4%), la proporción de votantes fue, realmente, baja. Siendo que, para la
sociedad, los días de elecciones eran días de fiesta (se veía por las ropas “de
gala”, los humitos, las músicas en los barrios), el dato es alarmante. Y no
parece que el clima vaya a cambiar en adelante. Y la experiencia internacional
enseña, para peor, que cuando no se vota – por ejemplo, allí donde esta es “optativa”,
es decir, es vista como un “derecho” y no como un “deber” – los cambios casi no
existen y “todo sigue como está” (y por eso es algo buscado y querido “desde el
poder”).
Nadie con un mínimo de sensatez, de empatía y humanidad negaría que muchas cosas tienen que cambiar. ¡Muchísimas! Pero, para empezar, el tema principal es hacia dónde cambarían; porque si de ahondar los problemas se tratara, pues sería un cambio ¡para peor! En segundo lugar, quizás sea sensato ponernos de acuerdo en qué cosas son las principales que deben cambiar (y sensatamente analizadas, y no con la dirección que los MCS quieren imponernos… ¡y lo logran!), porque, de ese modo, aunque podamos no coincidir en la intensidad y velocidad, al menos tenemos clara la dirección (y eso implica, obviamente, también el “hacia dónde ¡no!”). Pero lo que me parece indispensable es establecer la convicción que, puesto que las cosas deben cambiar, esto sólo puede hacerse desde la política (la buena política, por cierto… ¡la buena!). Solo el pueblo salvará al pueblo, solo la democracia salvará a la democracia y solo la política salvará a la política.
…un grupo
marginal es aquel que no comparte muchos de los valores centrales, establecidos
y hegemónicos en su sociedad, porque tiene unos puntos de referencia propios y
diferentes, lo que le lleva, con frecuencia, a vivir en los márgenes sociales
porque no se integra plenamente en su sociedad, pero tampoco rompe con ella. Es
una situación de tensión, de inestabilidad, porque la tendencia a acomodarse o
a romper incluso físicamente con su sociedad es muy fuerte. (Introducción, en
R. Aguirre [ed.], De Jerusalén a Roma. La marginalidad del cristianismo de
los orígenes, Estella (Navarra): Verbo Divino 2021, p. 15)
Pero eso no implica que la buena
política no sea “marginal”. ¡Quizás debiera! Pero para ofrecer allí espacios de
vida y esperanza, y no para – en la práctica – fortalecer a los “centrales”. Una
marginalidad que fortalece “al centro” no es contra-cultural, sino “funcional”,
y, por eso, peligrosa. Partir “desde” los márgenes, desde los pobres, “desde el
pueblo mismo”, y no desde lo decidido por los “hegemones”, parece lo preferible;
por eso, no parece lo ideal solamente estar o ser marginales, sino, además, fortalecerlos,
o, como se decía, “arriba los de abajo”, o, sencillamente ¡ser subversivos! Y,
aunque es largo, termino con una brillante referencia de Carmen Bernabé al
tema:
b. La marginalidad como
espacio de representación o lugar imaginado creador de posibilidades
radicalmente nuevas
La pensadora y activista
afroamericana bell hooks es una autora imprescindible para entender los márgenes
y la marginalidad como un lugar de posibilidades radicalmente nuevas, una idea
que desarrolla en su obra Yearning, Race, Gender and Cultural Politics6.
bell hooks se niega a identificar la marginalidad y los márgenes con un lugar
solo de privaciones y carencias. Afirma que puede ser un espacio de resistencia
y propuestas transformadoras. Ve la marginalidad como un lugar central para
producir un discurso contra-hegemónico, no solo con palabras sino con formas de
vida y hábitos alternativos [7], que creen una subjetividad, prácticas y
relaciones espaciales nuevas.
Hablo desde un
lugar en los márgenes donde soy diferente, donde veo las cosas de forma
diferente. Hablo sobre lo que veo [...] Estoy localizada en el margen. Hago una
distinción determinante entre esa marginalidad que es impuesta por las estructuras
opresivas y aquella marginalidad que se elige como lugar de resistencia, como
localización de apertura y posibilidad radical [8].
No se trata de una marginalidad
que se ansía perder para integrarse en el centro hegemónico; no es la marginación
impuesta, sino la marginalidad elegida; un lugar que se elige, en el que una
persona se sitúa porque nutre su capacidad de resistir la mirada y los valores
hegemónicos que ordenan y controlan el espacio; un lugar que ofrece una
perspectiva radical desde la que mirar, imaginar y crear alternativas y nuevos
espacios [9]. No es tampoco una mera transgresión desestabilizadora, ni se
trata de dar la vuelta a la situación de dominación y a los roles ejercidos en
ella, ni de desear y lograr situarse en el centro asumiendo sus valores y
estrategias.
Se trata, más allá de la
transgresión, de hacer propuestas de un cambio de organización espacial, un
cambio de distribución del poder y un cambio en las relaciones. Se hace desde
la marginalidad, un lugar entre dos mundos, un espacio de apertura radical
donde es posible adquirir una forma especial de mirar, estar y de actuar [10],
incluso si se vive en el centro [11]. En esa marginalidad asumida es posible
construir la propia identidad sin aceptar la que impone la división binaria
hegemónica. Para ello hay que comenzar por aceptar y descubrir la marginalidad
como «un lugar de apertura radical», donde cada persona pueda ser aquello que
puede llegar a ser en el desarrollo de sus mejores posibilidades; un espacio
donde sea posible re-imaginar las identidades y las relaciones lo favorezcan.
Este lugar de la marginalidad
asumida no es cómodo. Muchas veces, como reconoce bell hooks, la oposición a
esta manera de ver las cosas no procede, en primer lugar, de los grupos
dominadores, sino de los mismos marginalizados y oprimidos. Ella reconoce que
el espacio de la marginalidad donde viven los oprimidos no es un remanso de
puros que viven aparte de los opresores, sino que estos márgenes son tanto
lugares de represión como de resistencia [12]. A veces, incluso el hogar
familiar que suele ser el lugar de resistencia frente al mundo exterior y donde
se forja la identidad frente a los dominadores; puede convertirse en un lugar
de oposición a esta forma de ver el mundo y de situarse ante la realidad. Por eso,
es necesario contar con lo que denomina una «comunidad de resistencia», donde
se descubren y se pueden experimentar formas diferentes de ver la realidad y de
ser [13]. A ese lugar Jesús de Nazaret lo llamaba reino de Dios. (C. Bernabé, “El
Reino de Dios y su propuesta desde la marginalidad creativa”, en De Jerusalén a
Roma, pp. 22-24)
(Notas)
- . El “nombre bell hooks (con minúscula por su propia elección) es el nombre de la escritora, profesora y activista feminista norteamericana Gloria Jean Watkins (Kentucky, 1952). El nombre con el que firma sus escritos lo asumió en recuerdo de su bisabuela materna, Bell Blair Hooks”.
- . Todas las notas (7 a 12), con excepción de la última son citas de bell hooks.
- . La nota 13 cita a Halvor Moxnes, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios; Estella (Navarra): Verbo Divino 2005 pp. 203. 270. Fascinante libro que presenta a Jesús como “raro” (= queer). Para señalar su propia marginalidad, Moxnes señala allí lo extraño que es un profesor de Nuevo Testamento en Noruega, y, además, gay (p. 19) presentándolo como marginalidad y periferia indistintamente.
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