viernes, 16 de mayo de 2025

Pensando en Pedro

Pensando en Pedro

Eduardo de la Serna


El Evangelio de san Juan tiene interesantes diferencias con los otros tres, que merecen destacarse. Y me refiero, aquí, particularmente a la persona de Pedro. Siendo que, en la paupérrima referencia bíblica del reciente documento final del Sínodo de obispos, el texto de Juan 21 pretendió fungir como eje de la reflexión, quiero detenerme, precisamente allí.

Juan sabe que su nombre es Simón (1,40-42) y con mucha frecuencia así es llamado: solamente Simón (acotando, por ejemplo, que es “hijo de Juan”, 21,15-17). En el principio del Evangelio, además, aclara que Jesús lo renombra Kefas (sólo aquí en los Evangelios se encuentra su nombre arameo, 1,42, y – como suele hacerlo en el capítulo 1 – con la correspondiente traducción, “piedra”). Algunas veces utiliza solamente Pedro (1,44; 13,8.37; 18,11.16.17.18.26.27; 20,3.4; 21,7.17.20.21; es decir, particularmente en el relato de la Pascua), y habitualmente prefiere Simón Pedro (19 veces).

Es sabido que el capítulo 21 de Juan tiene características propias, lo cual invita a pensar que fue añadido por un redactor de la comunidad del Discípulo amado, ciertamente en su misma corriente teológica. Por ejemplo, sólo aquí en el Cuarto Evangelio se hace referencia a los hijos de Zebedeo, pero, en continuidad con el cuerpo, encontramos a Natanael y a Tomás “el Mellizo” (21,2); como en el resto del Evangelio, al lago lo llama Tiberíades (6,1.23), y Pedro se encuentra junto al Discípulo amado en una ligera situación inferior (21,7). Conoce, además, la escena del Discípulo preguntándole a Jesús el nombre del traidor (21,20), pero solo aquí el resucitado se encuentra, en este Evangelio, con los suyos fuera de Jerusalén.

El encuentro personal con Pedro viene precedido por la escena del extraño en la orilla, al que el Discípulo reconoce como “el Señor”, y se encuentran con un pescado, pan y brasas. Pedro, obedeciendo, es el que saca la red (que sus compañeros no habían podido sacar, v.6) repleta de peces a la orilla, y se aclara que estos eran 153. El verbo “arrastra” no es habitual, y en 6,44 es el Padre el que arrastra a las personas y en 12,32, es Jesús. Ahora, luego de la Pascua, ¿es tarea de los discípulos y especialmente de Pedro? San Agustín, por ejemplo, alegorizando, según su estilo, afirma que sumados los números del 1 al 17 el resultado es 153 (este modo “triangular” no era infrecuente en el ambiente bíblico), y acota que el 17 remite a los 10 mandamientos y el 7 refiere al Espíritu. Muchos otros Padres han dado también sentido alegórico a estos números (la Iglesia, Israel y la Trinidad; los casados, los célibes y las vírgenes, etc…). Lo cierto es que, si tiene un significado (se ha pensado, concretamente, en la gematría, es decir el sentido de los números como letras, algo habitual en el ambiente), este mismo hoy nos es inaccesible, a menos que se tratara de un dato histórico que el autor conoce, algo, también, imposible de saber. La importancia, ciertamente radica en que se trata de un número enorme, y, además, en que la red no se rompe (sjisma).

Pero la novedad continúa en el diálogo de Jesús con Pedro: ¿me amas? Como se sabe, la triple pregunta de Jesús es seguida de una triple respuesta de Pedro. Pero con interesantes variaciones estilísticas:


Jesús

Pedro

Tarea

Destinatarios

¿me amas (agapaô) más que (a) esto / estos?

Sabes que te quiero (filéô)

Apacienta (boskô)

Corderos (arníon)

¿me amas (agapaô)?

Sabes que te quiero (filéô)

Pastorea (poimainô)

Ovejas (próbaton)

¿me quieres (filéô)?

Sabes todo, sabes que te quiero (filéô)

Apacienta (boskô)

Ovejas (próbaton)

 

Si bien se ha pensado que entre amar y querer (agapaô y filéô) hay una diferencia de intensidad, en general hoy se reconoce que en Juan ambos verbos son sinónimos (el Padre ama y también quiere al Hijo, el discípulo es al que Jesús amaba y también al que quería…), ciertamente el acento aquí está puesto en el número tres puesto que tantas fueron las negaciones de Pedro. Es por eso que se entristece (la relación también viene dada por las brasas, donde Pedro se calentaba al negarlo [18,18], y que tiene el desconocido en la orilla sobre la que hay un pez y pan [21,9]).

Pero, no puede dejarse de lado que Pedro, que había afirmado vehementemente que seguiría a Jesús hasta dar la vida (13,37), en realidad, sí lo sigue (18,15) para – junto a las brasas - negarlo (y negarse: “no soy” [18,17.25]). El “seguimiento” de Pedro había sido “físico”, no “discipular”. Lo que da verdadera entidad al discipulado es el amor, y ahora Pedro lo afirmará (y Jesús, que “sabe todo”, lo reconoce). Pero ahora, en este amor – como el de Jesús – extremo, Pedro será matado. Jesús ya lo había dicho:

«no hay amor [agápê] más grande que poner la vida por los que se quiere [fílos]» (15,13)

Y Pedro será matado por seguir – ahora sí, discipularmente – a Jesús:

«decía esto indicando con qué muerte glorificaría a Dios, y, dicho esto, añadió: ¡Sígueme!»

El seguimiento de Pedro, como el de Jesús, lo lleva a poner su vida delante del peligro de las ovejas (prôbaton, 10,11); eso es cuidar (poimaínô, como hará el caudillo de Israel, Mt 2,6). Y debe alimentarlas (boskô), sin olvidar que se trata del rebaño de Jesús (“mis ovejas / corderos”).

El nuevo lugar que alcanza Pedro, viene dado por el amor garantizado (“sabes todo”), amor hasta el extremo de arriesgar la vida (y perderla). En este nuevo rol, el cuidado (alimento y protección) de aquellos que el Padre le ha dado a Jesús (10,29) es el encargo y responsabilidad.

El texto continúa porque ahora Pedro ve que quien lo “sigue” es el Discípulo amado (21,20) de quien se afirmará: “si quiero que permanezca hasta que yo venga, ¿qué a ti?” y reitera: “¡Sígueme!” (21,22).

El cuidado (apacentar, pastorear) del rebaño (corderos, ovejas) de Jesús, por disposición del Padre, es el encargo que luego recibe Pedro a partir de la confirmación de su amor extremo. Y ese cuidado viene dado por la vida del rebaño, pero, en este caso, se refiere no a la vida cotidiana, “física” (psyjê) – que sí es capaz de arriesgarse, y perder frente al peligro – sino a la vida divina (zôê) que Jesús da, y da en abundancia (10,10). Las ovejas siguen al pastor Jesús, porque conocen su voz (10,4), mientras que no siguen a extraños.

Como es frecuente en los diferentes ministerios bíblicos, aquel que recibe un encargo, sean profetas, apóstoles, sacerdotes, etc. no se trata de algo “para sí”; se trata simplemente de un intermediario entre Dios, el donador, y su pueblo, los destinatarios. El intermediario podrá ser o no fiel al proyecto divino en la medida en que se reconozca simplemente como tal, como quien tiene un encargo de Dios en favor de sus destinatarios. Y en ellos se verá o no la fidelidad o no. No en la persona de Pedro, sino en que apaciente las ovejas, cuide los corderos.

Haciendo memoria de su pasado como pastor, David dice:

«Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y si se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo». (1 Sam 17:34-35)

La vida plena del rebaño es lo que cuenta, ¡no Pedro!, este es, nada menos, que quien debe responsabilizarse de su cuidado (ovejas del Padre), y enfrentar al lobo, al oso o al león. La vida de los corderos es la que cuenta, no la de Pedro, o de David. Recién cuando el amor aparece, con todo lo que el amor significa, recibe Pedro el encargo; ¡tanto quiere Jesús a aquellos que el Padre le ha encomendado! Ahora sí, lo sigue. ¡Ahora sí!


Imagen tomada de https://www.facebook.com/JEHOVAesELNombreDeDios/posts/jehov%C3%A1-cuida-de-sus-siervos-igual-que-un-pastor-amoroso-cuida-de-su-reba%C3%B1o-les-m/1227295094146969/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.