miércoles, 14 de mayo de 2025

Crítica al neoplatonismo

Crítica al neoplatonismo

Eduardo de la Serna



Hace ya bastante tiempo señalaba yo la importancia de prestar, actualmente, atención al neoplatonismo.

Esta corriente fue tan poderosa que impregnó todos los estamentos de la sociedad… y de la Iglesia. Surgida en Alejandría, muy pronto adquirió carta de ciudadanía mundial (en Occidente, por cierto). No se pueden desconocer personajes fascinantes de este tiempo y corriente, entre quienes descolla Hypatia, maestra (con todas las letras), asesinada por “cristianos”, algo de lo que no parece ajeno el antiguo obispo Cirilo.

Y así se llegó a lo que se llamó, lo cual es probablemente correcto, el “neoplatonismo cristiano”. Es de señalar, por ejemplo, además, que esta corriente resurgió con fuerza durante el Renacimiento, y – probablemente – está muy presente hoy en muchas corrientes y espiritualidades.

Como en todas las cosas, creo, es indispensable entenderla en su tiempo y contexto. Leerlo acríticamente, y aplicado literalmente al hoy, sería falso en las dos puntas: el neoplatonismo y el hoy.

Con esta corriente, por ejemplo, se incorporaron ideas como “espiritualismo”, “mística” y “ascética”, “contemplación”, etc. Términos que venían de la filosofía y se “espiritualizaron”, se cristianizaron… Particularmente importante fue la lectura espiritual de la Biblia, para la cual, “detrás” del texto subyacía una lectura superior (y verdadera), la espiritual, que solo los espirituales podrían comprender acabadamente. En esto, se acercaba bastante al gnosticismo; aunque en otros aspectos estos se enfrentaban; por ejemplo, mientras para los gnósticos el matrimonio y el sexo eran un mal (por ser materiales), para los neoplatónicos cristianos, eran inferiores a la vida contemplativa, pero si se vivían sacramentalmente (dentro del sacramento del matrimonio) eran una suerte de mal necesario (Agustín, por ejemplo). De hecho, Clemente de Alejandría enfrenta vehementemente a quienes rechazan el matrimonio aludiendo al matrimonio de Pedro, Pablo y Felipe... Pero, volvamos a la lectura bíblica, y señalemos un simple, pero gráfico, ejemplo. El diluvio y el arca, eran imagen del bautismo y de la Iglesia; la barca de Pedro era, también, la Iglesia; y los números tenían, todos ellos, un sentido simbólico: los dos ciegos del Evangelio de Mateo son Israel y Judá hasta que llega Cristo, etc… También nosotros necesitamos que Él nos abra los ojos para ver las Escrituras (Orígenes). O también que el reparto de las vestiduras del crucificado entre los cuatro soldados “fue figura de la Iglesia dividida en cuatro partes porque está esparcida por las cuatro partes del mundo…” (Agustín). Esta lectura espiritual de la Biblia, que él escuchó de boca de san Ambrosio, por ejemplo, fue la que terminó de motivar a Agustín a dar el paso hacia el cristianismo, luego de la fascinación por las lecturas de los neoplatónicos Plotino y Pofirio, las cuales buscó conciliar. El clásico dualismo platónico, por ejemplo, lo llevó a entender que hay dos historias: una secular y otra sagrada, y desde allí leer la realidad en su Ciudad de Dios.

Leer estos autores sin las razonables mediaciones hermenéuticas de su tiempo y espacio, ciertamente, nos impediría descubrir muchas de sus riquezas. Por ejemplo, es evidente que son misóginos, que tienen una mirada hiper negativa del judaísmo, y no aceptan una lectura “histórico-crítica” de la Biblia.

Por otro lado, aceptar y disfrutar sus riquezas, no debe impedirnos valorar los pasos dados en el pensamiento y la teología a partir de entonces.

Hoy, por ejemplo, nadie afirmaría que “hay dos historias”:

Sin caer en confusiones o en identificaciones simplistas, se debe manifestar siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre; entre la historia de la salvación y la historia humana; entre la Iglesia, Pueblo de Dios, y las comunidades temporales; entre la acción reveladora de Dios y la experiencia del hombre; entre los dones y carismas sobrenaturales y los valores humanos. (Medellín, Catequesis 4).

Hoy nadie diría que la Biblia es, a veces, un libro escondido, que debe ser recibido con fe incluso cuando no se revela completamente. Ciertamente siempre descubrimos cosas viejas y nuevas (como el escriba de Mt 13,52), pero sabemos claramente que esta no se revela plenamente a los espirituales o intelectuales sino “a los pequeños” (Mt 11,25).

No deja de ser interesante la anécdota de cuando monseñor Romero se sentó con unos campesinos que leían el Evangelio de Juan, a lo que el asistió callado, y al terminar dijo lagrimeando: “Yo creía que conocía el evangelio, pero estoy aprendiendo a leerlo de otra manera.” (entre paréntesis, es de notar que este grupo tenía la Biblia enterrada por lo subversivo y peligroso que significaba en este tiempo leerla).

Hoy, tenemos claro de la importancia de una “mística de ojos abiertos”, de la urgencia de que la mujer tenga el lugar que “debe” tener, que no es el que los varones estamos dispuestos a “permitirle”, que el espiritualismo desencarnado vuelve a poner a la Iglesia “separada” del mundo que el Concilio Vaticano II reencontró. Quizás, si en tiempos agustinianos, la urgencia era la “espiritualización”, hoy se vuelva sumamente urgente la “encarnación”. Así, las dos manos de Dios podrán abrazar a varones y mujeres para caminar con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo, ser hermanos y hermanas de los y las pobres, y ser “sacramento” de la presencia de Dios en medio de tanto dolor, injusticia, violencia…

 

Fragmento de "La Escuela de Atenas" de Rafael Sanzio que muestra a Platón y Aristóteles

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