lunes, 14 de julio de 2025

Marta, María y una lectura (neo)platónica de un texto no platónico

Marta, María y una lectura (neo)platónica de un texto no platónico

Eduardo de la Serna



Por esta idea de la absoluta fecundidad de la contemplación a causa de su altísima fuerza activa en la iglesia y entre los pecadores, no se desplaza en manera alguna la primitiva idea de la contemplación, como fuente de la acción, en gracia de una especie de activismo. La contemplación de Teresa lleva a todos los signos de la autenticidad. es absoluta entrega y se abre a la palabra del Señor, se abre más allá de todo orar activo a un puro estado de ofrecimiento y mera recepción, y finalmente, de modo forzoso, a un sufrimiento y a una pasión. Lo nuevo en su contemplación no está en el fondo de su misma esencia, si no en la inteligencia de su efecto, en la visión eclesiológica y soteriológica de todo, como quizás no se había hecho resaltar jamás de manera tan radical y pura en toda la historia de la espiritualidad. Mientras los Padres, sin excepción, poseían una motivación e idea de la contemplación preferentemente individualista, influidos en este punto por los ideales contemplativos platónicos, aristotélicos, estoicos y neoplatónicos, surge, sí en la mística de la Edad Media la idea de fecundidad contemplativa, pero sin lograr desprenderse del todo del esquema tradicional. La mística española, a consecuencia de su actitud reflexiva y psicológica, sigue a su vez prisionera dentro de la disposición del sujeto contemplativo, por mucho que sea consciente de la finalidad práctica del apostolado. Primero que nadie Teresita aparta la contemplación de los últimos residuos de la interpretación neoplatónica, y por esta sola hazaña le corresponde un puesto dentro de la historia de la teología. [H. U. von Balthasar, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona: Herder 31989, 197-198].

No cabe duda que dentro del ambiente religioso en general, y cristiano en particular, la palabra “espiritualidad” es palabra mayor. Pero, como ocurre con casi todas las “buenas palabras”, su polisemia no permite a todos entender acabadamente lo mismo al pronunciarla.

“En cristiano”, espiritualidad remite al espíritu; es decir, al Espíritu Santo. Ese mismo que “no sabemos de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3,8), ese mismo que de tan inasible es imaginado como viento, agua o fuego. Y esto, es fácil de reconocer, ha permitido, en el pasado y en el presente, atribuir al espíritu demasiadas cosas, actitudes, palabras o movimientos que dudosamente nos remitan a Él. Algún criterio debe haber para reconocerlo, ciertamente, y a eso se lo ha llamado “discernimiento”, que en griego remite a juicio, análisis, evaluación...

Ciertamente, en la bimilenaria historia de la Iglesia ha habido centenas de “espiritualidades”, algunas más ocasionales o locales, otras más universales. A modo de ejemplo, es evidente que algunas comunidades religiosas presentan valiosamente la “espiritualidad” de su fundador o fundadora como algo que los conduce en la vida, pero, esa misma manera de vivir es inconveniente fuera de las fronteras de esa misma comunidad. Lo mismo, pareciera, puede decirse de espiritualidades propias de regiones o de tiempos hoy distantes. En ocasiones, estas pueden localizarse o actualizarse, pero a veces esto no pareciera posible; no siempre lo es.

Es razonable que, en un determinado tiempo, en una determinada región, por ejemplo, se viva, se piense, se rece de un modo, y, que, a su vez, eso no pueda repetirse en otros días u otras partes. Es razonable, así mismo, que en los tiempos patrísticos el horizonte de pensamiento, reflexión ¡y espiritualidad!, estuviera enmarcado en un ambiente y mundo helenista. La importancia, por ejemplo, que tuvo el (neo)platonismo en Agustín de Hipona no puede negarse.

Pero, esto no debe universalizarse. Ni el Nuevo Testamento es helenista (¡es semita!), ni tampoco lo son nuestros tiempos. Leer – como lamentablemente se ha hecho en muchas ocasiones – en clave helenista a Pablo (los términos “carne” y “espíritu”, por ejemplo) o Juan (como ocurre con la categoría “mundo”) sencillamente le hace decir a los textos bíblicos precisamente lo que no dicen.

El neo platonismo fue importantísimo en los primeros siglos de la espiritualidad cristiana; especialmente porque da un paso fascinante con respecto al platonismo clásico, y, si puede decirse que este es “filosofía”, puede afirmarse que aquel es “espiritualidad”. Categorías como “contemplación”, “ascética”, “mística”, por ejemplo, adquieren, a partir de él, carta de ciudadanía en la espiritualidad cristiana. Pero, y esto debe tenerse en cuenta, esto ocurre suponiendo una corriente de pensamiento, filosofía, que le da un sentido: el platonismo. El individualismo, por ejemplo, y el elitismo, acompañan esta corriente. Corriente que, si bien, emerge en Alejandría, alcanzan expansión y presencia en los ambientes eclesiales de los primeros siglos, y una nueva corriente de impulso en el Renacimiento. Su acercamiento (con distancia, por cierto) con el gnosticismo, además, le dio una pátina de fascinación. Y ayuda, también, a entender muchas espiritualidades contemporáneas.

Ciertamente, si de discernimiento se trata, el Espíritu Santo no puede entenderse sin el otro envío del Padre: el Hijo; las dos manos de Dios al decir de san Ireneo (Adv. Haer IV, pref. 4; 20,1; V 6,1; 28,4). Un Cristo separado de la “espiritualidad”, o un Espíritu alejado de la “encarnación” se aproximan bastante a corrientes ajenas a “lo cristiano”.

Valga toda esta introducción para señalar que lecturas bíblicas “espiritualistas” (habitualmente neoplatónicas) no parten del texto bíblico, aunque lo reivindiquen, y deforman el sentido del texto.

Espiritualizar la parábola llamada del “Buen Samaritano” señalando que es Jesús, o Dios, le quita encarnadura y mordiente al texto.

Señalar que Marta y María representan la vida activa y la vida contemplativa parece olvidar que Marta se ocupa de “muchas cosas” mientras María eligió “una sola”, la importante, es decir, el discipulado, el Evangelio del Reino de Dios.

Con frecuencia se recurren a lecturas, en ocasiones agradables, piadosas (y no pocas veces desencarnadas, individualistas y elitistas) que nos separan nada menos que de lo que Jesús dijo. Olvidar que el Espíritu sopla en una comunidad encarnada no es, al menos hemos de discernirlo, espiritualidad cristiana. No es poco reconocerlo.

 

Imagen tomada de https://apiedeclasico.blogspot.com/2015/11/neoplatonismo-ateniense-y-cristianismo.html

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