Marta, María y una lectura (neo)platónica de un texto no platónico
Eduardo de la Serna
Por esta idea de la absoluta
fecundidad de la contemplación a causa de su altísima fuerza activa en la
iglesia y entre los pecadores, no se desplaza en manera alguna la primitiva
idea de la contemplación, como fuente de la acción, en gracia de una especie de
activismo. La contemplación de Teresa lleva a todos los signos de la
autenticidad. es absoluta entrega y se abre a la palabra del Señor, se abre más
allá de todo orar activo a un puro estado de ofrecimiento y mera recepción, y
finalmente, de modo forzoso, a un sufrimiento y a una pasión. Lo nuevo en su
contemplación no está en el fondo de su misma esencia, si no en la inteligencia
de su efecto, en la visión eclesiológica y soteriológica de todo, como quizás
no se había hecho resaltar jamás de manera tan radical y pura en toda la
historia de la espiritualidad. Mientras los Padres, sin excepción, poseían una
motivación e idea de la contemplación preferentemente individualista, influidos
en este punto por los ideales contemplativos platónicos, aristotélicos,
estoicos y neoplatónicos, surge, sí en la mística de la Edad Media la idea de
fecundidad contemplativa, pero sin lograr desprenderse del todo del esquema
tradicional. La mística española, a consecuencia de su actitud reflexiva y
psicológica, sigue a su vez prisionera dentro de la disposición del sujeto
contemplativo, por mucho que sea consciente de la finalidad práctica del
apostolado. Primero que nadie Teresita aparta la contemplación de los últimos
residuos de la interpretación neoplatónica, y por esta sola hazaña le
corresponde un puesto dentro de la historia de la teología. [H. U.
von Balthasar, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona: Herder 31989,
197-198].
No cabe duda que dentro del
ambiente religioso en general, y cristiano en particular, la palabra “espiritualidad”
es palabra mayor. Pero, como ocurre con casi todas las “buenas palabras”, su
polisemia no permite a todos entender acabadamente lo mismo al pronunciarla.
“En cristiano”, espiritualidad
remite al espíritu; es decir, al Espíritu Santo. Ese mismo que “no sabemos de
dónde viene ni a dónde va” (Jn 3,8), ese mismo que de tan inasible es imaginado como viento, agua
o fuego. Y esto, es fácil de reconocer, ha permitido, en el pasado y en el presente,
atribuir al espíritu demasiadas cosas, actitudes, palabras o movimientos que
dudosamente nos remitan a Él. Algún criterio debe haber para reconocerlo,
ciertamente, y a eso se lo ha llamado “discernimiento”, que en griego remite a juicio,
análisis, evaluación...
Ciertamente, en la bimilenaria
historia de la Iglesia ha habido centenas de “espiritualidades”, algunas más
ocasionales o locales, otras más universales. A modo de ejemplo, es evidente
que algunas comunidades religiosas presentan valiosamente la “espiritualidad”
de su fundador o fundadora como algo que los conduce en la vida, pero, esa
misma manera de vivir es inconveniente fuera de las fronteras de esa misma
comunidad. Lo mismo, pareciera, puede decirse de espiritualidades propias de
regiones o de tiempos hoy distantes. En ocasiones, estas pueden localizarse o
actualizarse, pero a veces esto no pareciera posible; no siempre lo es.
Es razonable que, en un
determinado tiempo, en una determinada región, por ejemplo, se viva, se piense,
se rece de un modo, y, que, a su vez, eso no pueda repetirse en otros días u
otras partes. Es razonable, así mismo, que en los tiempos patrísticos el horizonte
de pensamiento, reflexión ¡y espiritualidad!, estuviera enmarcado en un
ambiente y mundo helenista. La importancia, por ejemplo, que tuvo el
(neo)platonismo en Agustín de Hipona no puede negarse.
Pero, esto no debe
universalizarse. Ni el Nuevo Testamento es helenista (¡es semita!), ni tampoco
lo son nuestros tiempos. Leer – como lamentablemente se ha hecho en muchas
ocasiones – en clave helenista a Pablo (los términos “carne” y “espíritu”, por
ejemplo) o Juan (como ocurre con la categoría “mundo”) sencillamente le hace
decir a los textos bíblicos precisamente lo que no dicen.
El neo platonismo fue
importantísimo en los primeros siglos de la espiritualidad cristiana;
especialmente porque da un paso fascinante con respecto al platonismo clásico,
y, si puede decirse que este es “filosofía”, puede afirmarse que aquel es “espiritualidad”.
Categorías como “contemplación”, “ascética”, “mística”, por ejemplo, adquieren,
a partir de él, carta de ciudadanía en la espiritualidad cristiana. Pero, y
esto debe tenerse en cuenta, esto ocurre suponiendo una corriente de
pensamiento, filosofía, que le da un sentido: el platonismo. El individualismo,
por ejemplo, y el elitismo, acompañan esta corriente. Corriente que, si bien,
emerge en Alejandría, alcanzan expansión y presencia en los ambientes
eclesiales de los primeros siglos, y una nueva corriente de impulso en el
Renacimiento. Su acercamiento (con distancia, por cierto) con el gnosticismo,
además, le dio una pátina de fascinación. Y ayuda, también, a entender muchas
espiritualidades contemporáneas.
Ciertamente, si de discernimiento
se trata, el Espíritu Santo no puede entenderse sin el otro envío del Padre: el
Hijo; las dos manos de Dios al decir de san Ireneo (Adv. Haer IV, pref.
4; 20,1; V 6,1; 28,4). Un Cristo separado de la “espiritualidad”, o un Espíritu
alejado de la “encarnación” se aproximan bastante a corrientes ajenas a “lo
cristiano”.
Valga toda esta introducción para
señalar que lecturas bíblicas “espiritualistas” (habitualmente neoplatónicas)
no parten del texto bíblico, aunque lo reivindiquen, y deforman el sentido del
texto.
Espiritualizar la parábola
llamada del “Buen Samaritano” señalando que es Jesús, o Dios, le quita
encarnadura y mordiente al texto.
Señalar que Marta y María representan
la vida activa y la vida contemplativa parece olvidar que Marta se ocupa de “muchas
cosas” mientras María eligió “una sola”, la importante, es decir, el
discipulado, el Evangelio del Reino de Dios.
Con frecuencia se recurren a
lecturas, en ocasiones agradables, piadosas (y no pocas veces desencarnadas,
individualistas y elitistas) que nos separan nada menos que de lo que Jesús dijo.
Olvidar que el Espíritu sopla en una comunidad encarnada no es, al menos hemos
de discernirlo, espiritualidad cristiana. No es poco reconocerlo.
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