Una nota sobre el Buen Samaritano
el samaritano no es Dios, el samaritano no es Jesús... el samaritano es un enemigo
Eduardo de la Serna
Pocas parábolas han sufrido tanto la lectura
alegórica, espiritual, como la llamada del “Buen Samaritano”. Probablemente la
influencia agustiniana ha conducido a esta lectura, profunda sin duda, pero no
fiel al texto.
Señalemos algunas cosas introductorias: una
parábola es una narración, habitualmente fácil de comprender por el auditorio
por lo razonable de la escena, hasta que – frecuentemente – algo invita a una
comprensión diferente. Como un proverbio (del cual se nutre) hay una conclusión
que llama a un modo de obrar. Las lecturas alegóricas espiritualizan la escena
dándole a cada una un sentido simbólico. Con sensatez se ha dicho que las
alegorías se dirigen a la inteligencia mientras que las parábolas apuntan a la
voluntad. Suele haber un “punto” al cual se propone al auditorio dirigir la
mirada. En el caso de la parábola en cuestión, este es el “prójimo”, como se ve
al comienzo y al final de la misma. Lo inesperado, en este caso, radica en que
quien se vuelve prójimo (¿quién fue prójimo?, Lc 10,36) es de quién no se esperaba
que lo fuera, un samaritano, es decir, un enemigo (9,52-53), mientras que no lo
hicieron los “religiosos” de la comunidad.
Ahora bien, hay dos actitudes paralelas que
caracterizan el obrar del samaritano: la compasión, lo “entrañable” (v.33) la cual, además, es comprendida como “misericordia” (v.37). Ciertamente, de estas
cualidades los evangelios destacan elementos fundamentales:
- La compasión (lo entrañable) sólo se encuentra en los Evangelios sinópticos en los Evangelios, y salvo cuando se encuentra en parábolas (en tres parábolas), como es en este caso, el sujeto siempre es Jesús.
- La misericordia, es la actitud religiosa por excelencia (“misericordia quiero, no sacrificios” repite Mateo 9,13; 12,7 citando Oseas 6,6) y se ve también en 23,23. En Lucas, en el relato de la “infancia”, es una característica de Dios (1,50.54.58.72.78) y fuera de esto sólo lo encontramos aquí.
Ciertamente lo extraño – lo
desafiante de la parábola – es que ambas actitudes se apliquen nada menos que a
un samaritano. Y ambas como expresión del amor al prójimo.
Resulta, entonces, evidente que
ambas actitudes, la compasión y la misericordia, se aplican sin dudarlo a Dios
y a Jesús, pero afirmar que, ya sea Dios ya sea Jesús, son “buenos samaritanos”
es hacer exactamente lo contrario de lo que la parábola intenta destacar. No es
Jesús quien actúa como samaritano, sino el samaritano (¡nada menos!) el que
actúa como Jesús. Es decir, el sujeto de la parábola, aquel de quien se
esperaría “ojo por ojo”, o simplemente desprecio, es quien actúa como lo hace frecuentemente
Jesús, como las personas religiosas por excelencia: los misericordiosos,
alcanzarán misericordia (Mt 5,7). Para alcanzar la vida, Jesús invita a “hacer
lo mismo” que hizo un enemigo, quien, a su vez, hace lo que Dios y Jesús hacen.
La lectura alegórica vuelve “piadosa” la desafiante imagen que Jesús (o Lucas)
propone y le saca encarnadura. No está mal dejar que Jesús nos siga desafiando…
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