sábado, 1 de febrero de 2025

Autopercepción

Autopercepción

Eduardo de la Serna


Uno de los puntos contra los que la “batalla cultural” de Milei y sus cómplices concentra muchos de sus “cañones” es el rechazo a la llamada “autopercepción”. Pero este rechazo no está dado contra “toda autopercepción” sino contra la referida al género; tema que los pone muy nerviosos (y eso invitaría a recomendarles un buen tratamiento psiquiátrico, por otra parte) … Pero hay otras autopercepciones de las que se jactan y enorgullecen, por cierto.

Se enorgullecen de autopercibirse “fuerzas del cielo” sin que nos quede claro quién – particularmente desde el cielo, obviamente – les adjudica semejante reconocimiento.

Se autoperciben “argentinos de bien”, sin que nos quede claro qué aspectos serían los que constituyen ese tan mentado bien, o qué sería el mal.

Curiosamente se autoperciben “libres” siendo súbditos, lacayos, vasallos y demás maravillas de los poderes de turno, dispuestos a hacer lo que estos le digan sin cuestionarlo ni, menos aún, confrontarlo.

Pero, más allá de estas autopercepciones (y no menciono la autopercepción que parece emerger de todas las groserías, especialmente imaginándose “un gran macho” confrontando pederastas, mandriles y demás arrogancias; “dime de qué te jactas, y te diré de qué careces”) hay algo que, creo, merece ser pensado.

Todo pueblo, y Argentina no es la excepción, se autopercibe de alguna manera; cuando el nazismo empezó a hablar de “raza superior” y demás barbaridades, eso acompañaba una autopercepción nacional, un “orgullo”. Especialmente después de la batalla de Pavón (1861), Argentina empezó a autopercibirse unitaria (aunque la Constitución Nacional dijera lo contrario) y – sobre todo – “blanca” … es decir, los “indios” y los “negros” (y los “gauchos”, para Sarmiento) no existían (o – como los dinosaurios – se extinguieron) o eran parte de los pueblos vecinos, que eran latinoamericanos, no como Argentina que era europea, y, casi, casi del Commonwelth

Y eso, ser blancos, es una autopercepción básica… No hay negros en Argentina y los indios son terroristas (y, particularmente, chilenos, para los herederos de la “Campaña al desierto”) … Después, en una especie de conmiseración, se reconoce el “crisol de razas” donde llegaron alemanes, rusos, judíos, sirio-libaneses… pero todos, “debidamente calificados” como “gallegos”, “rusos”, “turcos”, “chinos” … En Argentina “no hay” aquellos “otros”, pero, ¡eso sí!, no hay racismo.

En Italia tuve la ocasión de conocer un matrimonio maravilloso: Antonio Negri y Diva, su compañera. Charlando, una vez sobre la cantidad de italianos que llegaron a la Argentina Antonio me dijo taxativamente: “¡no les creas! ¡son todos fascistas!” (me hizo acordar a Miguelito Pitti, en Mafalda, cuyo abuelo habla maravillas de Mussolini). Y me puse a pensar, el antisemitismo (más precisamente judeofobia) que hay en Argentina, ¿de dónde viene? La discriminación perversa de “negros”, “villeros”, “pobres”, “indios”, “putos”, o de quienes defienden sus causas, ¿de dónde viene?

Creo (y sigo en esto a Raúl Zaffaroni) que la Argentina es un país fuertemente racista. Y por racista, fascista. No encuentro otra razón para que nadie (mayoritariamente) condene el bombardeo de Plaza de Mayo de 1955; para que se haya aplaudido el Golpe de Estado cívico militar con bendición eclesiástica de 1976; de que, ya en democracia, Bussi haya sigo elegido en Tucumán, Aldo Rico tuviera la cantidad de votos que tuvo, que Patti haya sido electo en Escobar, De Narvaez en Buenos aires, Macri y Milei en el país, y que todavía ahora – a pesar de la debacle – no haya un rechazo tan férreo y vehemente que lleve a todos los miembros del gobierno a la renuncia y el exilio (para zafar de la cárcel que merecen, pero que nunca ocurrirá con este poder per-Judicial).

Autopercibirse un país donde no hay racismo, creo que fue el primer triunfo en una batalla cultural que seguirá existiendo por décadas por venir. Estarán ganando esa batalla en estos momentos, pero eso no hará que me convenza de lo contrario: ¡Argentina es un país racista (y fascista)! Pero los “negros”, los “indios”, los “cabecitas negras”, los “villeros” y otros despreciados seguirán existiendo y siendo visibilizados para molestarlos (“una pulga no puede detener un tren, pero puede llenar de ronchas al maquinista”, repite Libertad, en Mafalda). Y, además, siempre hay y habrá quienes levanten sus banderas, hagan suyas sus causas y pretendan memoria, verdad y justicia, libertad verdadera, y paz y verdad que no sean las de los cementerios ni la de los Medios hegemónicos. “Lo siento”, pero sigo creyendo que “¡otro mundo es posible!” y allá voy…


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