Ismael
Eduardo de la Serna
El patriarca Abraham, receptor de la promesa de que Dios se preparará un pueblo de su descendencia, está casado con Sara, la cual – como se sabe – es estéril. Ella, entonces, para que la familia tenga descendencia y el futuro esté asegurado, le entrega a su esposo a su esclava Agar a fin de darle esa descendencia. Y es así que nacerá Ismael. Pero la promesa de Dios no es sólo de los hijos de Abraham sino que, afirma, también lo serán de su mujer, por lo que hemos de esperar recién al nacimiento de Isaac para que la promesa divina siga su curso. Pero – de todos modos – en el nacimiento de Ismael, se trata de un hijo de Abraham (y probablemente, además, de un hijo muy querido, como se ve en Gen 21,11, quizás por tratarse del primogénito).
Como es habitual en los primeros capítulos bíblicos, de un determinado personaje descenderán comunidades, pueblos o naciones enteras, y – es evidente – de Ismael nacerán los Ismaelitas que serán un pueblo que vive en el desierto (Sal 83,7; Jdt 2,23). Es interesante, a modo al menos anecdótico, que, en algún relato, serán los ismaelitas los responsables de la ida de José a Egipto, donde luego irán todos sus hermanos para empezar luego desde allí la historia del éxodo (Gen 37,25.27.28; 39,1). La relación entre Egipto (Agar es egipcia) y el desierto sin duda resultan importantes en las tradiciones fundamentales.
Hay más de un Ismael en los textos bíblicos (2 Re 25,23; 1 Cro 8,32; Esd 10,22, etc.), pero aquí nos centraremos en el hijo de Abraham y Agar, la esclava egipcia.
Por ser hijo de Abraham,
aunque no sea el heredero de la promesa, se afirman de él cosas importantes:
será bendecido, se multiplicará en una gran descendencia. Abraham, que, en
principio, ríe incrédulamente ante el anuncio de tener un hijo, pide que Ismael
viva “en presencia” de Dios (17,18), será “bendecido y fecundo” (17,20) y
engendrará príncipes (no está de más recordar que Sara significa “princesa”).
Expresamente se insiste que Ismael será circuncidado (17,23.25.26). Aunque sea
expulsado por Sara al desierto (21,8-19, donde curiosamente jamás se lo llama
por su nombre), acompaña a su hermano Isaac a enterrar a su padre (25,9).
Finalmente se menciona su importante descendencia (25,12-16) y el fin de sus
días (25,17). La historia de Ismael finaliza señalando la enorme extensión de
territorio que ocupa señalando que “se estableció enfrente de sus hermanos”
(25,18 con lo que finaliza como había comenzado, en 16,12).
Lo que caracteriza a Ismael será el desierto, de
allí que sea comparado con un “asno salvaje” (16,12). Pero su vida es
inseparable de la de su madre. Expulsada de la casa de Abraham por Sara, con
aceptación pasiva del marido, Agar, la madre, llora la muerte inminente por
sed. El agua que Abraham le había dado se había agotado y la sed es grave.
Pero el llanto del niño mueve a Dios a intervenir; el pequeño ya no “ríe” (ya
no es como Isaac, que fue lo que motivó la expulsión). Pero la paradoja empieza
a desplegarse y mostrar que Dios, que ha mirado, a su vez acompaña: El desierto
que amenaza su vida se transforma luego en su hogar (21,20). Y aquel cuya madre, para acompañarlo a morir, se puso a “tiro de flecha”, se transformó en arquero
(21,20). Su madre lo sigue acompañando y toma para él una esposa en Egipto (21,21).
El pueblo que fue liberado por
Dios de la esclavitud en Egipto no está exento de ser él a su vez esclavizador
de egipcios, como Agar, y el Dios que escucha el clamor del pueblo oprimido y
lo libera, de Egipto, escucha a su vez a Agar y al niño y se ocupa de su
suerte. Un Dios que es indiferente al dolor de la humanidad no se parece en
nada al Dios de la Biblia.
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