Una vuelta a la “fuga mundi”
Eduardo de la
Serna
Si no creyera
que el reino de Dios es como un grano de mostaza, si no creyera que “otro mundo
es posible”, si no creyera en un Dios que camina con nosotros en la historia, realmente
repetiría el supuesto grito de Mafalda, “¡paren el mundo, me quiero bajar!”
Durante siglos, la
espiritualidad cristiana, influenciada por el neo-platonismo y su dualismo,
entendía que había dos mundos, dos historias, dos ambientes. Lo “ideal” (bien
platónico esto) era fugarse del mundo, sea viviendo en el desierto (eremitas),
o en un ambiente paralelo, como, por ejemplo, la vida religiosa, o una familia
conformada con adecuada resistencia a la perversión y corrupción que “el mundo”
traía. Lo que es “del mundo”, ciertamente es “in-mundo”. Una buena
espiritualidad era “contemplar” en “éxtasis”, salir del cuerpo (que es mundano)
y entrar en el mundo del espíritu (desviarse de lo estático); ese tal era un o
una “espiritual”, y ese tal era, por tanto, un buen cristiano o cristiana (y no
está de más notar la espiritualidad individualista que todo esto conlleva). Fue
por todo esto, por ejemplo, que durante siglos la vida religiosa era tenida
como una “fuga mundi”.
Antes de avanzar
una breve aclaración del término “mundo” en el Evangelio de Juan: allí donde la
comunidad de Juan se asienta definitivamente (quizás Éfeso) siente que todos le
son adversos: los “judíos”, los discípulos de Juan, el Bautista, los cristianos
inmaduros, y… ¡el mundo! En Juan por “mundo” ha de entenderse la sociedad que
es ajena al proyecto de Jesús, que Dios lo amó, pero no lo aceptó, que
confronta con Jesús y los suyos que, por eso, no son “del mundo” pero están “en
el mundo”, y por eso Jesús “ha vencido al mundo” y su reino “no es de este
mundo” … Es decir, no es sensato interpretarlo platónicamente sino en el
contexto histórico de la propia comunidad joánica.
Pero desde el Concilio
Vaticano II, la Iglesia supo tener otra mirada sobre “el mundo”. La Iglesia se
supo “pueblo de Dios” en medio de los pueblos del mundo; fermento (o levadura)
en medio de la masa; la espiritualidad se entendió de un modo paulino, caminar en
la historia según el espíritu, la vida religiosa como encarnar un carisma en
medio de las comunidades…
La teología de
la liberación, por ejemplo, supo ver las causas históricas del pecado y pretendió
y pretende mostrar a Dios en esa historia, y confrontar con aquello que se
opone a sus proyectos de vida y vida plena.
Pero, como se
sabe, hubo y hay reacciones contra el Concilio dentro de la misma Iglesia, y se
intentó e intenta frenar todos sus frutos, “glifosatear” sus brotes de vida y
esperanza. El invierno eclesial intentó poner límites a la vida religiosa,
alentó individualismos espiritualistas en los “nuevos (sic) movimientos
religiosos”, censuró las teologías contextuales, eligió pastores que fueran
lejanos al “mundo” y bien “eclesiásticos”, desde sus vestimentas, actitudes,
lenguaje y modo de vida…
Hoy, mirando el mundo
y mirando la Iglesia, me pregunto cuánta desambiguación hay, de modo que la
Iglesia sea irrelevante en este momento de la historia. Hasta último momento
Gustavo Gutiérrez repetía, “no hay dos historias, la sagrada y la profana… ¡hay
una sola historia!” Sabía que allí estaba el corazón del ser eclesial, ser
teólogo, ser pastores, ser cristianos…
Ciertamente hay
mucho mundo inmundo en el presente; y quizás – lo creo – algo influyó que la
Iglesia invernal haya vuelto a una fuga mundi en lugar de ser levadura
escondida en la masa, grano de mostaza en medio de un campo, y, en cambio, haber
ido a un desierto de infertilidad y aridez, pero, al menos, protegida del pecado
y del “maligno” guiada por el temor, que no da cabida al amor.
Mucho hemos
perdido (y algunos espacios, quizás por mucho tiempo por venir), pero quienes
creemos que la fertilidad la da Dios, que la fuerza proviene del Espíritu y no
de nuestras capacidades, nos tocará “revolear la semilla” del reino y confiar
en que, de algún modo, en algún momento, de manera quizás inesperada, dará
frutos. Frutos en medio de este mundo en el que no da gusto vivir, pero en el
que el Evangelio y el reino de Dios quieren poner su carpa en medio de
nosotros, y caminar, y vivir, y cantar, y bailar, y celebrar que la vida vale
la pena.
Foto tomada de https://www.freepik.es/imagen-ia-premium/sola-flor-flor-medio-desierto_160722551.htm
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