viernes, 21 de febrero de 2025

Una vuelta a la “fuga mundi”

Una vuelta a la “fuga mundi

Eduardo de la Serna



Si no creyera que el reino de Dios es como un grano de mostaza, si no creyera que “otro mundo es posible”, si no creyera en un Dios que camina con nosotros en la historia, realmente repetiría el supuesto grito de Mafalda, “¡paren el mundo, me quiero bajar!”

Durante siglos, la espiritualidad cristiana, influenciada por el neo-platonismo y su dualismo, entendía que había dos mundos, dos historias, dos ambientes. Lo “ideal” (bien platónico esto) era fugarse del mundo, sea viviendo en el desierto (eremitas), o en un ambiente paralelo, como, por ejemplo, la vida religiosa, o una familia conformada con adecuada resistencia a la perversión y corrupción que “el mundo” traía. Lo que es “del mundo”, ciertamente es “in-mundo”. Una buena espiritualidad era “contemplar” en “éxtasis”, salir del cuerpo (que es mundano) y entrar en el mundo del espíritu (desviarse de lo estático); ese tal era un o una “espiritual”, y ese tal era, por tanto, un buen cristiano o cristiana (y no está de más notar la espiritualidad individualista que todo esto conlleva). Fue por todo esto, por ejemplo, que durante siglos la vida religiosa era tenida como una “fuga mundi”.

Antes de avanzar una breve aclaración del término “mundo” en el Evangelio de Juan: allí donde la comunidad de Juan se asienta definitivamente (quizás Éfeso) siente que todos le son adversos: los “judíos”, los discípulos de Juan, el Bautista, los cristianos inmaduros, y… ¡el mundo! En Juan por “mundo” ha de entenderse la sociedad que es ajena al proyecto de Jesús, que Dios lo amó, pero no lo aceptó, que confronta con Jesús y los suyos que, por eso, no son “del mundo” pero están “en el mundo”, y por eso Jesús “ha vencido al mundo” y su reino “no es de este mundo” … Es decir, no es sensato interpretarlo platónicamente sino en el contexto histórico de la propia comunidad joánica.

Pero desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia supo tener otra mirada sobre “el mundo”. La Iglesia se supo “pueblo de Dios” en medio de los pueblos del mundo; fermento (o levadura) en medio de la masa; la espiritualidad se entendió de un modo paulino, caminar en la historia según el espíritu, la vida religiosa como encarnar un carisma en medio de las comunidades…

La teología de la liberación, por ejemplo, supo ver las causas históricas del pecado y pretendió y pretende mostrar a Dios en esa historia, y confrontar con aquello que se opone a sus proyectos de vida y vida plena.

Pero, como se sabe, hubo y hay reacciones contra el Concilio dentro de la misma Iglesia, y se intentó e intenta frenar todos sus frutos, “glifosatear” sus brotes de vida y esperanza. El invierno eclesial intentó poner límites a la vida religiosa, alentó individualismos espiritualistas en los “nuevos (sic) movimientos religiosos”, censuró las teologías contextuales, eligió pastores que fueran lejanos al “mundo” y bien “eclesiásticos”, desde sus vestimentas, actitudes, lenguaje y modo de vida…

Hoy, mirando el mundo y mirando la Iglesia, me pregunto cuánta desambiguación hay, de modo que la Iglesia sea irrelevante en este momento de la historia. Hasta último momento Gustavo Gutiérrez repetía, “no hay dos historias, la sagrada y la profana… ¡hay una sola historia!” Sabía que allí estaba el corazón del ser eclesial, ser teólogo, ser pastores, ser cristianos…

Ciertamente hay mucho mundo inmundo en el presente; y quizás – lo creo – algo influyó que la Iglesia invernal haya vuelto a una fuga mundi en lugar de ser levadura escondida en la masa, grano de mostaza en medio de un campo, y, en cambio, haber ido a un desierto de infertilidad y aridez, pero, al menos, protegida del pecado y del “maligno” guiada por el temor, que no da cabida al amor.

Mucho hemos perdido (y algunos espacios, quizás por mucho tiempo por venir), pero quienes creemos que la fertilidad la da Dios, que la fuerza proviene del Espíritu y no de nuestras capacidades, nos tocará “revolear la semilla” del reino y confiar en que, de algún modo, en algún momento, de manera quizás inesperada, dará frutos. Frutos en medio de este mundo en el que no da gusto vivir, pero en el que el Evangelio y el reino de Dios quieren poner su carpa en medio de nosotros, y caminar, y vivir, y cantar, y bailar, y celebrar que la vida vale la pena.


Foto tomada de https://www.freepik.es/imagen-ia-premium/sola-flor-flor-medio-desierto_160722551.htm

 

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