Corifeos
Eduardo de la Serna
En estos días, y por motivos
obvios, recordaba tiempos idos, y aquello que – por razones que desconozco – se
llamó, entonces, el “Grupo A”.
La derrota del kirchnerismo en
las “elecciones de medio término” llevó a no tener mayoría en el parlamento y,
por ejemplo, no se aceptó el presupuesto presentado en 2010, y se votaron leyes
claramente perjudiciales a los planes del gobierno.
Todo eso, nos guste o no nos
guste, se desarrolló dentro de los carriles de la democracia. Y no recuerdo que
nadie hubiera denunciado terrorismo (como los detenidos al protestar contra la “ley
Bases” con la eufórica recepción del fiscal fugitivo) o de golpistas como se
repite una y otra vez desde las voces mononeuronales que rodean al gobierno.
Parece que para estos y estas orates un legislador que no legisla conforme a la
decisión inflexible de este dúo que es uno (sic), que malinterpretó su propio
apellido y sostiene que lo único que cuenta es “su ley”, ese o esa tal sería
golpista. Quizás se comprendería mejor si el aullido final fuera “¡viva mi
libertad, carajo!” ya que “la” libertad es lo suficientemente polisémica como
para confundir (para lo que son bastante eficaces, aunque se les esté
pasteurizando).
En toda democracia que se precie
hay - ¡debe haber! – oposición. El problema. en estos casos, es precisamente
eso, el precio… Sólo una amente puede imaginar una oposición que no se oponga;
solo una avariciosa consuetudinaria entiende que no puede vivir sin un 3%... En
toda democracia, entonces, se supone que el enfrentamiento con la oposición es
político, y, por ejemplo, se proponen políticas alternativas. Cuando el problema
con la oposición se traslada al terreno penal… o moral, c’è qualcosa che non
va (hay algo que no funciona).
Nos habían dicho que teníamos la
libertad de morirnos de hambre, la libertad de volvernos esclavos, la libertad
de… pero pareciera que no tenemos la libertad de estar en desacuerdo. Y, ¡menos
aún!, de manifestarlo, en calles o en votos…
Es bastante curioso – por decir lo
menos – escuchar a periodistas ensobrados y ensobradas (pero que como son
oficiales está bien) aullar “¡golpismo!” contra legisladores, contra colegas,
contra todos.
Y voy a dar mi opinión… (anoten,
bufones de palacio): este gobierno no me gusta ni un cachito. Dejando el
terreno de la violencia explícita, creo que es incluso peor que el de la
dictadura, y creo que cada día que pasa perjudica más y más a los pobres, a los
ciudadanos, a la Patria… ¿se entiende? Y si se va (llevándose a videlita,
claro) no derramaré lágrimas más que de alegría. ¿Golpismo? ¡De ninguna manera!
Pero la democracia (¡que de eso se trata!) tiene sus herramientas, sus
anticuerpos; es a ellas a las que me remito. No me parece algo demasiado
difícil de entender, salvo para aquellos y aquellas terraplanistas de la civilización,
aquellos que no logran hacer sinapsis y su única neurona rebota, como un
pinball, en la oquedad de su cráneo. El golpismo es otra cosa… es,
precisamente, lo que ellos practicaron década tras década hasta que pudieron
reemplazar el partido militar por el partido judicial, y los cursos para
militares en la Escuela de las Américas por seminarios para jueces y fiscales
organizados por el Departamento de Justicia de USA… ¡Golpismo es otra cosa!
Pero ya sabemos… Milei habla en contra del “odio” (supuestamente de la
izquierda), habla en contra del terrorismo defendiendo a Netanyahu, dice que Roma no paga traidores cuando los homenajea con asados, y habla
contra el golpismo después que nunca pudo decir si estaba o no de acuerdo con
la democracia. “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”, dicen.
Imagen tomada de https://www.elplural.com/regreso-al-futuro/bufones-grandes-olvidados-palacio_292705102
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