Los préstamos del imperio
Eduardo de la Serna
En la historia bíblica cada
potencia dominante ejerció diferentes modos de imperialismo o colonización
sobre sus vencidos. No nos detendremos en analizarlas, sólo señalo que los
asirios deportaban poblaciones enteras implantando en el lugar vaciado gentes diferentes;
nadie tendría memoria, ni amor a la tierra, en adelante. Los babilonios optaron
por llevar a las grandes elites a su propia tierra; aquellos que tomaban
decisiones estarían, entonces, bajo control. Ambos, además, saquearon
totalmente las ciudades conquistadas. Los persas, en cambio, eligieron un modo
que podría caracterizarse de “amable”. Dividieron todo su territorio en “provincias”,
llamadas satrapías, a cargo de un sátrapa al mando de un pequeño ejército. Todos
los sometidos podrían volver a “sus casas” y hacer su vida “normal”. El sátrapa
garantizaba que no hubiera disturbios y que se pagaran impuestos (los judíos,
concretamente, según Heródoto, debían pagar 350 talentos de plata al año). Más
adelante, griegos y romanos – con sus matices, en ocasiones importantes –
vieron la conveniencia de este modelo y lo aplicaron en tierras conquistadas.
Pues bien, los judíos, que creían
que Dios les había regalado una tierra (la “tierra prometida”), que se hacía
presente en un lugar (el templo de Jerusalén), que les mostraba un modo de
vivir (la “ley” de Dios) y que tenía una especie de hijo adoptivo que los
conducía (el rey, hijo de David), al ser invadidos por los babilonios perdieron
absolutamente todo (año 597 a.C.). Nada de eso quedaba en pie. El campesinado
(la enorme mayoría de la población, por cierto) estaba en la tierra, pero sin
control ni conducción (“dispersos como ovejas sin pastor”) y quienes debían
conducir, estaban exiliados a más de 1.000 kilómetros. Pero, cuando Ciro, el
rey persa, domina Babilonia e instaura una nueva potencia dominante (año 537
a.C.), muchas cosas parecían normalizarse; especialmente a partir de Darío (521-486
a.C.), se podía regresar a la tierra, tener un templo, y obedecer
(relativamente) la ley de Dios. Faltaba, fundamentalmente, un rey, así que
empieza a surgir la esperanza de que alguna vez habrá un «ungido» (la
coronación de los reyes incluía ser ungidos con aceite, momento en el que Dios
fortalecería a su elegido con su espíritu). Como se sabe, ungido en hebreo se
dice “mesías”, con lo que la expectativa para momentos de libertad más plena
seguía vigente y en tensión al futuro. Pero, al menos, ahora, aunque la
libertad es relativa, es ciertamente mayor que en tiempos babilonios. Incluso,
a fin de que la población conquistada y dominada no se sintiera “oprimida”
(sic) los persas alentaron en Israel a que reconstruyeran un templo (para lo
que hizo un préstamo adecuado, e incluso envió un coordinador (obviamente “persófilo”)
para que la ley y el templo parecieran que “Israel ha vuelto”. Préstamos que,
ciertamente – impuestos mediante – debía ser devuelto. Según algunos estudiosos,
en las ruinas de Jerusalén, antes de esto, la población no llegaba a 500
personas; de hecho, el templo será pequeño (celebrado – según algunos – en el
año 515 a.C.; o 450 a.C. según otros cuando la población ya alcanzaba los 1000
habitantes –, pero que luego será muy agrandado a partir de Herodes, el grande,
con evidentes características helenistas; en tiempos de Jesús no estaba aún
terminado).
Notemos algunos detalles: la
aparente amabilidad persa, ciertamente, no era gratuita. Contar con poblaciones
más a gusto, garantizaba una cierta tranquilidad en el comercio que, ciertamente,
se realizaba por los caminos del imperio. Es importante, además, recordar que
la religiosidad persa se aproxima bastante al monoteísmo, y está marcada por un
evidente dualismo: bien-mal, verdad-mentira. Así debe entenderse la relación con
los pueblos dominados. Así lo señala el gran conocedor de Oriente antiguo,
Mario Liverani:
Frente a los cultos locales su
actitud es significativa. Tal vez Ciro, y Dario con seguridad son
zoroastrianos. El dios Ahura Mazda es su dios supremo, único. Los demás dioses
(que son más bien entes demoníacos) son arrojados a un nivel inferior y forman
la parte contraria, el reino del mal y la mentira, Pero toleran el culto a los
dioses de los vencidos, Ciro se proclama devoto de Marduk cuando toma Babilonia
(tratando de granjearse la simpatía de los vencidos), y publica el edicto de
regreso a Jerusalén del pueblo de Yahvé (con la misma intención). Su criterio
es el pluralismo y la tolerancia: cada región y cada pueblo tiene sus dioses,
se deja libertad de culto, las estatuas de los dioses vuelven a su sitio, se
celebran las fiestas, se reconstruyen los templos y el emperador universal es
el amo benévolo de todo esto. ¿Podía aprobar el mazdeísta que llevaban dentro
los reyes aqueménidas lo que les aconsejaba la razón de estado? Porque lo que a
nosotros (herederos espirituales de los vencidos) nos parecen de justicia y
libertad, un enfoque mazdeísta son concesiones al reino de la mentira. Tal vez
la «verdad» y la «ley» zoroastrianas se
limitaban a los aqueménidas, a los persas o, como mucho, a todos los iranios,
mientras que los otros pueblos eran irremediablemente adoradores de no-dioses.
Cuando Cambises, primero en Babilonia y luego en Egipto, se mostró intolerante
con los «otros» cultos, la tradición le señaló para siempre como un insensato.
[M. Liverani, El Antiguo Oriente. Historia, sociedad y economía, Barcelona:
Crítica 1995, 718-719]
A modo conclusivo… el imperio,
todo imperio, “impera” (mandar, ordenar). Puede permitir aquello que le es de
su exclusivo beneficio y provecho (y mientras lo sea, por cierto). Obviamente,
empieza señalando claramente su superioridad, incluso sobre los dioses
vencidos, a los que “en su inmensa benevolencia” les permite existir o que se
les rinda culto. Y, además, puesto que es en su provecho, podrá mostrarse amable
y benévolo (incluso es posible que en lengua persa “aqueménida” signifique “persona
amigable”) evitando así toda insurrección desde su raíz. Los impuestos y las
bases militares dejaban claro, a los ojos de todos, quién era el que mandaba y
todo lo que debía hacerse si no se quería simplemente ser aniquilado. Toda
semejanza con la actualidad…
Imagen de Dario Iº luchando contra los rebeldes tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_aqueménida
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