martes, 30 de septiembre de 2025

Jerónimo, Teresa, la Biblia y yo

Jerónimo, Teresa, la Biblia y yo

Eduardo de la Serna




Cuando me desperté en mis extraños horarios encontré, además de los imaginables, algunos saludos de amigos por ser hoy, 30 de septiembre, el “día de la Biblia”. Hoy y mañana (30 de septiembre y 1 de octubre) tengo el corazón concentrado en dos amigos. A ellos estas palabras…

Teresa de Lisieux muere el 30 de septiembre de 1897, pero ese día “ya estaba ocupado”, se conmemora a san Jerónimo que había fallecido el mismo día del año 420.

Jerónimo, vehemente y consagrado a las causas que consideraba justas fue sensatamente reconocido por la Iglesia romana como un “Padre de la Iglesia” especialmente por ser responsable (no en soledad) de la traducción de la Biblia del hebreo y el griego al latín, la entonces lengua vulgar. Jerónimo puso la Biblia en las manos del pueblo, del “vulgo”.

Teresa es hija de otro tiempo. Extraño, para nuestra mentalidad. Solo podía accederse a la Eucaristía un par de días en la semana (algo que podía decidir el confesor) y las religiosas no podían leer el Antiguo Testamento, por ejemplo (algo que venía ya de siglos atrás… Teresa de Ávila tampoco puso acceder a él). Curioso que la Iglesia se vea más “poderosa” que Dios, pero, convengamos, la “eclesiolatría” no es un pecado aislado en la historia.

Antes de avanzar, un pequeño dato para no sacar de su contexto a los personajes: Jerónimo pertenece a una época en la que no estaba “fijado el canon”, es decir, no había una “norma” que indicara qué libros (del Antiguo Testamento, por cierto) debían considerarse inspirados o no. Aquellos que pertenecen a la Biblia griega (los que fueron incorporados en un segundo momento en el canon, de allí “deuterocanónicos”) no era evidente que lo fueran. Jerónimo duda de ello y, por eso, en un primer momento sólo traduce los textos hebreos (“hebraica veritas”; R. Trevijano, Patrística; Madrid: BAC 1994, 244). E incluso, cuando más tarde traduce los textos griegos, duda tanto que, como se ve en el caso de Tobías, no teme en añadir, comentar y matizar lo que su teología ascética le indicaba; algo que se ve claramente en el tema “matrimonial”). Teresa, por su parte pertenece a la época en la que los textos bíblicos eran vistos como “dictados” por el Espíritu Santo (Derniers Entretiens, 4 agosto # 5), no tiene una teología de la “inspiración”, por cierto, posterior.

Jerónimo – además de polemista, en ocasiones exagerado, particularmente con sus adversarios – dedica gran parte de sus últimos años de vida, no solamente a la traducción de la Biblia, sino también a producir importantes comentarios. Para ello se traslada a Palestina (vivirá en Belén) y ¡no lo hace solo! Paula, Marcela, Eustoquia lo acompañan y financian, e incluso viven en las cercanías. Las murmuraciones estaban “a la mano”. Por ejemplo, en carta a Marcela dice: “Bien sé, señora Marcela, que leyendo esto arrugareis la frente, temiendo que mi libertad sea una vez más semillero de querellas y que querríais, si pudieseis., poner vuestro dedo sobre mis labios para que yo no me atreva a decir lo que otros se ruborizan de hacer” (San Jerónimo, cartas selectas, Buenos Aires: Guadalupe 1945; carta XXVII [p. 589]). Y en una medular y extensa carta a Eustaquia la llama “hija mía…, señora, compañera y hermana: hija por la edad, señora por los méritos, compañera por el estado religioso y hermana por la caridad” (ibid.., carta XXVII.7.26 [p. 543]. Jerónimo, viendo algunas diferencias en los textos cree que es malevolencia de los judíos para desprestigiar a Cristo: “ya ha muchos días estoy comparando la traducción de Aquila con los libros de los Hebreos para ver, si acaso la Sinagoga, en su odio contra Cristo ha mudado alguna cosa y, hablando a un corazón amigo, he hallado muchas cosas que son muy a propósito para confirmar y fortalecer nuestra fe” (ibid.., carta a Marcela XXXII [p. 591-592]). Curiosamente, ya el papa Benito XV dijo que “si siempre fue necesario que todos los sacerdotes y que todos los fieles se impregnasen del espíritu del gran Doctor (= Jerónimo), nunca ha sido más necesario que en nuestra época” (Encíclica Spiritus Paraclitus, 15 de septiembre 1920, 42).

Teresa, en cambio, no es una polemista, pero no pierde ocasión, por ejemplo, de comulgar todas las veces que puede, como ocurre en una epidemia de gripe en el convento. Muchas monjas mueren y son pocas las que están en pie. Teresa entre ellas. “todo el tiempo en el que la comunidad fue así probada, tuve el inefable consuelo de recibir todos los días [subrayado en el original] la sagrada comunión... ¡Qué dulzura...!” (MsA 79vº). En ese mismo sentido, no pierde oportunidad de registrar todos los textos del Antiguo Testamento al que no tenía acceso. Por ejemplo, cuando su hermana Celina ingresa al mismo convento, lo hace con un cuaderno con anotaciones bíblicas. Teresa no pierde la ocasión de registrarlas todas. Es, incluso, de este cuaderno donde extrae dos textos que serán medulares en su espiritualidad de la confianza plena en Dios (Prov 9,2 e Is 66,13.12). Pero, fuera de eso, no duda en afirmar algo sustancioso:

Será solamente en el Cielo donde veremos la verdad de todo. En la tierra, eso es imposible. Lo mismo por la Sagrada Escritura: es triste ver todas las diferencias de traducción. Si yo hubiera sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el griego, no me contentaría con el latín, así habría conocido el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo (D.E. 4 de agosto 5).

Hasta tal punto entiende que en la Biblia está “la verdad” que en un nuevo comentario acerca de “si hubiera sido sacerdote” señala que se suele predicar sobre la Virgen recurriendo a textos apócrifos cargados de leyendas y no de “la verdad” (D.E. 21 de agosto #3). Cuando escribe un poema sobre la Virgen María – lo señala allí mismo – “dije … todo lo que predicaría sobre ella”.

Curiosamente, como se ve, por un lado, Jerónimo es responsable de “poner la Biblia en las manos del pueblo”, Teresa es expresión visible de que esa misma Biblia había sido “secuestrada”, inaccesible.

Fue, recogiendo la inspiración de Pio XII (30 de septiembre 1943), en su encíclica Divino Afflante Spíritus que el Concilio Vaticano II, en la constitución Dei Verbum insistió e impulsó que la Biblia volviera a ser el “libro del pueblo de Dios”. Ciertamente, la reacción contraria al Concilio, que no se hizo esperar, ¡y continúa!, encuentra, precisamente en la Biblia un obstáculo. De allí que, e impulsado desde las más altas esferas eclesiásticas, la Biblia pretende volver a ser, o bien leída de un modo espiritual, neoplatónico e individualista, amputando toda encarnación, o, incluso leída de un modo fundamentalista, a pesar de todo lo que la misma Iglesia dice al respecto. No debería ser tomado a la ligera que, en las mismas dos encíclicas preconciliares ya citadas, el título haga referencia explícita al Espíritu Santo; el alma de la Iglesia. El eclesiocentrismo no es fácil de desterrar. El Espíritu Santo sopla donde quiere, la Biblia nos debe disponer a la docilidad ante lo inesperado y deshacer todas las seguridades que nos dan tranquilidad (ese es – en la Biblia – el terreno de la idolatría); pero esto no es “agradable” para los que se parecen a quienes Jerónimo llamó “hombrecillos (que) se empeñan en denigrarme (sic)... en balde se toca la lira para un asno” (carta XXVII [p. 587-588]).

Señalo una cosa a nivel personal. “Hijo” del Concilio y de Medellín, cuando yo entré al seminario (1974) ya había leído toda la Biblia. Impulsado por profesores cuyo recuerdo atesoro en el corazón, en adelante he tratado de dedicarme a conocerla lo mejor posible y hacerla conocer. Creo que desde que comenzó el “invierno eclesial”, el cual entiendo que no se ha ido, dedicarnos a hacer conocer la Biblia es una sencilla consagración al fracaso. Afortunadamente no me predico a mi mismo sino a Jesús, el crucificado; y mi confianza no está puesta en mis capacidades docentes sino en el Espíritu (el que es “afflante” y es “paraclitus”, al decir de los papas citados). A Jesús, la palabra que se hizo carne (y no “nube”, como viejos y nuevos espiritualismos parecen pretender) y al Espíritu inasible (viento, agua y fuego en sus metáforas) les tocará que esa palabra, que Jerónimo y Teresa supieron y quisieron hacer conocer, vivir y amar se haga vida en estos tiempos de muerte, verdad en tiempos de mentira, amor en tiempos de odio. ¡Menuda tarea nos han puesto estos amigos!


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