Tomás, ¿otro discípulo amado?
Eduardo de la Serna
Después
de la muerte y resurrección de Jesús, el grupo de sus seguidores se fue
expandiendo por el mundo conocido. Pero sabemos muy poco de esto ya que el
único libro que hace referencia al crecimiento de las comunidades es Hechos de
los Apóstoles y éste se concentra especialmente en la predicación de San Pablo.
Sin embargo, podemos ver que empieza a haber por diferentes regiones del
imperio grupos y más grupos. Y no sabemos cuándo se gestaron, cómo, y si hubo o
no responsables conocidos en su conformación. Así sabemos que se formaron comunidades en
Damasco, en Antioquía, en Roma, por ejemplo, sin que conozcamos sus fundadores.
Pero, además, sabemos que, en el grupo de los seguidores de Jesús, hubo
misioneros y tampoco conocemos sus destinos. Por ejemplo, de la lista de los
Doce, a los que Hechos llama Apóstoles, sólo sabemos algo de Pedro, menos todavía de
Juan y nada más. De los restantes podemos suponer que fueron evangelizadores
sin que conozcamos más que eso (notemos que Hechos no llama "Apóstol" a Pablo)..
Pero,
además, las diferentes comunidades que se iban conformando, con mucha
frecuencia hacían referencia a algún personaje conocido como una manera de mostrar referencias. Eso no significa que
ese tal hubiera fundado la comunidad, pero que, al menos, había una influencia
de su persona y su pensamiento. Nosotros, por ejemplo, sabemos que hay
evangelios que se atribuyen a Mateo, Marcos y Lucas (de estos, sólo el primero
era del grupo de los Doce) lo que invita a pensar la posibilidad de que ellos
tuvieran una relación con las comunidades a las que más tarde se dirigió su Evangelio (eso no significa que uno haya escrito el Evangelio, sino que este se escribió "en su nombre", con su "referencia", bajo se "autoridad").
Dentro de estos Doce, hay uno, Tomás, al que sólo lo encontramos en las listas de nombres (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13) con la excepción del Evangelio de Juan donde parece tener un cierto protagonismo. De éste sabemos que era “mellizo” de alguien al que desconocemos (Jn 11,16; 20,24), y que, cuando supone que Jesús será asesinado, dice claramente “vayamos a morir con él” (11,16). Cuando Jesús anuncia su partida, le dice “no sabemos a dónde vas, ¿cómo conoceremos el camino?” (14,5). Cuando Pedro decide “empezar todo de nuevo”, y va a pescar (es decir, lo de ser “pescador de seres humanos” es algo que para él no tuvo éxito), un grupo decide acompañarlo; Tomás entre ellos (21,2). Pero el texto más conocido lo encontramos cuando el resucitado se aparece a un grupo (no sabemos quiénes estaban en él) y se nos dice claramente que “no estaba Tomás” (20,24). Cuando ellos le cuentan que lo han visto, reclama también él ver para poder creer (20,25). Una semana más tarde – es decir, un domingo – vuelve Jesús a manifestarse a los suyos, y esta vez sí estaba Tomás (20,26). Jesús, que manifiesta saber lo que había ocurrido, lo desafía a hacer lo que dijo: "mete tu dedo en mis manos, tu mano en mi costado" (20,27). Y le recrimina: “y no seas no-creyente sino creyente”. El Evangelio no dice que Tomás haga lo anunciado, sino que, inmediatamente, reconoce a Jesús: “Señor mío y Dios mío” (20,28). Y Jesús vuelve a insistir en la importancia de creer: “has creído” porque me has visto, “bienaventurados [última bienaventuranza de los Evangelios] los que son creyentes sin haber visto” (20,29). Es importante señalar que los otros compañeros de Tomás también han visto (20,20), y por eso creen; así que la frase no se dirige a ellos sino a los lectores del Evangelio como bienaventurados.
Como se puede ver, Tomás es presentado como alguien que tiene preguntas, y a veces, hasta dudas. Pero eso no niega, de ninguna manera, su fidelidad, su “ser creyente”. Y acá parece haber algo más, en este Evangelio. En algunas regiones, originariamente en Siria, y más tarde en Egipto, algunas comunidades empezaron a exaltar a la figura de Tomás, escribiendo textos en su nombre. Por ejemplo, hay un escrito de 114 dichos secretos de Jesús que se remite a Tomás al que presentan como el preferido de Jesús, al que Jesús lleva aparte (Tomás #13). El Evangelio de Juan parece querer corregir esta intención. Tomás fue un gran apóstol, y aunque dudara en algún momento, pronunció una las más importantes confesiones de fe en Jesús. Pero no es el “discípulo amado”, este es el que, al ver la tumba, el sudario y la sábana “vio y creyó” (20,8). La clave no está en “conocer secretos” sino en tener una actitud creyente. Es esta fe, no ser parte del pequeño grupo sectario de privilegiados, la que nos permite acceder a una vida como la de Jesús (Jn 20,30-31).
Pintura sobre la incredulidad de Tomás de Caravaggio tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Incredulidad_de_Tomás
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