sábado, 8 de julio de 2023

El difícil camino de la libertad

El difícil camino de la libertad

Eduardo de la Serna



De la libertad hablan todos, y todos parecen saber de qué se trata. Aunque, todo indica, muchas veces, que al decirla, no decimos lo mismo. Creo innecesario aclarar, por ejemplo, que yo entiendo la libertad de un modo totalmente distinto a como la grita Milei. Por lo tanto, no será a esa cosa, aullada, a la que me referiré.

Quiero hacer mención a una libertad que a su vez libera. No puedo entenderla de otro modo. Y, por eso, es ardua, es dura, es compleja… es fascinante. La libertad es camino, y no hace falta aclarar que hay caminos que no conducen al destino que uno se ha prefijado. Por supuesto que, en el mismo sentido, puede haber otros senderos, otras rutas, otras huellas; mientras conduzcan al destino, ciertamente serán caminos “caminables”. Elegiremos uno, podríamos haber elegido otro; en el andar aparecerán imprevistos que, circunstancialmente nos obligan a un desvío, algo que complica – e incluso nos pueden hacer perder – hasta que reencontramos el paso. Pero el camino, a su vez cansa. Se hacen necesarias paradas. Postas. Pero, y acá el punto, el camino vale la pena caminarlo en orden a la meta. La meta es la que da sentido al camino; el que se dirige a una meta es un peregrino, el que camina sin rumbo es un errante. Obviamente no todos los caminos conducen a la meta. Los hay que nos alejan. Los hay sin salida. Pero la fuerza para seguir andando, nomás, viene dada por la atracción de la meta. En tiempos que dicen ser sinodales, quizás la cosa no sea tanto “caminar juntos” (a veces lo es) sino caminar en la misma dirección, aunque no estemos uno o una al lado del otro o la otra. Y en el camino de la libertad, curiosamente, la meta es más libertad. Es “ser libres de” y también “ser libres para”.

Con mucha frecuencia en el camino se nos pegan abrojos, los que a mucho de andar hacen innecesariamente difícil el paso; y, además, en ocasiones nos cargamos de cosas; algunas necesarias para el camino, como abrigo o comida, pero otras superfluas que solo dificultan el andar, el caminar ligero.

Y en el camino de la libertad, muchas veces lo superfluo o los abrojos con frecuencia nos pasan desapercibidos; casi como que fueran parte de nosotros mismos, o indispensables para el camino. Así se puede dar crédito a la cita de Etty Hillesum:

Si uno cree que no recibe suficiente reconocimiento de los demás, está atado a ellos y debido a esta atadura pierde su independencia (carta a Aimé van Santen, 25 de enero de 1942)

Teresa de Lisieux repite:

Vivir de amor es darse sin medida / sin reclamar salario aquí en la tierra

¡Ah, yo me doy sin cuento, bien segura / de que en amor el cálculo no entra!

Lo he dado todo al corazón divino, / que rebosa ternura.

Nada me queda ya... Corro ligera. / Ya mi única riqueza es, y será por siempre

¡vivir de amor! (Poesía 17, Vivir de Amor 5).

A lo mejor, mucha pérdida de la libertad, entonces, empiece en ese mismo camino cuando esperamos algo que lo imaginamos necesario para andar. Indispensable. Como los aplausos o las palmadas, el reconocimiento… como el de los falsos profetas. Claro, siempre es más grato andar entre palmas y loas que entre “los dientes de las fieras”, usando una imagen paulina. Pero no estamos hablando de lo placentero sino de la libertad. Son dos cosas diferentes. Y, convengamos, esclavizan más los aplausos que las críticas. Por ahí empieza el difícil y arduo camino de la libertad. Es evidente que las riquezas esclavizan más que la pobreza, que estar cargados de cosas dificulta más el camino que estar “libres” de ellas… Por ahí es que descubrimos que “para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1) y que, paradójicamente, esa libertad nos hace esclavos los unos de los otros por amor (5,13). Amor y libertad van siempre de la mano… son otro modo de decir “vida”.

 

Foto tomada de https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/9286-el-desprendimiento-la-dicha-de-andar-ligero-de-equipaje 

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