jueves, 13 de julio de 2023

La oración que se dirige a Dios

La oración que se dirige a Dios

Eduardo de la Serna



En la oración que Jesús nos enseñó, la primera parte hace referencia a las cosas de Dios, mientras que la segunda alude a las cosas de la comunidad.

Hemos señalado en otra ocasión que Jesús se dirige a Dios con frecuencia llamándolo “padre” (en arameo, abbá). El modo de relación de Jesús con Dios no es distante o lejano sino familiar. Y, también lo hemos visto, no se trata de un padre patriarcal, autoritario, sino de uno al cual es posible desobedecerlo sin que eso signifique la ruptura de las relaciones (ver Mt 21,28-29; Lc 15,12-13). Pues bien, a sus amigos, Jesús les enseña a dirigirse a Dios del mismo modo: ¡Padre! No nos invita a colocarnos ante Dios en un clima de sumisión y vasallaje sino en un ambiente familiar.

En Lucas, dirigirse al “Padre” es el modo frecuente de la oración de Jesús (10,21; 22,42; 23,34.46); Mateo refuerza el sentido comunitario añadiéndole “nuestro” y destacando algo que le es muy frecuente: que está en “los cielos” (5,16.45; 6,1.26; 7,11.21; 10,32.33; 12,50; 16,17; 18,10.14.19).

Es sabido que en el mundo antiguo, el “nombre” es algo muy importante: designa la totalidad de la cosa o persona nombrada, por eso, en actitud co-creadora, el ser humano pone nombre (= designa función) a los animales que Dios ha creado y le presenta (Gen 2,19.20) y, por eso, es frecuente que un rey cambie el nombre a su vasallo (para indicar su pertenencia; 2 Re 23,34; 24,17) o que Dios misma lo haga para indicar un cambio de misión (Gen 17,5; 32,29); el conocido caso del cambio de nombre de Simón a Pedro también debe entenderse en este sentido (Jn 1,42; Mt 16,18). Tan importante es esto que en la tradición judía es habitual llamar a Dios sencillamente como “el Nombre (le shem). Sin embargo, es importante notar que la actitud del pueblo de rechazo a Dios y su infidelidad, en lugar de “santificar” su nombre lo ha “profanado” (Lev 22,32); por eso Isaías insistirá que, por el contrario, los demás pueblos, al ver al Israel fiel, “santificarán mi nombre” (29,23). En el mismo sentido Ezequiel cuestiona a los Israelitas que con sus actitudes han profanado (recordar que profanar es exactamente lo contrario de santificar) el nombre de Dios y él mismo se ocupará de mostrar su santidad (36,23). El nombre de Dios será santificado, entonces, en el testimonio que sus amigos den (o no) ante los demás pueblos; somos nosotros, entonces, los responsables de que ante los demás “santificado sea” su nombre.

La tercera referencia a las cosas de Dios muestra la centralidad que Jesús da – y que hemos visto reiteradamente – en su ministerio al reino / reinado de Dios. Ya hemos señalado en otra oportunidad este tema. Un rey “reina” allí donde se hace su voluntad (por eso “hágase tu voluntad…”, que es propio de Mateo es, en el fondo, una repetición del pedido de que el reino venga).

Es sabido que el reino que Jesús anuncia es, por un lado, presente y, por otro lado, algo por venir (se lo ha señalado como “ya” y “todavía no”). El pedido de que “venga” ciertamente implica una dimensión de futuro, pero precisamente por ser una oración que se invita a que la comunidad repita, de alguna manera se espera su presencia en la historia (no en un futuro celestial). Dios reina, como padre que es, allí donde se realiza su voluntad, la cual es, “el derecho y la justicia” (Gen 18,19; 2 Sam 8,15; 1 Re 10,9…), el Salmista pide hacer la “voluntad de Dios” (39,9; 142,10) y Jesús reitera que quien hace la voluntad de Dios es su hermano, hermana y madre (Mc 3,35). La vida del amor, la vida conforme a la voluntad de Dios, hará presente el reino y, entonces, ciertamente, el nombre de Dios será santificado entre todos los pueblos. Pero esta voluntad, estamos invitados a realizarla “en la tierra”, así como ya se concreta “en el cielo”. La oración no nos traslada al cielo, sino que nos hace hundir las raíces en la tierra para así dar frutos de derecho y justicia, de amor y lealtad, de verdad y de gracia entre los seres humanos. Así Dios reinará entre nosotros.

A ese Dios nos invita Jesús a dirigirnos en la oración. Ese es el Dios que se aproxima y quiere encontrarse con la comunidad de sus amigos y amigas.

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