martes, 4 de julio de 2023

La cruel inhumanidad

La cruel inhumanidad

Eduardo de la Serna



Con alguna frecuencia he señalado que un gato no puede ser in-gatuno, un perro no puede ser in-canino, pero los seres humanos somos capaces (lamentablemente ¡muy capaces!), de ser in-humanos. Y quizás haya que señalar desconcertantemente que esa horrible capacidad es lo que nos constituye en humanos.

Desde que Johann Baptist Metz se preguntó ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? Surgieron decenas de preguntas similares. Sea en el mismo sentido, como ampliando el lugar de la crueldad: Ayacucho (Gustavo Gutiérrez), El Mozote (Jon Sobrino), la ESMA… La pregunta es teológica, en general. ¿Dónde estaba Dios? Él / ella parecía (o realmente estaba) ausente. Las preguntas se multiplicaban: no sólo cómo hablar de él / ella sino si realmente estaba: si no estaba, ¡no es Dios!, si estaba en los campos de concentración (o demás lugares atroces), ¡no es Dios!, si estaba en los perpetradores, ¡no es Dios! Si no estaba en las víctimas ¡no es Dios!

Pero me quiero detener en otra pregunta; similar. Inspirada. ¿Dónde estaba la humanidad? (porque no es cuestión de siempre “responsabilizar” a Dios de lo que es tarea de los humanos, ¿no?) ¿Cómo hablar de humanidad allí donde la inhumanidad era “reina y señora”? Allí donde unos seres humanos eran pisoteados, maltratados, torturados y ejecutados por otros seres humanos. Inhumanizadas las víctimas, inhumanizadores los victimarios.

Sabemos, lamentablemente hasta el hartazgo, de miles de seres humanos que son capaces de indiferencia ante el dolor de otros (hoy se habla de empatía… o de ausencia de ella). No es demasiada humanidad esta. Pero quiero ir, todavía, más allá. Quisiera llegar al espanto, a la actitud de aquellos y aquellas que son capaces de tal. Sabemos que Annah Arendt lo llamó “la banalidad del mal” lo que le causó innumerables críticas a las que respondió, también, innumerablemente. Mischa, el hermano de Etty Hillesum (ambos asesinados en Auschwitz) comentaba “un muchacho de mi misma edad que, con toda naturalidad y sin mosquearse te puede pegar un tiro”. Y Simone Weil señalaba:

«Sí, es verdad que el miedo desempeña un papel importante en la carnicería; pero donde yo estaba no parecía tener tanta importancia [...] Mi teoría es que una vez que las autoridades temporales y espirituales han decidido que las vidas de ciertas personas carecen de valor, nada es tan natural en el ser humano como matar. Tan pronto como saben que pueden matar sin temor a represalias, empiezan a matar, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas de aprobación».

Cuando somos capaces de mirar “al otro” como un “tú” y tender hacia un “nosotros” (lo que políticamente Cristina Kirchner indicó como “la patria es el otro”) podremos empezar a responder ¿Qué es el ser humano (Mensch)?, al decir de Martin Buber: “el ser humano empieza a ser un yo a partir de un tú”. ¿No es la expresión más cabal de inhumanidad la negación de un tú (de todo tú)? Y cuando esa negación propone – y ejecuta – la aniquilación del tú, la inhumanidad alcanza su grado sumo. Y debe ser “monumento” (que se origina en “amonestar” y también en “molestar”; para no olvidar, para que nos moleste y duela verlo).

Los miles y miles de casos de abusos sexuales de menores (varones y mujeres) ciertamente permiten ver un “yo” que se alza y ensalza ignorando absolutamente un “tú”. La tortura, como expresión evidente de la degradación (también del perpetrador), disfrazada de “pretensa búsqueda de información”, las violaciones en masa, usando el cuerpo de las mujeres como arma de guerra, los juegos (sic) buscando ser creativos en los diferentes modos de muerte entre indefensos (desde los modos de crucificar de antaño hasta la matanza de niños del batallón Atlacatl, en El Mozote)… Inhumanidad, sólo inhumanidad.

Curiosamente, insisto, el ser humano es capaz de inhumanidad. Y eso – irónicamente – es propio de lo humano porque sólo esta especie es capaz. Se llama libertad, sí, pero también tiene miles de otros nombres. Sólo el ser humano es libre, y por eso capaz de las más grandes expresiones de humanidad, de vida, de alegría, de solidaridad, de generosidad, de arte, de santidad, de impulsos de esperanza. Y, todo lo contrario. Pero, quizás, sólo porque es capaz de la barbarie seamos capaces de ver y amar la humanidad humana. El odio, el miedo, el desprecio, la negación de todo tú (a veces con la excepción del pequeño “nosotros” de los que son simplemente otros “yo”) nos deshumaniza y deshumaniza a todos los demás a los que no “valoramos”, no reconocemos y, por supuesto, no amamos. Aquel que invitó al amor universal, incluso hasta el propio enemigo, supo quebrar desde la raíz la crueldad, supo aniquilar (= hacer nada) la inhumanidad, porque – y esta es la ironía más maravillosa – solo el humano muy humano es capaz de ser divino.

Eduardo de la Serna

Con alguna frecuencia he señalado que un gato no puede ser in-gatuno, un perro no puede ser in-canino, pero los seres humanos somos capaces (lamentablemente ¡muy capaces!), de ser in-humanos. Y quizás haya que señalar desconcertantemente que esa horrible capacidad es lo que nos constituye en humanos.

Desde que Johann Baptist Metz se preguntó ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? Surgieron decenas de preguntas similares. Sea en el mismo sentido, como ampliando el lugar de la crueldad: Ayacucho (Gustavo Gutiérrez), El Mozote (Jon Sobrino), la ESMA… La pregunta es teológica, en general. ¿Dónde estaba Dios? Él / ella parecía (o realmente estaba) ausente. Las preguntas se multiplicaban: no sólo cómo hablar de él / ella sino si realmente estaba: si no estaba, ¡no es Dios!, si estaba en los campos de concentración (o demás lugares atroces), ¡no es Dios!, si estaba en los perpetradores, ¡no es Dios! Si no estaba en las víctimas ¡no es Dios!

Pero me quiero detener en otra pregunta; similar. Inspirada. ¿Dónde estaba la humanidad? (porque no es cuestión de siempre “responsabilizar” a Dios de lo que es tarea de los humanos, ¿no?) ¿Cómo hablar de humanidad allí donde la inhumanidad era “reina y señora”? Allí donde unos seres humanos eran pisoteados, maltratados, torturados y ejecutados por otros seres humanos. Inhumanizadas las víctimas, inhumanizadores los victimarios.

Sabemos, lamentablemente hasta el hartazgo, de miles de seres humanos que son capaces de indiferencia ante el dolor de otros (hoy se habla de empatía… o de ausencia de ella). No es demasiada humanidad esta. Pero quiero ir, todavía, más allá. Quisiera llegar al espanto, a la actitud de aquellos y aquellas que son capaces de tal. Sabemos que Annah Arendt lo llamó “la banalidad del mal” lo que le causó innumerables críticas a las que respondió, también, innumerablemente. Mischa, el hermano de Etty Hillesum (ambos asesinados en Auschwitz) comentaba “un muchacho de mi misma edad que, con toda naturalidad y sin mosquearse te puede pegar un tiro”. Y Simone Weil señalaba:

«Sí, es verdad que el miedo desempeña un papel importante en la carnicería; pero donde yo estaba no parecía tener tanta importancia [...] Mi teoría es que una vez que las autoridades temporales y espirituales han decidido que las vidas de ciertas personas carecen de valor, nada es tan natural en el ser humano como matar. Tan pronto como saben que pueden matar sin temor a represalias, empiezan a matar, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas de aprobación».

Cuando somos capaces de mirar “al otro” como un “tú” y tender hacia un “nosotros” (lo que políticamente Cristina Kirchner indicó como “la patria es el otro”) podremos empezar a responder ¿Qué es el ser humano (Mensch)?, al decir de Martin Buber: “el ser humano empieza a ser un yo a partir de un tú”. ¿No es la expresión más cabal de inhumanidad la negación de un tú (de todo tú)? Y cuando esa negación propone – y ejecuta – la aniquilación del tú, la inhumanidad alcanza su grado sumo. Y debe ser “monumento” (que se origina en “amonestar” y también en “molestar”; para no olvidar, para que nos moleste y duela verlo).

Los miles y miles de casos de abusos sexuales de menores (varones y mujeres) ciertamente permiten ver un “yo” que se alza y ensalza ignorando absolutamente un “tú”. La tortura, como expresión evidente de la degradación (también del perpetrador), disfrazada de “pretensa búsqueda de información”, las violaciones en masa, usando el cuerpo de las mujeres como arma de guerra, los juegos (sic) buscando ser creativos en los diferentes modos de muerte entre indefensos (desde los modos de crucificar de antaño hasta la matanza de niños del batallón Atlacatl, en El Mozote)… Inhumanidad, sólo inhumanidad.

Curiosamente, insisto, el ser humano es capaz de inhumanidad. Y eso – irónicamente – es propio de lo humano porque sólo esta especie es capaz. Se llama libertad, sí, pero también tiene miles de otros nombres. Sólo el ser humano es libre, y por eso capaz de las más grandes expresiones de humanidad, de vida, de alegría, de solidaridad, de generosidad, de arte, de santidad, de impulsos de esperanza. Y, todo lo contrario. Pero, quizás, sólo porque es capaz de la barbarie seamos capaces de ver y amar la humanidad humana. El odio, el miedo, el desprecio, la negación de todo tú (a veces con la excepción del pequeño “nosotros” de los que son simplemente otros “yo”) nos deshumaniza y deshumaniza a todos los demás a los que no “valoramos”, no reconocemos y, por supuesto, no amamos. Aquel que invitó al amor universal, incluso hasta el propio enemigo, supo quebrar desde la raíz la crueldad, supo aniquilar (= hacer nada) la inhumanidad, porque – y esta es la ironía más maravillosa – solo el humano muy humano es capaz de ser divino.


Foto tomada de http://archivo.lavoz.com.ar/suplementos/temas/09/06/28/nota.asp?nota_id=529313

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