jueves, 28 de marzo de 2024

Jonás, un profeta no muy fiel

Jonás, un profeta  no muy fiel

Eduardo de la Serna



El profeta Jonás es bastante conocido, pero no tanto por sus dichos o profecías, sino por lo que hizo (y dejó de hacer). Curiosamente por esto mismo es mencionado en el nuevo Testamento de modo distinto por Mateo (12,39-41; 16,4) y por Lucas (11,29-32) destacando la escena del pez el primero, y la conversión de los paganos el segundo. Fuera de esto, se menciona otro profeta con el mismo nombre en 2 Re 14,25 y Mateo nos dice también que tal es el nombre del papá de Pedro (16,17). Pero ¿qué podemos decir del profeta Jonás? ¿Del libro que tiene su nombre?

Lo primero que debemos tener en cuenta que el libro de Jonás se parece más a una parábola que a una narración histórica, y como tal tenemos que entenderlo.

Si hay una característica frecuente en los libros de los profetas es que están conformados por dichos que Dios dirige a diferentes destinatarios (reyes, sacerdotes, jueces, militares, otros profetas, el pueblo judío en su (casi) totalidad u otros pueblos). Éstos se suelen expresar con palabras claras en las que no hay duda que Dios se dirige a ellos y el profeta actúa como intermediario sin dudarlo. En la parábola de Jonás ocurre precisamente lo opuesto: Dios manda a Jonás a predicar nada menos que a Nínive, la ciudad asiria que era paradigma de opresora del pueblo de Dios y –por supuesto- pagana (1,2).

Lo primero que llama la atención es que Jonás hace exactamente lo contrario de lo que Dios le encarga: va para otro lado bien lejano para no tener que obedecer (1,3). Siempre por contraste, se desata una terrible tempestad (enviada por Dios, 1,4) y los marineros (todos paganos) rezan a sus dioses pidiendo la calma, mientras Jonás duerme (1,5). Cuando lo despiertan y él reconoce que la tormenta es responsabilidad suya, los paganos se niegan a arrojarlo al agua para apaciguar el clima con la finalidad de salvarlo (1,11.13); viendo que la situación no mejoraba los paganos “clamaron a Yahvé” pidiendo compasión ante lo que iban a hacer (1,14), incluso le ofrecen un sacrificio (1,16). Una vez en el agua Jonás es tragado por un gran pez (2,1) desde donde Jonás “ora a Yahvé” (2,2) desarrollando un hermoso salmo (2,3-10) en el que manifiesta la confianza en un Dios que no se desentiende del orante que arrepentido se dirige a Él.

Nuevamente –entonces- Yahvé envía a Jonás a Nínive que –esta vez sí- se dispone a obedecer. Pero nuevamente sucede lo impensado. Leyendo los profetas sabemos bien que habitualmente su predicación parece caer siempre en saco roto, no es escuchada, y ¡mucho menos, por los paganos! Sin embargo, Jonás empieza a predicar y antes de terminar de hacerlo (tardaba 3 días en recorrer la ciudad pero al hacer “un día de camino”, 3,3-4) ya todo Nínive se convierte y arrepiente. Todos hacen ayuno, desde el rey hasta “las bestias de ganado mayor y menor” (3,7) “claman a Dios” (3,8) y ante el arrepentimiento de todos, Dios se arrepintió a su vez de lo que había decidido hacer (3,10). Nuevamente Jonás queda “mal parado” ante el lector (y los paganos quedan bien): se enoja con Yahvé por no haber castigado a Nínive. Su enojo es porque Él es “un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal” (4,2) lo cual le resulta intolerable al “profeta” hasta el punto de pedirle a Dios que lo mate (4,3).

La escena cambia ahora de ubicación. Jonás se traslada a un monte para ver desde allí si ocurre o no algo a la ciudad (4,5) y entonces Dios hizo crecer rápidamente un ricino para darle sombra, lo que alegró a Jonás (4,6). Pero el sol del día siguiente hizo secar el ricino lo que afectó a Jonás hasta el punto de –nuevamente- desearse la muerte (4,8). La pregunta de Dios, “¿te parece bien irritarte?” es repetición de la anterior (4,4.9) lo que da pie a una nueva intervención de Dios, con lo que cierra el libro: si Jonás se preocupa por un ricino, ¿no es razonable que Dios se ocupe de las 120.000 personas que viven en Nínive, y de los animales?

Como se puede ver, Jonás más que un profeta parece un “anti-profeta”, alguien que hace y a quien le sucede lo opuesto a lo que ocurre con los profetas bíblicos: es enviado a predicar y no va, no se nos dice en qué consiste su predicación, los destinatarios se convierten totalmente; ¡hasta los animales! (lo cual confirma el carácter de parábola del texto). Los paganos son los que “claman a Dios”, mientras que Jonás refunfuña contra Él, sea por tener que predicar cuanto porque Dios es misericordioso y tiene amor por los ninivitas. En realidad podríamos decir que Jonás es como un “negativo” de lo que se espera de alguien frente a Dios; como que el autor nos muestra en Jonás que lo que se ha de hacer es exactamente lo contrario. Es decir, anunciar la palabra de Dios, compartir su misericordia por los pecadores y alegrarse por la conversión, y reconocer en los no creyentes a aquellos a los que mostrar el camino de Dios ya que son  siempre disponibles a escuchar y dejarse conducir por Dios.


Imagen de Jonás pintado por Miguel Ángel, tomada de https://lacapillasixtina.es/simbolismo-jonas/

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