domingo, 3 de agosto de 2025

¡No cualquier anuncio de “buenas noticias” vale!

¡No cualquier anuncio de “buenas noticias” vale!

Eduardo de la Serna



En algunos momentos dramáticos al extremo, no es infrecuente que los acompañantes de los que los padecen, quizás apesadumbrados, o sobrepasados, o desbordados, suelen decir cosas que pretenden ser “buenas noticias”, pero en realidad son palabras huecas. Aclaro: no estoy pensando ni en superficialidad ni en maldad. Quizás sencillamente en desborde. Así, el amigo o la amiga que acompañan a quien está junto a la cama de un hijo en situación terminal, con frecuencia repiten: “- ¡se va a poner bien!”, lo que es claramente improbable.  “- ¡está con Dios!” dicen personas religiosas a quien ha perdido un ser querido y está – como es razonable – demolido o destrozada. Y podrían repetirse o ilustrarse con decenas de situaciones similares.

Y aquí mi primera pregunta… Esas tales, ¿son buenas noticias? Creo que no. Creo que responden más a la necesidad de cada quien de decir algo en momentos en los que, probablemente, lo más sensato y prudente sea callar. ¡Y abrazar! Es cierto que nadie recriminará a quien le dijo “¡se va a poner bien!” si eso no ocurre, pero lo cierto es que – como palabra (no entro en el terreno del amor que eso con frecuencia incluye), no es buena noticia sino ilusión, o ficción.

¿Y si trasladamos esto a la situación social? Se escuchan voces que “anuncian” que “esto se termina”, “la gente ya no aguanta”, y demás cosas gratas de escuchar (porque quien esto escribe sí desea que esto termine cuanto antes, para ser precisos), pero me permito dudar que eso así sea. Sí creo que esto terminará, y no imagino que sea a demasiado largo plazo, pero no lo veo (no soy vidente, y puedo errar, ¡y ojalá así sea!) como algo inminente. Creo que hay un importante grupo (porque esto se mide en colectivos, nunca en unanimidades) que celebra poder ir al mundial de clubes, viajar al exterior o comprarse un auto importado sin mirar más allá de sus propias narices y las causas de que esto así hoy ocurra. Y hasta que “no les toque” (¡que les tocará!, no hoy, no mañana, pero sí en un horizonte que, reitero, no imagino demasiado lejano) seguirán celebrando la fiesta de su propio ombligo.

¿Y cuál sería, en este caso, la buena noticia? Confiar en la solidez de algunos valores (cristianos, diría yo; populares, también) que tienen capacidad de resistir el individualismo, el egoísmo, el individualismo, por un lado. Pero un confiar que no es ilusorio, por una parte, pero tampoco cree que sea mágico y ¡ya!, ocurrirá… Intuir lo que pasará – ¡que no es adivinanza, por cierto! – supone mirar la historia, las corrientes, el pasado y leer el presente. No es cierto que “la historia se repite”, y, entonces, esperar momentos como los de antaño no es ni sensato ni razonable, pero intuir – y estar alerta – a que hay corrientes comunes entre el ayer y el hoy, que tienen una dirección, sí parece probable.

Y, a esto, en cristiano, me permito añadir el Espíritu Santo… que no actúa a modo de titiritero (¡que ese no es Dios!), que no manda un rayo desde el cielo, sino que susurra, convence, propone… y – con mucha frecuencia – hay quienes se dejan convencer. Pero no dejo de tener en cuenta, lamentablemente, pero evidentemente, que un castillo de naipes se levanta luego de horas y horas, pero se tira debajo de un soplo. La paciencia no puede dejarse de lado, especialmente porque las semillas no crecen súbitamente… se toman su tiempo. ¡Como el pueblo!


Imagen tomada de https://open.spotify.com/intl-es/track/2RkclHkPGebXWIure3LeUc