¡No cualquier anuncio de “buenas noticias” vale!
Eduardo de la Serna
En algunos momentos dramáticos al extremo, no es infrecuente
que los acompañantes de los que los padecen, quizás apesadumbrados, o sobrepasados,
o desbordados, suelen decir cosas que pretenden ser “buenas noticias”, pero en
realidad son palabras huecas. Aclaro: no estoy pensando ni en superficialidad
ni en maldad. Quizás sencillamente en desborde. Así, el amigo o la amiga que
acompañan a quien está junto a la cama de un hijo en situación terminal, con
frecuencia repiten: “- ¡se va a poner bien!”, lo que es claramente
improbable. “- ¡está con Dios!” dicen
personas religiosas a quien ha perdido un ser querido y está – como es
razonable – demolido o destrozada. Y podrían repetirse o ilustrarse con decenas
de situaciones similares.
Y aquí mi primera pregunta… Esas tales, ¿son buenas
noticias? Creo que no. Creo que responden más a la necesidad de cada quien de
decir algo en momentos en los que, probablemente, lo más sensato y prudente sea
callar. ¡Y abrazar! Es cierto que nadie recriminará a quien le dijo “¡se va a poner
bien!” si eso no ocurre, pero lo cierto es que – como palabra (no entro en el
terreno del amor que eso con frecuencia incluye), no es buena noticia sino
ilusión, o ficción.
¿Y si trasladamos esto a la situación social? Se escuchan
voces que “anuncian” que “esto se termina”, “la gente ya no aguanta”, y demás
cosas gratas de escuchar (porque quien esto escribe sí desea que esto termine
cuanto antes, para ser precisos), pero me permito dudar que eso así sea. Sí
creo que esto terminará, y no imagino que sea a demasiado largo plazo, pero no
lo veo (no soy vidente, y puedo errar, ¡y ojalá así sea!) como algo inminente.
Creo que hay un importante grupo (porque esto se mide en colectivos, nunca en
unanimidades) que celebra poder ir al mundial de clubes, viajar al exterior o
comprarse un auto importado sin mirar más allá de sus propias narices y las
causas de que esto así hoy ocurra. Y hasta que “no les toque” (¡que les
tocará!, no hoy, no mañana, pero sí en un horizonte que, reitero, no imagino
demasiado lejano) seguirán celebrando la fiesta de su propio ombligo.
¿Y cuál sería, en este caso, la buena noticia? Confiar en la
solidez de algunos valores (cristianos, diría yo; populares, también) que
tienen capacidad de resistir el individualismo, el egoísmo, el individualismo,
por un lado. Pero un confiar que no es ilusorio, por una parte, pero tampoco
cree que sea mágico y ¡ya!, ocurrirá… Intuir lo que pasará – ¡que no es adivinanza,
por cierto! – supone mirar la historia, las corrientes, el pasado y leer el
presente. No es cierto que “la historia se repite”, y, entonces, esperar momentos
como los de antaño no es ni sensato ni razonable, pero intuir – y estar alerta –
a que hay corrientes comunes entre el ayer y el hoy, que tienen una dirección,
sí parece probable.
Y, a esto, en cristiano, me permito añadir el Espíritu Santo…
que no actúa a modo de titiritero (¡que ese no es Dios!), que no manda un rayo
desde el cielo, sino que susurra, convence, propone… y – con mucha frecuencia –
hay quienes se dejan convencer. Pero no dejo de tener en cuenta,
lamentablemente, pero evidentemente, que un castillo de naipes se levanta luego
de horas y horas, pero se tira debajo de un soplo. La paciencia no puede
dejarse de lado, especialmente porque las semillas no crecen súbitamente… se toman
su tiempo. ¡Como el pueblo!
Imagen tomada de https://open.spotify.com/intl-es/track/2RkclHkPGebXWIure3LeUc
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