José de Arimatea
Eduardo de la Serna
En los cuatro Evangelios,
sorprendentemente, hay coincidencia en que una vez asesinado Jesús por los
romanos, un tal José de Arimatea, reclama su cuerpo para darle sepultura.
Señalemos, para empezar, que la
cruz era tan infame, y pretendía ser ejemplificadora, que por eso se buscaba
humillar al máximo al crucificado. Desnudo, a la vista de todos, y colgado en
las puertas de la ciudad para que todos vieran que “ese” había hecho algo que
merecía tal ofensa. Por eso todos se burlaban de él (Mc 15,29-30), y la cruz
era un espectáculo apto para el sadismo humano (Lc 23,48). Además, era habitual
que los crucificados quedaran en la cruz por días y días a merced de los
animales y aves salvajes. Finalmente eran depositados en una fosa común. Pero,
como decimos, los cuatro evangelios insisten en que Jesús tuvo sepultura. Es
muy probable que las mismas autoridades judías pidieran eso ya que comenzaba la
Pascua y no era “adecuado” que hubiera cadáveres expuestos en ese día (por eso,
para apurar la muerte, es que solicitan que les rompan las piernas y
acelerar, así, la asfixia; Jn 19,31-32).
Ahora bien, la actitud de José es
doblemente audaz. Por un lado, manifiesta una cierta compasión con uno de los
crucificados, Jesús, a quien tanto las autoridades romanas como las judías
habían hecho crucificar y avergonzar públicamente. Por otro lado, tocando el
cadáver del Nazareno quedaría impuro y no podría celebrar la Pascua (ver Núm 29,6).
Pero si prestamos atención, notemos que los cuatro evangelios
no coinciden en quién era este tal José, que era de la ciudad de Arimatea
(posiblemente Ramá, ver 1 Sam 28,3): Marcos (15,43) y Lucas (23,50) afirman que
era “consejero” y que “esperaba el reino de Dios”, mientras Mateo (27,57) y
Juan (19,38) que era discípulo de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas insisten que
cuando Pilato entrega el cuerpo del Señor, José lo pone en una sábana, mientras
Juan dice que junto con Nicodemo lo envolvieron con vendas según la costumbre
judía. Solo Mateo afirma que la sepultura donde Jesús es colocado le pertenece
a José, aunque en los restantes parece suponerse. Mateo dice que es un sepulcro
nuevo, a la vez que Lucas y Juan insisten en que nunca nadie había sido sepultado.
Notemos brevemente: Marcos (15,42-46)
dice que José pertenece al Consejo (¿judío? [Sanedrín] ¿de Arimatea?), que era
distinguido y se “atrevió” a entrar donde Pilato a pedir el cuerpo. La
situación de conflicto, y los problemas que para José esto supone quedan claros
en el verbo “atreverse”. Pilato se informa por el centurión (que había
reconocido a Jesús en su muerte, 15,39) y José compra una sábana. José parece,
aquí, una persona religiosa que ve una muerte infame y, porque espera el Reino,
no quiere que permanezca insepulto. Lucas (23,50-54), ya nos había presentado
en el inicio dos personas que “aguardaban” la salvación: Simeón y Ana
(2,25.38). Es José, que es “bueno y justo”, que no estuvo de acuerdo con el
proceder de los judíos, el que baja, él mismo, el cuerpo de la cruz y lo pone
en una sepultura “virgen” (lo que recuerda el asno que nadie había montado
jamás, 19,30). Su actitud es también religiosa, pero su rol es más activo
todavía que en Marcos. En Mateo (27,57-60) es presentado como discípulo. Motivo
razonable para pedir el cadáver y envolverlo en una sábana “limpia” y llevarlo
a un sepulcro “nuevo”. Como Marcos señala que en la puerta del sepulcro colocan
una (gran) piedra. Juan (19,38-42) señala que Jesús fue puesto en ese sepulcro
porque quedaba cerca del lugar de la crucifixión, por eso, incluso, pudo ser
“embalsamado”. pero José era discípulo “en secreto” por “temor a los
judíos. Esto es algo preocupante en Juan (7,13; 9,22), porque la fe ha de
manifestarse claramente. Pero es evidente que José vence ese temor al unirse a
Nicodemo para darle sepultura (ver 20,19).
Lo
cierto es que, en medio del drama de la cruz, los cristianos tienen memoria de
una persona importante, José, que venció el contexto de la violencia y se
atrevió a darle a Jesús una digna sepultura. Después de este momento nada más
sabemos de José. Esa misma tumba que, después, un grupo de mujeres visitarán con una
osadía todavía mayor y desde donde saldrán comunicando a los temerosos primero,
y al mundo entero después, la Buena noticia de la resurrección. José dio el primer paso.
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