jueves, 2 de octubre de 2025

Una mujer de Samaría

Una mujer de Samaría

Eduardo de la Serna



Samaría era una gran región que se encontraba en el medio de Israel separando las provincias de Galilea y de Judea. Tomaba el nombre de la ciudad que había sido capital del reino norte, Israel, erigida en el siglo IX a.C. por el rey Omri (ver 1 Re 16,23-24). Las relaciones con el reino sur, Judá, no siempre fueron buenas. E incluso, en ocasiones fueron decididamente malas. En tiempos de Jesús, judíos y samaritanos no se llevaban nada bien (aunque todos eran súbditos del Imperio Romano, por cierto). Política y religiosamente las relaciones mutuas eran francamente malas. Los samaritanos tenían, también ellos, un templo en un monte (Jn 4,20), tenían los mismos primeros libros de la Biblia (la Ley, o el Pentateuco), pero, en ocasiones los encuentros entre ambos llegaban a la violencia (ver Lc 9,52-54). Por eso, por ejemplo, es claramente chocante, para el auditorio judío, que Jesús proponga a un samaritano como modelo de discipulado y ejemplo de amor (Lc 10,33-37). Pero, sin duda, los galileos piadosos que frecuentaban ocasionalmente el templo de Jerusalén, en su peregrinación debían, necesariamente, pasar por Samaría a menos que pudieran desviarse por Cisjordania. Esto es lo que le ocurre a Jesús (Jn 4,3-4).

El cuarto Evangelio nos cuenta, en este contexto el encuentro de Jesús con una mujer samaritana (4,5-42). La relación entre ambos no es tensa, pero sí hay una cierta distancia: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, una mujer samaritana?” (y Juan aclara, como es frecuente en él, lo que ya sabemos, que las relaciones entre ambos grupos eran malas; v.9). Es que, cansado del camino, y mientras sus discípulos habían ido por comida (v.8), Jesús se ha sentado junto a un pozo. Como es obvio en las regiones desérticas, los pozos son importantísimos, y son lugares de encuentros (y desencuentros). Pero, y acá una cuestión para notar, era frecuente que se fuera al pozo por agua cuando el sol ya había bajado. Por el calor. Pero esto que narra el Evangelio ocurre al mediodía (“era la hora sexta”, precisa Juan, v. 6). Es muy probable que, por algún motivo que desconocemos, esta mujer no quisiera encontrarse con otras, y por eso fuera al pozo en horario inusual. Pero, y aquí lo importante, empieza con Jesús una conversación que, pareciera, tiene por tema el agua, aunque, como también es común en Juan, inmediatamente pasa a otro nivel y comience a referirse a otro tipo de “agua”. En principio, en el mundo antiguo, por “agua viva” se entiende agua que fluye (a diferencia del agua de un pozo, precisamente), pero en Juan, la “vida” suele referirse a la vida divina (o la vida eterna). Por eso, cuando Jesús le habló de “agua viva” (v. 10) y la mujer le pregunta desconcertada (con lo que el Evangelio aprovecha para dar un nuevo paso en la revelación que va a ocurrir, v.11), él le aclara que el agua que el “dé” (notar la importancia del verbo “dar” en esta unidad; ver v.10: “el don de Dios”) se convertirá en “fuente de agua que brota para la vida eterna” (v.14). Si bien la mujer sigue entendiendo que Jesús habla del “agua” normal, las preguntas que va formulando revelan que su fe va creciendo. O, para usar imágenes del relato, empieza a verse saciada.

La que en un primer momento a Jesús lo llamó “judío” (v.9; que en boca samaritana no es amable), pasa a tratarlo de “señor” (v.11), cuando Jesús le revela algo de su vida personal lo reconoce como “profeta” (v.19), luego le pregunta por el Mesías, el Cristo (v.25.29) para, finalmente, ella y los habitantes de la ciudad, reconocerlo como “el salvador del mundo” (v.42). Esta mujer, que no quería estar en contacto con los y las habitantes de la ciudad, cuando empieza a saciar su sed, corre a “dar” la noticia a los demás (vv.29.30), lo que los lleva a “creer” (v.39), y como ya no necesita “agua”, deja el cántaro en el pozo (v.28), porque ya no tendrá sed (v.14).

Por supuesto que el Evangelio se mueve en dos niveles (como también lo hace con el pan en el c.6, pan que “da” el Padre, y el que lo coma nunca más tendrá “hambre”, vv.32.35). Una mujer (a los ojos de su tiempo era mal visto que una mujer hablara con un varón en público, como se ve en 4,27) al encontrarse con Jesús (o un varón, como se ve en el caso del ciego de nacimiento del cap.9) no puede permanecer igual. Ese encuentro, ese “don”, le sacia la vida a la samaritana, lo llena de luz al que había sido ciego. De encontrarnos y dejarnos transformar por Jesús se trata el maravilloso “don” de la fe.


Imagen tomada de https://www.bibliaon.com/es/mujer_samaritana_encuentro_con_jesus/

miércoles, 1 de octubre de 2025

Teresa, la caminante

Teresa, la caminante

(no la “inquieta y andariega”, que es “la otra”)

 

Eduardo de la Serna



Hace muchos años, ¡ya no recuerdo cuántos!, hablando con una carmelita descalza me dijo: “- Ahora ya conocés bien a Teresita; entonces, te falta Teresa (de Ávila)”. Creo que le sonreí, pero para mis adentros pensé que Teresa de Lisieux “no es un peldaño” (palabra que, además, está casi en las antípodas de su espiritualidad ya que prefiere “ascensor”).

Muchas veces me ha pasado que, sabiendo de mi amistad con ella, hay quienes me preguntan, “- Y, ¿qué hizo?” Entiendo que se refieren a grandes obras, ¡que no las hizo!, o milagros, ¡que no los hubo! “- ¡Nada!”, suelo contestar, no sin ironía.  

Teresa, la de Ávila, sí hizo cosas… ¡fue fundadora!, Teresa, la de Lisieux, ¡ni eso!

“Para peor”, suele ser conocida como Teresita, lo que es francés se dice “petite Thérèse”, pequeña Teresa. ¡Ay!

“Para (más) peor”, creo que ella suele ser su gran enemiga para aquellos que buscan caminos sólidos, santidad con “nervadura”, al decir del querido Maximiliano Herraiz. El término “petite” (diminutivo en castellano) lo usa con tanta frecuencia que puede resultar exasperante; tanta que, para una mirada primera, parece proponer una espiritualidad “chata”; algo así como que, para los que quieren vivir cristianamente en serio, están los “grandes” santos para ser imitados; para la gente común, la “del montón”, los casi pusilánimes, está “Teresita”, la “petite”.

Por ejemplo, la Concordancia de palabras de Teresa, dice esto en la voz “petite”:

Teresa hace un uso tan grande de la palabra petite que no se puede presentar un texto para cada empleo porque sería fastidioso y poco significativo. No haremos entonces esa lista sino una concordancia cifrada privilegiando todas las citas donde Teresa se designa a ella misma y aquellas que parecen las más importantes; por otro lado, se reagrupan las menciones donde la palabra petite se une frecuentemente a tal o cual palabra (pequeña alma, pequeña pelota, pequeña hermana, etc.) reenviando a la palabra asociada. [s. Geneviève, s. Cécile, J. Lonchampt, Les mots de sainte Thérèse de l’Enfant Jesus. Concordance générale, Paris: Cerf 1996, 625]

Por supuesto que, en la Iglesia católica romana, cuando hablamos de los santos, tenemos como eje su vida (y sus escritos, en comunión con ella, si los hay), una vida que -con todas las limitaciones del caso- puede ser imitada por quienes se sientan en “sintonía”. Es por eso que con toda libertad podemos decir de otras u otros que “no son santos de mi devoción” (eso me ocurre, irónicamente, con la canonización de los papas… No veo que, al menos para mí, que no lo soy, sean imitables).

Obviamente, todo santo tiene su cultura, su psicología, su historia, sus limitaciones y capacidades… que, por cierto, no son las nuestras. Y no se trata de “imitación” en ese sentido, sino de una hermenéutica existencial para ver, experimentar, si la vida de tal o cual santa o santo pueden o no aportarme algo para mi propio camino. En ese sentido, se diría repitiendo el clásico dicho: “dejar a Teresa ser Teresa”. Buscar en ella esto o aquello sólo es razonable si la “dejamos ser” y no forzamos o malinterpretamos sus escritos o su vida. Volviendo a lo de más arriba, si buscamos en ella grandes obras o milagros, pues, creo que no los encontraremos y, entonces, encontraremos una santa “chata”, la que tantas veces se mostró, dulzona, infantil, que las rosas, que la “infancia” …

Se la suele llamar la santa de “la infancia espiritual”, palabra que ella casi nunca utiliza en sus escritos (e incluso celebra haber dejado atrás su infancia en lo que ella llama “mi conversión de Navidad”: estaba en “los pañales de la infancia … comencé, por así decirlo «una carrera de gigante»”; MsA 44 vº; sí usa con mucha frecuencia “caminito”, petite voie). Lo que se ha llamado “infancia espiritual” es lo que ella llama “confianza y abandono” en las manos de Dios, que no es sino sinónimo de lo que Pablo, el Apóstol, llama “gracia”, que es un “abajamiento” de Dios hacia nosotros (“y la palabra se hizo carne” …, dice Juan). En lo personal me parece sensato decir que si subiendo peldaños – aunque sea con esfuerzo y grandeza – podemos llegar a Dios para abrazarlo, pues “¡Dios es un pigmeo!” Sólo podemos encontrarlo cuando Él se abaja, porque, además, de eso se trata el amor, de pura gratuidad.

En fin… entiendo que si se malinterpreta a Teresa (y, como digo, en parte por su propia “responsabilidad”) a lo mejor se trata de no “entender” a Dios. ¡Que es Dios! El que maternalmente nos alza con sus brazos para sentarnos en sus rodillas (Isaías 66,13.12) porque repite “si uno es pequeño (petite), ¡venga a mí!” Y de fundirnos en un abrazo con Dios-Jesús se trata la vida cristiana. Claro que el problema, eterno problema, es creer que al que abrazamos es a Dios-Jesús cuando en realidad nos “encontramos” con nosotros mismos… pero ese ya es otro capítulo: encontrar al Jesús que quiere que lo abracemos en los pobres, en las víctimas y, que cuando lo hacemos nos llamará “¡benditos de mi Padre!” ¡Nada menos!… Y ser, nosotros, a su vez, pobres “en espíritu” a lo que el querido Gustavo Gutiérrez llamaba “infancia espiritual”.


Imagen tomada de https://ar.pinterest.com/pin/537969117974209383/

Una nota para entender los “santos a medida”.

Una nota para entender los “santos a medida”.

Eduardo de la Serna



Teresa tiene una enfermedad, bastante grave. Todo indica que era de origen psicológico por la pérdida de madres. En sus Manuscritos Autobiográficos (conocidos como “Historia de un Alma”) ella cuenta el momento en el que experimentó la curación. Pero, en las primeras ediciones, hasta que se hicieron las ediciones críticas de toda su obra, el texto sufrió notables manipulaciones…

A la izquierda, la edición Historia de un Alma, cap. III, de 1900, a la derecha los Manuscritos reestablecidos (MsA 30rº).


… au bout de quelques minutes je me mis à appeler presque tout bas: “Marie!... Marie!”. Léonie étant habituée à m' entendre toujours gemir ainsi, n’y fit pas attention; alors j' criai bien haut et Marie revint a moi. Je la vis parfaitement entrer, mais hélas par la première fois , je ne la reconnaissais. Je cherchais tout autour de moi, je plongeais dans le Jardin un regard ansieux, et je recomençais a appeler: “Marie!... Marie!”.

C’étais une souffrance indicible que cette lutte beaucoup de cette lutte force, inexplicable et Marie souffrait peut-être encore plus que sa pauvre Thérèse! Enfin; après de vains efforts pour se faire reconnaître, elle se toutnais vers Léonie, lui dit un mot tout bas, et disparu pale et tremblante.

Ma petite Léonie me porta bientôt pres de la fenêtre; alors je vis dans le jardín, sans reconnaître encore, Marie, qui marchait doucement, me tendant les bras, me soiriant, et m’appelant de sa voix la plus tendre: “Thérèse!, m apetite Thérèse!” Cette dernière tentative m’ayant pas réussi davantage, et, se tournant vers la Vierge bénie, elle l’implora avec la ferveur d’une mère qui demande, qui veut la vie de son enfant. Léonie et Céline l’imitèrent, et ce fut un cri de foi qui força la porte du ciel.

Ne trouvant aucun secours sur la terre, et près de mourir de douleur, je m’étais aussi tournée vers ma Mère du ciel, la priant de tout mon coeur d' avoir enfin pitié de moi... Tout à coup la statue s’anima! la Vierge Marie devint belle, si belle que jamais je ne trouverai d’expression pour rendre cette beauté divine. Son visage respirait une douceur, une bonté, une tendresse ineffable, mais ce qui me pénétra jusqu' au fond de l' âme ce fut son ravissant sourire!

… au bout de quelques minutes je me mis à appeler presque tout bas: “Mama... Mama”. Léonie étant habituée à m' entendre toujours appeler ainsi, ne fit pas attention à moi. Ceci dura longtemps, alors j' appelai plus fort et enfin Marie revint, je la vis parfaitement entrer, mais je ne pouvais dire que je la reconnaissais et je continuais d' appeler toujours plus fort: “Mama...”. Je souffrais beaucoup de cette lutte forcée et inexplicable et Marie en souffrait peut-être encore plus que moi; après de vains efforts pour me montrer qu' elle était auprès de moi, elle se mit à genoux auprès de mon lit avec Léonie et Céline puis se tournant vers la Sainte Vierge et la priant avec la ferveur d' une Mère qui demande la vie de son enfant, Marie obtint ce qu' elle désirait...

 

 

 

 

 

 

 

 

 Ne trouvant aucun secours sur la terre, la pauvre petite Thérèse s' était aussi tournée vers sa Mère du Ciel, elle la priait de tout son coeur d' avoir enfin pitié d' elle... Tout à coup la Sainte Vierge me parut belle, si belle que jamais je n' avais vu rien de si beau, son visage respirait une bonté et une tendresse ineffable, mais ce qui me pénétra jusqu' au fond de l' âme ce fut le “ravissant sourire de la Ste Vierge”

.. después de unos minutos, empecé a gritar casi en voz baja: "¡María!... ¡María!". Leonia, acostumbrada a oírme gemir así, no me hizo caso; entonces grité con fuerza y ​​María regresó a mí. La vi entrar perfectamente, pero, por desgracia, por primera vez, no la reconocí. Miré a mi alrededor, miré con ansiedad hacia el jardín, y empecé a gritar de nuevo: "¡María!... ¡María!".

Esta lucha era un sufrimiento indescriptible, una lucha fortísima, inexplicable, ¡y María sufría quizás incluso más que su pobre Teresa! Finalmente, tras vanos esfuerzos por hacerse reconocer, se volvió hacia Leonia, le dijo una palabra en voz baja y desapareció pálida y temblorosa.

Mi pequeña Leonia pronto me llevó hasta la ventana; Entonces vi en el jardín, sin reconocerla aún, a María, caminando suavemente, extendiéndome los brazos, abrazándome y llamándome con su voz más tierna: "¡Teresita! ¡Mi pequeña Teresita!". Este último intento no me dio mejores resultados, y, volviéndose hacia la Santísima Virgen, le imploró con el fervor de una madre que pide, que desea la vida de su hija. Leonia y Celina la imitaron, y fue un grito de fe el que abrió la puerta del cielo.

Sin encontrar ayuda en la tierra, y a punto de morir de pena, yo también recurrí a mi Madre en el cielo, rogándole con todo mi corazón que finalmente se apiadara de mí... ¡De repente, la estatua cobró vida! La Virgen María se volvió hermosa, tan hermosa que nunca encontraré una expresión que transmita esta divina belleza. Su rostro irradiaba dulzura, bondad, una ternura inefable, pero lo que me conmovió profundamente fue su encantadora sonrisa.

Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: Mamá... mamá». Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no me prestó atención. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, al fin, María volvió. La vi entrar perfectamente, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: «Mamá...» Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María quizás sufría todavía más que yo. Después de vanos intentos de hacerme ver que estaba junto a mí, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba...

 

 

 

 

 

 

 

 

 La pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella... De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que penetró hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santísima Virgen».

 

Dejo de lado algunos cambios de estilo (paso de la tercera a la primera persona), pero lo sorprendente es que algo, que en el texto de Teresa es “natural”, en la edición publicada en los inicios, lo ocurrido es un “milagro”. La fe de las hermanas “abrió las puertas del cielo”, la “estatua cobró vida” … No se trata de que en su angustia ella miró la imagen de la Virgen sonriente (imagen que había acompañado a la familia por años) que estaba junto a su cama y encontró en ella “una madre que no muere”. ¡Tenía que ocurrir algo extraordinario! Y ser contado…

Es notable la aparente necesidad de cosas milagrosas “para creer” en vez de encontrar a Dios y su amor en lo cotidiano. Sería tan diferente aprender a encontrar a Dios y las cosas de Dios allí donde las podemos encontrar, ¡en lo cotidiano! A lo mejor “Dios sería distinto”, nuestra fe sería distinta, ¡y nuestra vida…!!!


Imagen de la "Virgen de la sonrisa" tomada de https://archives.carmeldelisieux.fr/es/la-vie-de-sainte-therese-de-lisieux/la-maladie-de-therese-a-10-ans/la-vierge-du-sourire/