María, la mamá de Juan y la muchacha Rode
El
título de este artículo, a propósito, es confuso. Lo es con la intención de ayudarnos
a estar atentos. Marías, en la Biblia hay muchas, y también hay muchos Juanes.
Pero en el libro de los Hechos de los Apóstoles se hace referencia a una María
que es madre de Juan, a quien también llaman Marcos y se señala que ella tiene
una muchacha llamada Rode (algunas biblias traducen Rosa).
Es
muy poco lo que se nos dice de ambas, pero la situación nos permite extraer algunos elementos para el comentario.
Pedro
había sido detenido y encarcelado por Herodes y, milagrosamente, fue liberado
por “un ángel”. Rápidamente debe huir porque sabe cual será su destino (el
mismo que corrió Santiago, el hermano de Juan de Zebedeo: la muerte; Hch 12,2-3).
Entonces se dirige donde sabe que estará reunida la comunidad en Jerusalén: la
casa de María. El texto, adrede, crea un ambiente de suspenso. Imaginemos al
fugitivo Pedro golpeando la puerta; sin duda necesita que abran cuanto antes y
cierren para que los guardias no lo descubran. Pero Pedro golpea y Rode, que
reconoce la voz (12,14) no abre y corre contenta a anunciarles a todos los
reunidos que Pedro está a la puerta. Para aumentar la tensión, el autor de
Hechos nos dice que no le creen, “estás loca”, le dicen (12,15), o que
seguramente el que está es el “ángel” de Pedro. Pedro sigue golpeando (12,16),
lo imaginamos casi desesperado por que le abran. Finalmente lo hacen y la
tensión desaparece. Ahora Pedro narra lo sucedido y después de dar indicaciones
se va con rumbo desconocido (12,17).
Podemos
saber que María tenía un pasar acomodado: tiene una casa amplia para reunir una
comunidad y, además, tiene una muchacha. No se hace referencia a su marido, por
lo que probablemente ya hubiera muerto. Del que se hace mención es del hijo
Juan, que por el modo de mencionarlo parece joven aún. Quizás todavía soltero.
De hecho, acompañará a Pablo y Bernabé en la primera misión (12,25), los
abandonará (13,13), lo que provoca el enojo de Pablo y su posterior ruptura con
Bernabé (15,37-40).
Sabemos
que hay bastantes casos de cristianos que ponen sus casas al servicio de las
comunidades para que allí puedan celebrar, rezar, reunirse (es bueno recordar
que la palabra “Iglesia”, en griego, quiere decir “reunión”, “asamblea”). La
casa de María es la única que conocemos que es frecuentada en Jerusalén (aunque
más tarde se hace alusión a que Pablo visita a Santiago, quizás en su “casa”,
donde luego se reúnen con ellos los “presbíteros”; 21,18). Sabíamos que los
discípulos de Jesús “partían el pan en las casas” (2,42), en ocasiones las
vendían (casas y campos) para compartir el dinero en la comunidad (4,34) y en las
casas y el Templo eran el lugar donde enseñaban (5,42). El perseguidor Pablo
los buscaba allí, en las casas (8,3) y luego, incorporado al movimento de Jesús, allí, en las casas, predicaba
(20,20). Es en la casa de María que “muchos”, un número considerable de
cristianos, estaban “en reunión y en oración”. Y es allí donde Pedro se dirige
porque sabe que ertarán.
Siendo
María la encargada de la casa, se supone que es ella la que anima la “reunión y
la oración”, es la animadora de la comunidad. De hecho, siendo que las mujeres
suelen tener una presencia casi invisible en el ambiente antiguo, que se
mencione tanto a María como a la muchacha Rode, sin duda es indicio de que para
la primera comunidad de Jerusalén se trataba de personas importantes y
significativas, y no solamente por la posterior importancia de su hijo Juan.
Después del clima de tensión que el autor de Hechos supo crear, Pedro fue
protegido, y pudo abandonar la ciudad después de dar los encargos
correspondientes. Quizás podamos pensar que sin María a lo mejor no hubiera
habido Pedro. Nada menos.

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