Una mujer de Samaría
Eduardo
de la Serna
Samaría era una gran región
que se encontraba en el medio de Israel separando las provincias de Galilea y de
Judea. Tomaba el nombre de la ciudad que había sido capital del reino norte,
Israel, erigida en el siglo IX a.C. por el rey Omri (ver 1 Re 16,23-24). Las
relaciones con el reino sur, Judá, no siempre fueron buenas. E incluso, en
ocasiones fueron decididamente malas. En tiempos de Jesús, judíos y samaritanos
no se llevaban nada bien (aunque todos eran súbditos del Imperio Romano, por
cierto). Política y religiosamente las relaciones mutuas eran francamente
malas. Los samaritanos tenían, también ellos, un templo en un monte (Jn 4,20),
tenían los mismos primeros libros de la Biblia (la Ley, o el Pentateuco), pero,
en ocasiones los encuentros entre ambos llegaban a la violencia (ver Lc
9,52-54). Por eso, por ejemplo, es claramente chocante, para el auditorio judío,
que Jesús proponga a un samaritano como modelo de discipulado y ejemplo de amor (Lc 10,33-37).
Pero, sin duda, los galileos piadosos que frecuentaban ocasionalmente el templo
de Jerusalén, en su peregrinación debían, necesariamente, pasar por Samaría a menos que pudieran desviarse por Cisjordania.
Esto es lo que le ocurre a Jesús (Jn 4,3-4).
El cuarto Evangelio nos
cuenta, en este contexto el encuentro de Jesús con una mujer samaritana
(4,5-42). La relación entre ambos no es tensa, pero sí hay una cierta
distancia: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, una mujer
samaritana?” (y Juan aclara, como es frecuente en él, lo que ya sabemos, que
las relaciones entre ambos grupos eran malas; v.9). Es que, cansado del camino,
y mientras sus discípulos habían ido por comida (v.8), Jesús se ha sentado
junto a un pozo. Como es obvio en las regiones desérticas, los pozos son
importantísimos, y son lugares de encuentros (y desencuentros). Pero, y acá una
cuestión para notar, era frecuente que se fuera al pozo por agua cuando el sol
ya había bajado. Por el calor. Pero esto que narra el Evangelio ocurre al
mediodía (“era la hora sexta”, precisa Juan, v. 6). Es muy probable que, por
algún motivo que desconocemos, esta mujer no quisiera encontrarse con otras, y
por eso fuera al pozo en horario inusual. Pero, y aquí lo importante, empieza
con Jesús una conversación que, pareciera, tiene por tema el agua, aunque, como
también es común en Juan, inmediatamente pasa a otro nivel y comience a
referirse a otro tipo de “agua”. En principio, en el mundo antiguo, por “agua
viva” se entiende agua que fluye (a diferencia del agua de un pozo,
precisamente), pero en Juan, la “vida” suele referirse a la vida divina (o la
vida eterna). Por eso, cuando Jesús le habló de “agua viva” (v. 10) y la mujer
le pregunta desconcertada (con lo que el Evangelio aprovecha para dar un nuevo
paso en la revelación que va a ocurrir, v.11), él le aclara que el agua que el “dé”
(notar la importancia del verbo “dar” en esta unidad; ver v.10: “el don de
Dios”) se convertirá en “fuente de agua que brota para la vida eterna” (v.14).
Si bien la mujer sigue entendiendo que Jesús habla del “agua” normal, las
preguntas que va formulando revelan que su fe va creciendo. O, para usar
imágenes del relato, empieza a verse saciada.
La que en un primer momento a
Jesús lo llamó “judío” (v.9; que en boca samaritana no es amable), pasa a
tratarlo de “señor” (v.11), cuando Jesús le revela algo de su vida personal lo
reconoce como “profeta” (v.19), luego le pregunta por el Mesías, el Cristo
(v.25.29) para, finalmente, ella y los habitantes de la ciudad, reconocerlo
como “el salvador del mundo” (v.42). Esta mujer, que no quería estar en
contacto con los y las habitantes de la ciudad, cuando empieza a saciar su sed,
corre a “dar” la noticia a los demás (vv.29.30), lo que los lleva a “creer”
(v.39), y como ya no necesita “agua”, deja el cántaro en el pozo (v.28), porque
ya no tendrá sed (v.14).
Por supuesto que el Evangelio
se mueve en dos niveles (como también lo hace con el pan en el c.6, pan que
“da” el Padre, y el que lo coma nunca más tendrá “hambre”, vv.32.35). Una mujer
(a los ojos de su tiempo era mal visto que una mujer hablara con un varón en
público, como se ve en 4,27) al encontrarse con Jesús (o un varón, como se ve
en el caso del ciego de nacimiento del cap.9) no puede permanecer igual. Ese
encuentro, ese “don”, le sacia la vida a la samaritana, lo llena de luz al que
había sido ciego. De encontrarnos y dejarnos transformar por Jesús se trata el maravilloso
“don” de la fe.
Imagen tomada de https://www.bibliaon.com/es/mujer_samaritana_encuentro_con_jesus/
Hace poco miré la película de Andrei Tarkovski “espejo”, pura poesía. Y una de las primeras escenas tiene claras alusiones al encuentro de Jesús con la samaritana.
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