miércoles, 22 de octubre de 2025

La voluntad

La voluntad

Eduardo de la Serna



Como tantas cosas de los seres humanos, muchas cosas buenas pueden devenir negativas cuando salen de ciertos carriles. Y la “voluntad” es un buen ejemplo de ello.

Poner voluntad para conseguir una meta, sin duda es necesario y fundamental, especialmente cuando el objeto del deseo es arduo. Un ejemplo fácil de comprender es conseguir un título. El esfuerzo necesario, el estudio, el tiempo “gastado” (nunca “perdido”), incluso los pasos en falso, son necesarios para, finalmente, graduarse. Pero, también es sabido, que, en ocasiones, ese voluntarismo no implica el esfuerzo, sino un desvío, como puede ser el plagio, el soborno u otras cosas fácilmente reconocibles. En este caso, el objetivo se ha alcanzado, pero…

Pero pretendo detenerme en otro aspecto. Ciertamente, todas las personas tenemos objetos de deseo y, por lo tanto, pretendemos conseguirlos. Pero la consecución “a toda costa” fácilmente se puede vislumbrar como un desvío. Un niño caprichoso es una buena imagen de esto.

Una de las fáciles enseñanzas de la historia es que ha habido, por ejemplo, buenos o malos reyes (o presidentes, o Papas, o…). Pero, especialmente en los casos monárquicos, es evidente que ese tal sujeto pretende la realización de su voluntad. Un rey, al gobernar, ejerce su voluntad. Y, por cierto, esto puede ser o no beneficioso para sus súbditos. Si en su reinado hubo paz, por ejemplo, eso repercute en la población; si hubo una economía floreciente, lo mismo; pero si fue un rey sanguinario, o belicista, si se desentendió de los débiles, ocurre todo lo contrario… Probablemente ese rey tenga una buena autopercepción de su monarquía; especialmente si, por ejemplo, a su palacio no llegan los reclamos de los “de fuera”, si hay banquetes permanentes, y todo tipo de divertimentos, pero esa no será ni la percepción de los demás, y – por supuesto – tampoco la de la historia (a menos que esta sea “oficialista”). Pero siempre el punto de partida es la propia voluntad. ¿Qué dirección da a sus deseos? Obviamente si desea que su pueblo sea feliz, que haya paz, que tenga acceso a los bienes necesarios para una vida digna hará cosas concretas, legislará de modo preciso, ejecutará medidas específicas en favor de “sus hijos”, cosa que no hará si sólo “se” mira a sí mismo y su corte (particularmente cuando esta es de adulones).

Por supuesto, esto es diferente en estados democráticos, en los que hay controles (o debiera haberlos) a fin de que los excesos de unos u otros sean reducidos casi a la inexistencia. Nada impide que legisladores, jueces o presidentes pretendan la consecución de sus voluntades, pero habiendo claros límites que impedirán desbordes o injusticias.

Cuando se ven numerosas marchas en los EEUU diciendo “no kings”, se está diciendo, exactamente eso: no queremos (y no debemos tener) reyes. Cuando otro presidente, más al sur, quiere hacer todo lo que sus deseos le inspiran, e impide legislaciones, propuestas en contrario, se asemeja ciertamente a eso.

No está de más, por cierto, recordar que en Imperios, como es el caso de Roma, el que está en la cima de la pirámide es el Emperador. Luego, hacia abajo hay otros que le deben obediencia, pero a su vez son autoridades para otros. Veamos a modo de ejemplo… Con frecuencia, Roma intentaba que el gobernante de una localidad fuera alguien del lugar (con todas las ventajas que eso implica, desde conocer el ambiente, hasta direccionar los desacuerdos fuera de Roma). En algunas ocasiones, en caso de que se tratara de alguien confiable (o que hubiera hecho un buen aporte al Emperador), ese tal, hasta podía ser nombrado rey (por Roma). Es el caso de Herodes. Roma le concede el título de rey sobre todo su territorio (Galilea, Judea, Samaría…), pero – evidentemente – es un rey vasallo de Roma; por ejemplo, debe hacer importantes aportes dinerarios al Emperador; claro que el excedente – que pretenderá que sea abundante – le queda en su provecho. A su muerte (4 a.C.) el territorio se divide entre su descendencia, pero a ninguno de ellos Roma le concede el título de rey a pesar que tanto Arquelao como Antipas lo pretendieron insistentemente. De todos modos, con título o sin él, es Roma la que maneja los hilos de la región. Por ejemplo, cuando se desata una guerra entre Antipas y Aretas, Roma, en un momento, dijo, ¡basta! Y este conflicto hubo de terminar (lo que benefició a Antipas que había sido derrotado). Es decir, en casos de reyes o gobernantes vasallos, estos podían ejercer su propia voluntad con el límite que Roma quisiera ponerle (solo el emperador no los tenía).

No hace falta demasiado análisis para ver un emperador que pretende que se haga su voluntad, aunque sus súbditos digan no kings… Que cuando un gobernante, que debiera ser súbdito no acepte serlo, sea inmediatamente etiquetado como “narcotraficante” (ver Maduro, Petro; pero nada de Alvaro Uribe, que se puede disimular), etiqueta fácil de poner porque no hay “carnets de afiliación” a ese club. Y, que cuando un gobernante vasallo le lame la mano hasta le llega a regalarle el epíteto de “amigo” escrito con fibrón, que después, en travesura infantil, logra quedárselo. Ese tal vasallo volverá moviendo la cola y, por supuesto, reanudará la ardua tarea dineraria para el amo y se encerrará en su palacio de Olivos a jugar con perros imaginarios, y poner la opera a muy alto volumen para no escuchar los gritos del exterior que no dejan que haga su voluntad en paz.

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